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Richard Simcott: “Hablo más de cincuenta lenguas”

12/08/2022

Richard Simcott: ‘En casa hablamos cinco idiomas’ / Foto: Einar Falur Ingólfsson/The Guardian

Desde muy joven me fascinaron los idiomas. Crecí en Chester, de padres nacidos en Merseyside, con herencia galesa e inglesa. Absorbía las palabras galesas que me enseñaba mi abuela y repetía el acento escocés de mis parientes.

Recuerdo unas vacaciones en España, a los siete años, cuando dos niños me preguntaron si hablaba noruego. Cuando no pude responder, se marcharon, dejándome triste. De vuelta a casa, buscaba en las tiendas viejos libros de idiomas y disfrutaba probando todas esas palabras diferentes para expresar lo que tenía en la cabeza. Me parecía increíble, y todavía me lo parece.

En el instituto, hice el GCSE de español y luego el A-level. A partir de ahí, se convirtió en una forma de vida. Hice una licenciatura en idiomas en la Universidad de Hull, donde estudié francés, español, italiano y portugués. Asistí a clases de sueco y de islandés antiguo, y realicé intercambios lingüísticos de rumano y catalán. Fui a Lyon, a jugar a los dardos con los becarios franceses de gas y electricidad que compartían mi alojamiento, y luego a Málaga. Pasé una temporada en Verona, donde leí la Biblia en italiano (nunca la había leído en inglés).

Después de la universidad, trabajé como au pair en Alemania, y finalmente estudié alemán. Fui en bicicleta a los Países Bajos, donde aprendí holandés, y luego tomé clases de ruso en España y un diploma de checo en Praga. Me apunté a una escuela nocturna de griego en Rotterdam y tomé clases de árabe en Leiden. Resultó que hablar un idioma en el extranjero con gente local era una forma ideal de aprender, sobre todo en una época anterior a la internet.

Viajar para aprender un idioma se convirtió para mí en una aventura, con enormes emociones y, por supuesto, con momentos más solitarios y complejos. He descubierto que la velocidad de aprendizaje depende del idioma y de la intensidad con la que lo estudie. Si es similar a un idioma que ya hablo, descubro que puedo utilizarlo de forma comprensible, aunque quizás no pulida, en cuestión de semanas.

Los idiomas también han tenido un gran impacto en mi vida personal. En 2003, durante un viaje en tren por los Balcanes, conocí a mi futura esposa: ella es macedonia, licenciada en lenguas y literatura eslavas del sureste. Volví al Reino Unido y conseguí un trabajo en el Ministerio de Asuntos Exteriores, donde utilizaba los idiomas para relacionarme con los diplomáticos. Me trasladé a Skopje y Sarajevo, en los Balcanes, y a Chișinău, en Moldavia, y aprendí la jerga local.

Cuando nació nuestra hija, en Chester en 2007, le hablábamos en inglés, francés y macedonio. Al año, ya podía decir frases de tres palabras en tres idiomas. Introdujimos el alemán y el español. Todavía hablamos los cinco en casa.

Nos mudamos a los Balcanes en 2010. Estudié turco y albanés y me empapé de contenidos ―televisión, música, radio, memes y chistes― de Serbia, Croacia, Bosnia, Montenegro y Bulgaria. Ahora que vivo aquí, sólo hablo inglés para el trabajo o con los amigos por internet. Cuando me presentan a alguien, a menudo me piden que diga los idiomas, como si fuera un truco de fiesta, y me lo tomo con calma. Al fin y al cabo, no es habitual.

Me han descrito como una de las personas más multilingües del Reino Unido, lo que es muy halagüeño. He estudiado más de 50 idiomas. Suelo utilizar 15 semanalmente y más de 30 en un año.

Durante el confinamiento por el coronavirus, hice cursos cortos de sami del norte, escocés, coreano e irlandés. Me uní a grupos de conversación y me examiné de córnico. También hice un estudio intensivo de un mes en estonio y me entrevistaron sobre la experiencia ―en el idioma― en la televisión estonia. En 2013, fundé la Conferencia Políglota anual. También abogo por las lenguas vulnerables, indígenas y en peligro de extinción.

Tener un mundo de lenguas ahí fuera y no aprenderlas es como ver la televisión en blanco y negro y no saber que hay color. Me seguirán enriqueciendo toda la vida.

Lo más importante de aprender idiomas es la capacidad de tender puentes con otras personas. Te permiten experimentar dimensiones y percepciones que de otro modo nunca habrías considerado.

(Según narrado a Deborah Linton)