¿Cuál es la unidad mínima indivisible del lenguaje humano?
La lingüista mexicana Estela Treviño nos muestra las unidades mínimas del lenguaje humano
Es enigmático que los seres humanos nos veamos casi compelidos a suponer que el inicio o la constitución de la vida, de lo que vemos, incluyendo el Universo, es producto o contiene una partícula mínima, indivisible, origen de las cosas; ¿cuál es la unidad discreta más pequeña que existe? ¿Cuál es la unidad más pequeña que ¡se haya medido!? ¿Cuál es la unidad de tiempo más pequeña, cuál es la unidad de medida más pequeña, cuál es la unidad de energía más pequeña?, preguntas que perviven.
Esté o no detrás una divinidad, la huella digital tiene que estar en alguna parte. El Lenguaje no ha sido la excepción. En la física y química el átomo fue, en su momento, esa partícula, invisible, por cierto, antes del desarrollo de tecnologías espectaculares para comprobar su existencia. Ya Demócrito, filósofo griego 450 años AEC, había supuesto que el átomo sería la partícula última que no podría partirse más. Pero, a fines del siglo 19—2,500 años después de Demócrito— se falsificó esa suposición: el átomo sí está compuesto de partículas más pequeñas, protones, neutrones y electrones. Surge después la física de lo microscópico, la cuántica y se descubre lo que hasta ahora creemos ser las partículas indivisibles más pequeñas, los quarks. Los electrones son indivisibles, los protones y neutrones no: están formados por ¡quarks!
¿Los átomos del lenguaje?
¿Existe la unidad más pequeña e indivisible en el lenguaje humano? La pregunta es por demás interesante porque se trata de un objeto de distinta naturaleza: primordialmente una facultad mental. Tiene, ciertamente, un aspecto físico, un aspecto abierto a la percepción sensorial: el sonido, que viaja a través del espacio en forma de ondas sonoras y que puede ser percibido por el oído, lenguaje oral, y la señas que se ejecutan en un espacio lingüístico y que se perciben por la vista, lenguaje de señas.
De entrada, el campo físico y el de la percepción nos hará suponer que puede existir una unidad, la más pequeña e indivisible. Al tener una representación constatable (perceptible) una parte del Lenguaje humano, la pesquisa parecería razonable.
La materia prima del lenguaje humano
Ya he dicho en otro artículo que la materia prima del Lenguaje humano son los sonidos lingüísticos: [a], [ß], [ç], [ʒ], [ɛ], [ɒ]… o fonos, que estudia la fonética. Ojo, esos símbolos son una mera ilustración tipográfica de los valores y rasgos sonoros de los sonidos que representan; p.ej., los sonidos o fonos representados por [a], [ß] y, [ɛ] los posee el español; [ç], [ʒ], no. Ello no se debe a un impedimento de articulación, sino que, como veremos, aunque existieran podrían ser inconsecuentes. Inconsecuentes para el sistema mental fonológico del español, hemos de decir. Hay que aclarar, también, que las letras, en sistemas que poseen el abecedario latino, son irrelevantes. El inglés tiene al menos 13 sonidos vocálicos, 13 vocales, pero solo 5 letras para representarlos. El español en América tiene letras que no representan ningún sonido como la curiosamente llamada “h” muda, [umano]; la [seta] de [sapato] = “z”. Por cierto, un sonido, entre otros, que sí tiene el español y al que no le corresponde ninguna letra es [tʃ], o [č], [tečo] ‘techo’.
El repertorio de fonos del lenguaje humano puede ser, en principio, tan numeroso o más que los hablantes de todas las lenguas del mundo. La manera en que usted emite [a], en /ala/, /mano/, /pan/ va a ser fonéticamente distinta al modo en que yo las pronuncie. Incluso, la [a] de [a]la, será fonéticamente distinta de la de p[a]n, por ejemplo, en su pronunciación y en la mía. Pero hay algo en nuestra mente que hace que siempre oigamos las distintas pronunciaciones de [a] como la misma /a/.
¿Son los fonos la unidad mínima indivisible del lenguaje humano?
La respuesta tendría que ser no, por muchas razones que el espacio me impide desglosar; el espacio, y la naturaleza e intención de este tipo de artículos de cultura y divulgación del conocimiento. Damos, sin embargo, una asomada, en el apartado que sigue, a la respuesta.
El primer hecho asombroso del lenguaje humano
El primer hecho asombroso del lenguaje humano es que, de la infinidad de sonidos o fonos lingüísticos que pueden existir, cada lengua elige un repertorio que organiza en un sistema fonológico. No importa cómo pronuncie usted /a/ en español, o /b/ en palabras como /bata/, /lobo/ o /imbersa/, lo que importa es que los fonemas constituyen un cuerpo mental de rasgos distintivos.
Ya no son fonos, sino fonemas: entes abstractos; la mente, de alguna manera, interpreta ese cuerpo de rasgos distintivos y emite un sonido que represente a un fonema particular.
Un ejemplo para aclarar la cuestión. /p/ vs. /b/ en el español. En los casos de /peso/ y /beso/, observemos que lo único que distingue a esas palabras son los fonemas /p/ vs. /b/. ¿Qué distingue a /p/ de /b/? Son casi indistinguibles; sin entrar en detalles técnicos, lo único que distingue a esos dos fonemas es que /p/ es sordo mientras que /b/ es sonoro: en /p/ no vibran las cuerdas vocales, en /b/ sí. En cambio, en árabe estándar no existe el contraste /p/~/b/, esta lengua solo tiene /b/; así que es probable que un hablante de árabe estándar pronuncie igual /p/ino y /b/ino: [b]ino.
Un sistema fonológico es, antes que nada, una construcción mental constituida de un número muy pequeño de fonemas, cada uno compuesto de rasgos distintivos y contrastivos. Los fonemas son la unidad mínima indivisible contrastiva del lenguaje.
Los fonemas son ese medio finito que permite generar un número potencialmente infinito de expresiones lingüistas. Y cuando decimos finito, hablamos de, ilustro: mientras que el Nǀuu (Tuu), lengua hablada en Botswana, tienen un repertorio de 86 fonemas, el español posee 24 fonemas. Al contrario de lo que pudiera pensarse, una lengua no es más rica que otra en términos del número de expresiones lingüísticas que pueden generarse según si tiene 86 o 24 fonemas.
El segundo hecho asombroso del lenguaje humano
Estarán de acuerdo conmigo (y otros lingüistas) en que [m], [X], [k], [ß], [p], son sonidos que carecen de significado: no refieren a, ni denotan algo, a diferencia de, por ejemplo, [kußo], ortografía ‘cubo’. /k/, /b/, /u/, /o/ por sí mismos no tienen significado semántico.
Lo mágico, lo inusitado, lo absolutamente extraordinario es lo que Hockett en 1960 llamó duality patterning (‘dualidad de patrón’) y que se tradujo con el chocante rubro del fenómeno de la “doble articulación”.
Lo extraordinario consiste en que al combinarse de cierta manera los sonidos de una lengua, carentes en sí mismos de significado, sí pueden producir combinaciones con un significado semántico (arbitrario); en este caso ‘cubo’ tiene como referente una figura geométrica o un espacio con esas características. Notemos, sin embargo, que una combinación posible de /k/, /b/, /u/, /o/ podría arrojar igualmente ‘oubc’ o ‘bcuo’ que no solo no existen en el español, sino que no son fonológicamente posibles, es decir, el sistema y principios o reglas fonológicas de esta lengua, no admiten la combinación [bk] ni [kb] en el mismo sentido en que sí admite [pr]: ‘pru-dente’.
La unidad mínima indivisible con significado
Ese segundo hecho mágico de la doble articulación posibilita la generación de formas con significado semántico: ‘sol, fin, pan, silla, toldo, justa, eterno’. Todas estas son palabras o formas que entrarían en la sintaxis para formar una expresión: ‘Hoy hay sol’, ‘La silla incómoda’.
A todas luces las palabras no son el átomo o quark que andamos buscando. Basta observar y darse cuenta de ello: horn-ear, fisgon-ear, pal-ear, miruj-ear; pel-aje, person-aje, aterriz-aje, pais-aje, dren-aje; sill-a, gat-a, jarr-a, pal-a, just-a; y un sinfín de palabras más en las que observamos la recurrencia de un segmento: -ear, -aje, -a, entre los más de 300 que hay. Más bien, en sentido estricto, las palabras sí son el átomo porque se pueden descomponer más, hay que encontrar sus electrones.
Lo que los ejemplos nos muestran es que hay palabras como ‘sol y fin’ que pueden aparecer libremente, de hecho, les llamamos formas libres, aunque pueden ir acompañadas de otras formas: sol-es, sol-azo, in-sol-a-ción,; fin-es, fin-al, in-fin-idad. La mayoría de las palabras, sin embargo, aparecen obligatoriamente compuestas con otras formas:
ver-ídico
ver-dad
ver-osímil
ver-acidad
ver-dadero
ver-ificar
En las palabras anteriores muestro lo que en lingüística llamamos morfema, que no es más que otra manera de decir “forma”; así, decimos a-morfo (‘sin forma’), por ejemplo; morfe- viene del griego morphe, ‘forma’. Podríamos haber inventado formema, pero conservamos el helenismo —o grieguismo, si prefiere—. En esas palabras solo hay morfemas ligados, o sea, que necesariamente deben adjuntarse a otros morfemas. Por ejemplo, en ‘verdadero’ tenemos los siguientes morfemas, todos ligados: ver-dad-er-o.
Veamos -dad: bon-dad, humil-dad, herman-dad; -er(o) o -er(a): lastim-er-a, derrot-er-o, guerra-er-a, fregad-er-o. Notemos que la palabra ‘guerra’ tiene un significado distinto a ‘guerrera’ si bien comparten la misma raíz: guerr/a/. Cada morfema tiene su propio significado, aunque, en muchos, no podamos definirlo o definirlo con claridad.
Bien, el morfema es la unidad mínima con significado semántico del Lenguaje. Aun si no logramos reconocer ese significado plenamente, sabemos que hay ahí un significado: ver- y -dad tienen su propio significado, el de ver- relativo a ‘verdad’.
Por cierto, como curiosidad lingüística, es interesante que coloquialmente digamos “de veritas”, “de veras”, que escribimos como una sola palabra “deveras, deveritas”, y toda una reduplicación: “de a deveras” y su respectivo argot: “de a devis”. Verdad nos viene del latín veritas, y esta de ver-us. Desconozco el origen de esas formas coloquiales del español, así que no aventuremos hipótesis ¡por más seductora que se nos presente!
Y otra curiosidad es que el morfema ver- lo tienen las palabras a-ver-iguar y ver-(e)dicto, forma que, estoy segura, los abogados entenderán perfectamente (dicto, dictum de dicho, decir). Hay que decir que ya no reconocemos el morfema ver- en esas palabras. En estos casos, ya no es válido analizar la composición de la palabra con base en su procedencia o su partición morfémica.
Morfemas como ver- y cub- (‘cubo) se definen como formas raíz y son las que llevan el significado semántico digamos principal: cub-(í)culo, cub-oide, cub-ic-o.
Por último, no hemos de confundir morfemas con sílabas, partícula interesante y supuestamente universal en la fonología. Las sílabas, en sí mismas, tampoco tienen un significado semántico. No obstante, al igual que los morfemas como {sol} que coinciden con una palabra, hay sílabas que pueden coincidir con un morfema. Observemos las siguientes palabras cuyas sílabas están separadas por un punto, como se muestra en la
columna de la izquierda:
es.cri.bir (e)#-scrib-#-ir
ins.cri.bir in-#-scrib-#-ir
ads.cri.bir ad-#-scrib-#-ir
des.cri.bir de-#-scrib-#-ir
trans.cri.bir tran(s)-#-scrib-#-ir
*spi, *sco, *star, a diferencia del italiano. Nos daremos cuenta, entonces, de que un segmento del morfema, la [s] se desprende y se adjunta a la sílaba que le precede: in[s]-crib-ir.àEn la columna de la derecha aparece la segmentación de las formas de acuerdo a los morfemas que presenta: el morfema raíz es -scrib- cuyo significado está ligado a ‘escribir’, hacer/dibujar rayas, figuras, glifos. Notemos, por cierto, que el morfema -scrib- no corresponde a una sílaba legítima del sistema fonológico del español; esta lengua no admite sílabas que inicien con los sonidos consonánticos [sk, sp, st]
La [e] de escribir, no es un morfema, es un elemento vocálico que solo entra al rescate de la sílaba, y lo vemos en otras palabras, p.ej., (e)#star : in-#star, con-#star. Notemos que esa (e) no aparece con los otros morfemas prefijados, no decimos in(e)star ni con(e)star (ni ad(e)scribir).
Les dejo como regalo un espectrograma, el registro de la frase hay algo ahí enunciada oralmente frente a un espectrógrafo:
s