Sobre ustedes, vosotros, engodos y otros
Por Nicolás Guerra Aguiar De http://www.canariasahora.com A finales del mes de mayo había terminado de explicar a mis alumnos de un grupo de Bachillerato los pronombres personales. Hechas las correspondientes aclaraciones, comenté sobre el uso -en la mayor parte de las hablas de Canarias y en el español americano- de la forma “ustedes” como característica dialectal frente al casi generalizado “vosotros” de la península española, e hice hincapié en que en torno a trescientos sesenta millones de hispanohablantes la utilizan, con lo cual supuse que había quedado claro que la forma continental es minoritaria, cuantitativamente hablando. Por ello, añadí, la forma “os” y la segunda persona del plural de los verbos son inexistentes en Canarias, salvo La Gomera (en retroceso), pocas zonas de La Palma y algunas localidades del interior de Tenerife. Ya, de manera informal (estaba a punto de sonar el timbre de finalización de la clase), le pregunté a uno de los alumnos -canario, de padres y abuelos canarios- que si él usaba alguna vez la forma “vosotros”. Yo, por supuesto, esperaba un rotundo ¡jamás! Sin embargo, su respuesta fue precisa: "Sí, cuando quiero hablar correctamente".A mediados de curso, escribió otro alumno (también canario) en la pizarra la siguiente frase como su ejemplo para la concordancia sujeto-verbo: “Los niños os iréis a la playa con vuestros padres”. La explicación -ante tal comportamiento- casi la misma: “Ha de ser así porque quiero hablar correctamente”.Hace unos días, mientras descansaba tras el almuerzo (“la comida”), una voz de mujer en televisión hacía propaganda de las ventajas que ofrecen unos grandes almacenes para decorar al completo las viviendas de jóvenes parejas. Algo quedó absolutamente límpido: a pesar de intentar -y a veces conseguir- la pronunciación de la “c” (ante e/i) a la manera castellana, se notaba con diafanidad que ésta era forzada, toda vez que en momentos la señora seseaba con exquisita naturalidad.Estos tres inmediatos ejemplos me recordaron que, hace ya unos años, le dije a un alumno canario que había entendido mal a su profesora (no isleña) cuando en clase -denunciaba él- aquella lo forzaba a pronunciar la “c” a la manera peninsular, amén de casi obligarle al “vosotros”, precisamente "para un correcto uso de la lengua", según la enseñante. Hoy me planteo: realmente, ¿había entendido mal el alumno?Poco tiempo atrás, las madres canarias acompañaban a sus hijos a la playa y, con ellos, cogían pescados y burgaos que, posteriormente, guardaban en el balde para así entretener a los críos (los “chavales” de hoy) mientras ellas descansaban. Actualmente, ya con sus nietos (Yeray, Atamán, Ruimán, Añaterbe, Guacimara...) cogen caracoles y peces en los charcos para, después, mantenerlos en el cubo, aunque las señoras sequen tras el baño a algunos pollillos con la toballa. Y ya en la misma playa, cualquier viejo pescador o joven iniciado en las artes de la pesca ha de corregir al muchacho canario que espera pacientemente -pero con cierto morbo- a que lancen al agua a algún peninsular fantasmilla, repipón y enteradillo cuando aquel pescador le dice a su acompañante que engode a lo lejos, a ver si pican. (Conocí a un abuelo pescador que sólo comunicaba a los playeros canarios la llegada de aguavivas en medio de la seba. Y no es que fuera palanquín el hombre, era que no le salían las palabras medusa y alga, y sin proponérselo hablaba correctamente).Cuando en clase estudiamos las formas del pretérito indefinido (“comí”) y del pretérito perfecto (“he comido”'), los alumnos, mayoritariamente, no entienden la diferencia entre ambas formas porque ellos (a la manera de quienes consideran cultos, es decir, los peninsulares), usan con preferencia -y con incorrección muchas veces- la forma compuesta (“he comido”), aunque el proceso no tenga nada que ver con el momento en que hablan (por ejemplo, pueden referirse a hace una semana y, sin embargo, usan la forma del perfecto).Sólo menciono -para acabar con el listado de ejemplos- el modernísimo uso de los participios en “-ao” (inexistente, por otra parte, en Canarias hasta hace poco) que caracteriza a muchos de nuestros paisanos en un osado alarde de puesta al día en los usos y costumbres de quienes machacan insistentemente la lengua, a pesar de su autorizado uso.¿A qué se debe este comportamiento, que avanza con fuerza desde hace pocos años, y parece que se deja caminar como algo marcado por el hado fatal? Algunos colegas intentan explicarlo por la gran cantidad de horas que nuestros niños y jóvenes (“zagales”) pasan ante la televisión. Y a que, mayoritariamente, los héroes de los programas que les imponen hablan “correctamente”. (Por cierto, ¿no hay una Televisión Autonómica Canaria?).Para otros, entre los que me incluyo, las razones son tres, a saber: la primera, la absoluta pérdida de nuestras señas de identidad en un campo tan limitado como es el de nuestras características dialectales. O éstas desde las escuelas no se potencian, no se conservan tan siquiera, o se persiguen con un interés de desprecio (incluso por profesores isleños), de colonización o de absoluta ignorancia (“Entre nosotros digamos guagua, pero entre personas cultas digamos autobús”, he oído a algún profesor. ¡Qué disparate! ¡Qué incultura la del profesor!). Los pueblos que poseen lenguas -vascos, gallegos, catalanes- no sólo las estructuran, sino que las enseñan, las exigen, las trasladan a los niños en edad escolar para, a través de ellas, llegar a sentimientos de pueblo, de colectividad, de caracterizaciones peculiares. Y, con ellas, marcan eso que hoy se llama las señas de identidad, los elementos definidores de quienes mantienen el orgullo de ser europeos, pero también fortalecedores de la lengua y cultura maternas. En Canarias, que nos dejaron sin la primera, parece que todo se circunscribe a que nos alimentemos con harina de cereales o legumbres tostados (el 30 de mayo se puede llamar gofio) y, quien pueda, con algo de pescado San Cochado (cito textualmente), si lo pilla a buen precio, es decir, a pocas pelas (y no son argunos, no, quienes lo dicen: los hay la: hostia). A lo mejor es que los contenidos canarios (partes fundamentales de los currículos educativos) están confeccionados en este aspecto concreto por quienes consideran a Canarias una zona de malos hablantes necesitados de una moderna puesta al día. Viene a cuento sobre este particular la magistral enseñanza que el entonces catedrático de Lengua Española en la Universidad de Salamanca, don Fernando Lázaro Carreter, le trasladó a su alumno y mi gran amigo Luis Maccanti: "Canario", le dijo, "no se preocupe usted por la pronunciación de las ces y las zetas. Conserve usted ese bello seseo que caracteriza a los canarios". La segunda razón es bien sencilla pero dura, hiriente, y se apoya en comentarios de alumnos cuando se les pregunta que por qué no usan palabras como callao, cachetada, guagua (se oye, con frecuencia, autobús). La respuesta, demoledora: porque son palabras que usan sus padres, analfabetos. Sin comentarios.Y la tercera, que ya es para un estudio en profundidad: ¿no será que nuestra peculiar lejanía, nuestro abandono secular, nos han llevado a conservar eternamente ciertos complejos de inferioridad frente, por ejemplo, a la labia del peninsular?En conclusión, los pueblos que desprecian y abandonan esos elementos definidores (por mínimos que sean) y diferenciadores (ni mejores ni peores, sencillamente, distintos) respecto a otros, que no ahondan en sus interioridades para mantener enhiestos elementos que les caracterizan y les definen, están condenados a ser meros objetos de usar y tirar, como si de vacíos intelectuales se tratara.Quede claro, pues, que no podemos -ni debemos- olvidar nuestra cultura latina, ni a ese extraordinario elemento de comunicación que es el castellano que se extiende por Canarias desde el siglo XV y a lo largo de los primeros años del XVI se consolida. El mismo castellano o español que nos permite leer a Manrique, a Garcilaso, a Cervantes, pero también a Neruda, García Márquez, Juan Rulfo e, incluso, a otros más cercanos, como Cairasco, Viera, Pérez Galdós, Morales, García Cabrera, los Millares, Lezcano... Pero si bien es cierto que pertenecemos a una unidad lingüística como casi trescientos ochenta millones de hablantes (con todas sus variantes), no es menos cierto que la especial ubicación geográfica de Canarias convirtió a las Islas en punto de unión de culturas y lenguas o dialectos variadísimos. Mantener nuestros rasgos de pronunciación, nuestras especiales estructuras morfosintácticas y las variedades léxicas -guanchismos, portuguesismos, andalucismos o los entrañables americanismos- sin olvidar, como dije, la esencial fuente de comunicación que es el español, tal vez nos permita descubrir que, a pesar de todo, hay algo de lo que sentirse orgulloso en nuestra tierra. Así, no confundamos las irregularidades extendidas por doquier (jalar), con las correctísimas variedades dialectales canarias (balde, seba, ustedes, monifato, machango, más nunca, más nada...). Dejemos de lado los complejos y entendamos la lengua como algo mucho más rico, precisamente por su variedad.