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Santiago Kalinoswki: “El objetivo del lenguaje inclusivo no es que una palabra llegue al diccionario ni un morfema, a la gramática

10/08/2022
Daniel Giarone

El lingüista y lexicógrafo Santiago Kalinowski / Foto: Sebastián Pani

“¿No existe en el seno de cualquier idioma… la conciencia latente de que sería posible decir de otro modo lo que estoy diciendo, no solo cambiando el lugar y la entonación de las palabras, sino usando otras palabras?”, se pregunta Fabio Morábito en La soledad lingüística. Allí, y también acá, la lengua es algo vivo. Da cuenta de lo que sucede en el mundo, aunque muchas veces no sepamos muy bien qué es lo que sucede en el mundo.

La lengua está desde siempre entre nosotros, pero pocas veces como ahora se debate sobre ella. La irrupción del lenguaje inclusivo sacó la discusión del ámbito académico para colocarla en la calle. Los usos de la lengua, su constitución como espacio de disputa política y la capacidad del lenguaje para intervenir en la asignación de sentido, forman parte de ese mismo debate, que trasciende a la lingüística y a los entendidos.

“El objetivo del inclusivo no es llegar a la gramática o al diccionario sino producir un cambio en lo social; no están peleando para que una palabra llegue al diccionario ni para que un morfema llegue a la gramática”, advierte el lingüista Santiago Kalinoswki en diálogo con Télam.

Si la lengua es el campo donde se desarrolla la batalla pero no la batalla misma, ¿qué sucede con sus cambios?, ¿basta con la voluntad de un grupo o sector social para transformarla?, ¿qué efectos tiene institucionalizar el lenguaje inclusivo y cuáles prohibirlo?

Sobre todo esto conversamos con Santiago Kalinoswski, quien es Magíster en Lexicografía Hispánica y Director del Departamento de Investigaciones Lingüísticas y Filológicas de la Academia Argentina de Letras, aunque sus opiniones no reflejan necesariamente la de dicha institución.

― La lengua está desde siempre y no nos preguntamos demasiado sobre ella, al menos hasta ahora, que rompió el nicho académico y el debate sobre su uso está presente en los medios, en la agenda pública e incluso en el charla diaria ¿Por qué?

― Hay un debate que pone en cuestión algo que la gente siente propio. Entonces se convierte en una cuestión íntima y personal. El lenguaje inclusivo presupone que la lengua es machista. Así empiezan a tener un interés muy vivo cuestiones que antes sólo interesaba a los estudiosos: ¿Qué pasa con el cambio lingüístico? ¿Cómo se explica que la lengua se transforme a lo largo del tiempo? ¿Puede un grupo tomar la decisión consciente de cambiarla? Estas preguntas se volvieron interesantes para un público más general.

― A partir de esas preguntas, ¿cómo nace el lenguaje inclusivo? ¿Alcanza con la voluntad de un grupo de personas para transformar la lengua?
― El lenguaje inclusivo no es un lenguaje propiamente dicho sino una intervención muy específica, que consiste en cambiar cierta vocal en determinadas palabras y circunstancias. Tiene como antecedente la propuesta de Alvaro García Meseguer, quien en 1976 propuso utilizar la “e” como se la está utlizando hoy, haciéndose eco de una reflexión que llevaban adelante, desde mediados del siglo XX, lingüistas, filósofos y quienes comenzaron a plantear las cuestiones de género. Pero la primera intervención que fue adoptada de manera más o menos significativa fueron los desdoblamientos: “todos y todas”, “ellos y ellas”, “presidente y presidenta”. Así fue avanzando el debate, pero no podemos decir que haya alguien que inventó el lenguaje inclusivo.

― Pero sí se identificó el potencial que tenía la “e” para producir un cambio…
― Sí, claro. Ese morfema (la “e”) está asociado a una suerte de género neutro. Si pensamos, por ejemplo, en el pronombre “le”, es neutro en cuanto al género, solo marca plural o singular. También en adjetivos de dos terminaciones, como “grande”. Además, es una vocal de apoyo. Cuando necesitás hacer un plural de una palabra que termina en consonante la vocal que usas para apoyarte, y después poder poner la “s”, es la “e”. Es una vocal un tanto neutra en varios sentidos.

― Desde el punto de vista lingüístico, ¿el lenguaje inclusivo se reduce a cambiar la “o” por la “e”?

― No. Hay variantes. El primer capítulo del lenguaje inclusivo fue el desdoblamiento sistemático (“todos y todas”). Cuando esto resultó un poco pesado se busco la @, una “o” dentro de una “a”. Pero esto solo servía para la escritura, ya que decirlo era otro tema. Además, se lo consideró binario. A partir de la sanción de la ley de Identidad de Género, en 2012, comezó a ganar terreno a “x”. Una manera de marcar la neutralidad sin que el grafema elegido sea una síntesis de lo binario. La “x” es una cruz, es como un asterísco, que también es utilizado como variante. Después sí apareció la “e”, un morfema asociado a la neutralidad de género y que permitía intervernir la lengua oralmente.

― Hay quienes plantean que la “e” permite el masculino, en “pibes” por ejemplo,  pero invisibiliza la “a”, que es una marca del femenino.

― Algunos feminismos plantean que es una nueva invisibilización de la “a”, ahora no a manos de la “o” sino de la “e”. Es un debate que está activo y que abre muchas posibilidades. Hablar todo con “a”, por ejemplo. En todo caso se trata de una manipulación de la morfología para lograr un efecto expresivo. Podemos definir incluso de esta manera al lenguaje inclusivo, que puede tener que ver con la toma de conciencia sobre la persistencia de las desigualdades de género, una manera de lograr que otras personas se involucren en la lucha contra esas desigualdades.

― En una entrevista sostuviste que el lenguaje inclusivo “no es un fenómeno de cambio lingüístico sino que es un fenómeno retórico” ¿Por qué?
― Una cosa es un fenómeno que se vuelve gramatical, que crea una regla en el idioma. Por ejemplo: a un sustantivo le agregás “s” y se convierte en plural. Entonces puedo decir que si tengo un adjetivo y le pongo la “e” se convierte en neutro respecto al género. Pero no es tan fácil que yo manipule la morfología para crear un impacto en el espacio público y que eso se convierta en una regla compartida por 600 millones de hispanohablantes. A esto me refiero con que no es un fenómeno lingüístico. Es un fenómeno retórico, que es el arte de lograr determinados efectos en el otro a partir de la manipulación de la forma. No es lo mismo decir “el sol” que “el astro rey”. El referente es el mismo, el efecto es otro. El efecto es político, social, de toma de conciencia.

― Depende de quien habla, entonces

― Claro. No está gramaticalizado. Vos ponés la “e” y no confirmás una regla en todos los hablantes. Lo que sí sucede es que los hablantes pueden agregar palabras a su repertorio. Tenemos una lista de palabras en la cabeza y es muy fácil agregar una. No agregamos una regla válida para todas las palabras, lo que agregamos es una palabra. A esto podemos llamarlo léxico. En el diccionario se ponen las palabras que usamos, pero nadie desconoce qué significa “todes”. Se convirtió en una palabra del español. Esto quiere decir que tiene todo para formar parte de la lista de palabras disponibles para hablar. Con el inclusivo no se está agregando una regla gramatical, se están agregando ciertas palabras, como “todes”, “chiques”, “amigues”, y el artículo, como en el caso de “les estudiantes”, por ejemplo.
“Hay que dejar de pensar en la escuela como es lugar donde los chicos van vacíos y salen llenos”.

― ¿Las luchas pueden cambiar la lengua?

― No es posible ni plausible ni esperable que un sector de la sociedad pueda intervenir la gramática de cien millones de hablantes. La lengua no funciona de esa manera. Por otro lado, el objetivo del inclusivo no es llegar a la gramática o al diccionario sino un producir un cambio en lo social, en las leyes, en las prácticas. No están peleando para que una palabra llegue al diccionario ni para que un morfema llegue a la gramática.

― Desde ministerios hasta universidades están adoptando el lenguaje inclusivo en sus comunicaciones o discursos públicos ¿Cuál puede ser su efecto?
― El efecto es limitado. Son recomendaciones. Por ejemplo, las universidades que aceptan el lenguaje inclusivo en general lo hacen en el sentido de que si lo usás en un parcial no te bajan la nota. Después hay distintos grados de intervención.

― ¿El uso de la “e” radicaliza el uso del lenguaje inclusivo?

― Es una manera de espectacularizar un reclamo. Una persona está hablando de cualquier cosa y de repente usa la “e”. La mitad del autidorio abuchea, la otra mitad aplaude. Entonces el inclusivo se convierte en el centro de lo que está diciendo. Y este es uno de los efectos que busca este tipo de intervenciones, porque es ahí cuando los temas de género se colocan en la superficie. 

¿Cuánto tarda en cambiar la lengua?

Si para que el lenguaje cambie no basta con el deseo o la voluntad de un sector de la sociedad, por más poder que tenga, ¿cuánto tiempo tarda en cambiar una lengua? Para Santiago Kalinoswki “es muy dificil saberlo, ya que la lengua está en permanente interacción con un sistema complejo de otros factores”.

El lingüista detalla que los cambios tienen que ver con cuestiones tan amplias como “quién es tu vecino, con qué hablantes tenés contacto o con el acceso a la alfabetización. No es igual en un lugar que en otro, en Buenos Aires que en Córdoba, en Santiago de Chile que en Bogotá. Por eso no se habla igual en dos regiones diferentes, aún compartiendo el mismo idioma. Hablamos siempre una variedad de la lengua”.

Según el experto, hoy “estamos antes cambios linguísticos modestos, por ejemplo, simplificaciones sintácticas. Se dice cada vez más ‘si sería’ en lugar de ‘si fuera, lo que no cambia el contenido de la comunicación”.
¿Por qué los cambios leves? “Porque estamos alfabetizados, tenemos acceso a la comunicación, vemos la tele y pasamos por cinco variedades del español y las entendemos a todas. Es un momento en el que hay mucho menos aislamiento y en el que tenemos un gran anclaje en la escritura, que es una manera donde se convienen las diferencias”. 

Lenguas vivas, lenguas muertas

“Hay lenguas que han muerto, que es lo que sucede cuando se muere el último hablante. Pero hay otras, como las lenguas indígenas, que todavía tienen muchos hablantes nativos. Son lenguas a las que les está pasando lo mismo que a cualquier otra: incorporan palabras de otras lenguas cuando están en contacto con ella”, explica Kalinoswki.

Al igual que el idioma español con el árabe, el italiano, el inglés y el francés, las lenguas originarias en nuestro país tienen contacto con el español e incorporan palabras de este. “Es uno de los síntomas de que son lenguas vivas, incorporan léxico”, explica el especialista y agrega que “tienen hablantes propios, una comunidad que se renueva, descendientes que aprenden esa lengua en su casa. Una lengua que tiene hablantes vivos no puede no cambiar, sobretodo en su léxico”.

Pero cambiar no significa debilitarse. Mucho menos desaparecer. “El día que los hablantes en español necesitamos una palabra la incorporamos, no nos importa si le gusta o no a la Academia Española. Por ejemplo, linkear. Agarramos una palabra del inglés, le pusimos los formantes verbales del español y la incorporamos, así como antes hicimos con ‘almohada’ del árabe”, recuerda. 

Entre la calle y el diccionario

― El gobierno de la ciudad de Buenos Aires dispuso que no se use el lenguaje inclusivo en las escuelas públicas y lo relacionó con el resultado de las evaluciones en Lengua. ¿Hay una relación directa entre lenguaje inclusivo y aprendizaje?

― No hay ninguna relación. Se asoció el lenguaje inclusivo a las dificultades con la lectura y la escritura. El argumento era que en esa etapa del apredizaje había que usar la “lengua correcta”. Es absurdo sostener que el uso difuso y esporádico que puede tener el inclusivo en la escuela tenga la posibilidad de intervenir en algo tan complejo como es el proceso de aprendizaje. Creo que en la prohibición hubo algún tipo de deslinde ideológico, sin ningún tipo de relación con el aprendizaje en sí. Fue un acto demagógico que se llevó a cabo prohibiendo algo que no es otra cosa que la expresión política de una persona. 

― ¿Se puede imponer una forma de hablar? ¿Qué ocurrió con el intento de erradicar el voseo?

― Durante el siglo XX nos quisieron enseñar a no hablar de “vos”. Todos los manuales decían Yo, Tú, Él, Nosotros, Vosotros, Ellos. Era una conjugación que utilizaba el 5 % de la población. Los materiales de estudio estaban escritos así, las clases se supone que se daban así, cuando uno daba una lección en la escuela debía olvidarse de su pronombre y decirlo así. A pesar de todo eso nadie dejó de hablar de vos. Hay que dejar de pensar en la escuela como ese lugar donde los chicos llegan vacíos y se van llenos.
“La lengua está fuera del control de cualquier actor centralizado”.

― Si nadie por sí mismo puede cambiar la lengua, ¿cómo cambia el lenguaje?
― La lengua está fuera del control de cualquier actor centralizado. Nadie puede decir “yo quiero que la lengua vaya por acá”. Porque aun haciéndolo, los hablantes después hacen lo que quieren, como sucedió con el voseo. En contra del voseo no había un grupo de militantes sino la Real Academia Española, la Academia Argentina de Letras, el Ministerio de Educación, la industria editorial a través de libros y manuales escolares y la industria de medios prohibiendo, por ejemplo, el uso del pronombre vos en la radio. Nada de todo eso pudo hacer que los argentinos dejáramos de tener al voseo como parte de nuestra lengua.

― ¿Cuál es la disputa en torno al lenguaje inclusivo?

― No se dirime allí el futuro gramatical de la lengua. Estamos ante un rasgo que se asocia a un discurso propio de la lucha por la igualdad de género. El lenguaje inclusivo es una configuración discursiva de una lucha política, social y cultural. Toda lucha política está rodeada por su discurso.
― ¿El mundo define al lenguaje o el lenguaje define al mundo? ¿Cambia nuestra visión del mundo según cómo hablemos?

― Los lingüistas abandonaron la idea de que la cosmovisión cambia radicalmente según la lengua que usas. Lo hicieron por una mirada donde hay fenómenos de contraste entre una lengua y otra que sí se pueden comprobar, y que tienen que ver, por ejemplo, con el modo en que se metaforizan el tiempo y el espacio. En español decimos “mucho tiempo” y lo pensamos como una cantidad. Pero en inglés, y también en otras lenguas, es al revés. Ellos pueden decir much time o a long time. Es decir, lo piensan como una distancia. El viejo relativismo de que el mundo cambia según la lengua que hables se ve reducido a esto. Por otro lado, siempre que los humanos hemos querido cambiar algo del orden social utilizamos la lengua para hacerlo. Pero usar la lengua para cambiar el mundo no es lo mismo que creer que por cambiar la lengua ya cambiamos el mundo.