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Un diccionario único en su especie

05/02/2011

Angélica Gallón Salazar, El EspectadorTardó dos años en leer El Quijote. Don Rufino José Cuervo leyó con ensimismamiento y calma las páginas de Cervantes para hacer infinitas anotaciones sobre la manera como habían sido usados los verbos. Esa era la empresa que ocupaba al filólogo en el año de 1872. «El 29 de junio de este año, en plena fiesta de San Pedro y San Pablo, la casa de la calle 10 con cuarta, en donde don Rufino José había nacido, quedó vacía. Todos se habían ido a celebrar las fiestas y en esa soledad él decidió aventurarse a escribir su diccionario. Así lo registra en su libreta de apuntes», recuerda Edilberto Cruz, el académico que hoy a las 2:15 p.m. hablará sobre el Diccionario de construcción y régimen y su significado en el español actual, en el marco de El Festival de la Palabra, del Instituto Caro y Cuervo.Para entonces, don Rufino José ya había hecho una carrera en el campo de la lingüística y de la lexicografía. Había publicado la Gramática latina y las Apuntaciones críticas sobre el lenguaje bogotano, que se convirtió en su obra más reconocida y difundida por ser sencilla y correctiva. Sin embargo, este bogotano apasionado del buen uso de la lengua advertía que había dificultades muy específicas con el empleo de los verbos y sus complementos, que se dudaba, por ejemplo, de qué preposiciones se debían usar, por eso, disciplinado y solitario como era, se adentró en esta gran tarea. «Era un hombre difícil, malgeniado, enfermizo y muy retraído, pero meterse en una disciplina fue su liberación», añade Cruz. Una de las cosas que el gramático piensa en su momento es que el diccionario debe estar ejemplificado con autores de alta calidad que sean exclusivamente castellanos. «Ese detalle es muy interesante, porque a pesar de estar en tiempos de Independencia, cuando no se quería saber nada de España, era fácil notar cómo, en cambio, la lengua seguía siendo tradicional y muy apegada a la madre Patria», continúa el académico, quien por décadas trabajó con el Instituto Caro y Cuervo como director científico del proyecto ambicioso de completar la obra apenas comenzada por Rufino José.El más reconocido filólogo del siglo XIX sabía que su trabajo de más o menos 10 años, para el que había hecho una lista de 3.000 palabras y algo así como 22.000 papeletas, sería leído sólo por algunos. En el prólogo del diccionario incluso quedó consignado que él estaría muy contento con muy pocos lectores. «A Cuervo no le interesaba que su diccionario fuera para el público en general, y la verdad es que ni siquiera la gente culta consultó y consulta hoy el diccionario, porque es una obra muy difícil. Primero no se difundió, fue muy cara y difícil de comprender; bueno, tiene que estar uno muy enamorado de la lengua», comenta con gracia Edilberto Cruz, quien no tarda en advertir que a pesar de ser un documento impenetrable, fue y sigue siendo único en su especie. «Explicar la construcción y el régimen es original de Cuervo».Después de las penurias que durante su juventud había pasado Cuervo en casa, fruto de los efectos de las guerras que habían arrasado con la fortuna ahorrada por el padre, alguna vez vicepresidente de la República, su hermano, Ángel, montó una cervecería con la que tendrían para vivir con holgura. Ese negocio familiar les permitió a los dos hermanos irse a París, y allí en 1882 Cuervo terminó el primer tomo de su diccionario, que publicó en 1886. En el año de 1893 publicó el segundo tomo. Su proyecto vital, que era igual a decir su proyecto gramatical, se vio interrumpido por la enfermedad y con dos tomos completados murió en 1911, en París.La obra, sin embargo, se consideró de tanto valor que en 1940 se creó el Ateneo de Colombia, que organizó en su principio el Instituto Cuervo con la finalidad de continuar el diccionario. Luego, en 1942 se creó el Instituto Caro y Cuervo, que tuvo como mandato terminar la obra de Cuervo. El proceso no estuvo libre de pugnas, pues unos querían hacer del diccionario algo más abierto y más fácil de consultar, otros quisieron citar, más que autores castellanos, escritores americanos, pero después de acaloradas discusiones académicas, en 1994 se publicaron finalmente los ocho monumentales tomos del Diccionario de construcción y régimen, que hoy sobreviven a los afanes de su época y, como lo confiesa Edilberto Cruz, «son la mayor evidencia de que la gramática sigue viva y de que nunca fue más pertinente».