Rey Naranjo, la editorial que arrancó hace más de una década con “El origen de las palabras”
Raúl Zea, Carolina Rey y John Naranjo los socios de la editorial que arrancó con “El origen de las palabras”
Hay distintas maneras de llegar al libro. Por la biblioteca familiar que tapiza la pared del living de casa. Por un profesor o un cuñado que nos acerca un ejemplar de Salinger. Por los cómics que cuelgan en los puestos de diarios. Por la entrevista radial a un autor que nos interpela con sus palabras. O, más acá, por el reel de promoción de una novedad editorial. John Naranjo no llegó al libro por ninguno de esos caminos. “En mi casa no éramos grandes lectores de chicos”, dice por videollamada desde la oficina de Rey Naranjo Editores, en Bogotá, Colombia. “Mi acercamiento a los libros, en primera instancia, es técnico. Yo hice la secundaria en un taller de artes gráficas. Primero fue el enamoramiento del libro como mercancía, como producto industrial”.
John Naranjo entró al taller de artes gráficas a los 11 años y, en sus palabras, aún no salió. “Desde muy chico tuve la concepción de querer saber todos los procesos del libro”, explica. Tanto en el bachiller como en los primeros años como estudiante de Diseño Gráfico en la universidad, aprendió a hacer libros con técnicas analógicas, predigitales, de impresión: fotomecánica, texto linotipo, tipografía móvil, con taller de cilindro. La computación gráfica le llegó en el segundo año de la universidad: una revolución social y personal antes que el siglo XX apagara la luz. “En Diseño Gráfico nunca imaginé que iba a tener una dedicación tan grande con el libro. Yo hice mucha marca, los noventa fue la década de la marca, de la creación de signos. Trabajé en publicidad y en diseño para música y moda. Hice catálogos, discos, cedés. Más de 70 discos con artistas locales como Andrés Cepeda, Galy Galiano, y muchos de música vallenato”. Sin embargo, John Naranjo nunca dejó de pensar libros. “En la agencia de publicidad yo era el único que me dedicaba a hacerlos”, dice.
Después de ese periplo en publicidad y en diseño para música, Naranjo entró a trabajar en diseño para Número, una revista cultural de Colombia que durante los noventa y principios de los 2000 fue un acontecimiento para el campo intelectual de la región. “Ahí empiezo a acercarme al quehacer editorial desde el texto. A leer mucho, ficción, ensayo, crónica. En Número, trabajando con Diego Maral, que es un diseñador muy prestigioso, tuve un adiestramiento como editor de mesa. Y ese saber lo perfeccioné en la revista El Malpensante”.
El paso siguiente de Naranjo fue trabajar como director gráfico en el diario El Tiempo. Ahí publicó libros de cocina, de manualidades, atlas. Un aprendizaje ligado a la parte proyectual del mundo editorial, a la dimensión jurídica, sea en el establecimiento de los contratos como en los presupuestos y los cronogramas para cumplir con los tiempos de entrega.
Dentro del universo de editores independientes, el recorrido de John Naranjo es una rareza: la forma antecede al contenido, lo concreto a lo abstracto, lo visual a las palabras. Sin embargo, con el tiempo, la editorial Rey Naranjo se destaca por publicar literatura y textos de indudable calidad literaria. Todo ese camino paralelo, zigzagueante, manual, fue lo que llevó a John Naranjo a pensar en una editorial propia. Mejor dicho, a armar un triunvirato de socios —junto a Carolina Rey y Raúl Zeá— para crearla y sostenerla en el tiempo.
El primer libro que publicaron en Rey Naranjo nació sin sello, pero con estrella. “Desde que trabajé en Número tenía ganas de publicar a Ricardo Soca, lo conocí ahí, un autor uruguayo que publicaba etimologías, un material que circulaba en internet. Ese fue nuestro primer libro, Origen de las palabras. Lo publicamos en Colombia, pronto se volvió un best seller, entró a las listas de más vendidos de no ficción.” El éxito comercial de Origen de las palabras fue un empujón, un gesto de aliento para John Naranjo; una confirmación de que no debía salir del taller de artes gráficas o, si lo hacía, que fuese empujando una carretilla cargada con cajas de libros de la editorial que llevara su nombre. “El primer título fue una cosa muy alentadora. Funcionamos. Con ese primer libro decidimos fundar la editorial, hace 13 años”.
Naranjo trabajó durante cinco años en El Malpensante, desde 2000 a 2005. La revista fune una de las que impulsaron el boom de la crónica latinoamericana y ayudó al descubrimiento de varios autores del género. “Ahí hice la maestría de editor de mesa”, dice. “Nosotros hacíamos la revista, pero lo que verdaderamente nos sostenía eran los proyectos editoriales. En cinco años hice casi 500 libros”.
Una editorial, ante todo, es una empresa: pequeña, mediana, grande, pero empresa al fin. Y el lenguaje de las empresas son los números. Según John, los números de la editorial son los siguientes: 150 títulos publicados durante casi 13 años. De esos 150 títulos, estima, se vendieron alrededor de 2 millones de ejemplares. De varios de esos libros han vendido los derechos a 40 países. “Por nuestra naturaleza un poco desenfadada de lo que debe ser un libro, editamos variado: cómics, infantiles, novelas, cuentos, crónica, ensayos. Eso hace que tengamos un espectro amplio”.
Dentro del catálogo, se destacan títulos como la crónica Verde tierra calcinada de Juan Miguel Álvarez, la crónica-ensayo El chavo del 8 de Juan Fernando Hincapié y la guía alternativa Bogotá local, una antología de varias voces para perderse y encontrarse en la ciudad. “Muchos proyectos editoriales están vinculados a la realidad del país, un adiestramiento que traigo de mi paso por El Malpensante: la guerra, la violencia, la tenencia de tierra, las raíces políticas, son temas muy propios de Colombia”, dice John. Otro fuerte de la editorial es el cómic. “Fuimos pioneros editando [cómic] industrialmente acá en Colombia. Nuestro quinto título fue una novela gráfica sobre Gabo. Y ese libro lo vendimos en 27 países, Grecia, Turquía, Italia, por ejemplo. El cómic nos abrió puertas internacionales muy importantes. Lo seguimos publicando. Por año vendemos 2.000 ejemplares”.
Los títulos que Rey Naranjo preparó para la última edición de la Feria Internacional del Libro de Bogotá (FILBo) dan cuenta de su versatilidad. Figuran libros infantiles como La historia más veloz que el viento, sobre Tatiana Caledrón, automovilista colombiana y primera mujer en correr en la Fórmula 2; o Dark Chapter, de Winnie M Li, ganadora del Not The Booker Prize de The Guardian, una novela con foco sobre la violación, con una visión femenina sobre ser victimizada por el sistema juridico; o la novela Cómo existiese el perdón de la argentina Mariana Travecio. “Buscamos autores que se le escapen a las grandes editoriales. No se les escapan por mucho tiempo. Por ejemplo, Dolores Reyes [autora de la casa por medio de un convenio con Sigilo de Argentina] ya publicó por Alfaguara, un acuerdo millonario”, dice.
Según John Naranjo, un libro de la editorial debe tener “pertinencia social, que sea un tema que involucre verdaderamente a la ciudadanía, a la discusión de lo que está pasando”. En esa línea, destaca dos libros que acaban de lanzar. El ensayo Niñapájaroglacial de Mariana Matija, una autora colombiana muy seguida en redes. “Ella es una gran guerrera del consumo responsable. Políticamente está muy estructurada en ese tema, y en una ciudadanía responsable”. El otro libro que nombra es Testigos del fin del mundo de Javier A. Rodríguez-Camacho, un estado del arte entre el 2010-2020 sobre el movimiento de la música independiente en hispanoamérica.
Rey Naranjo, en sus palabras, “es una herramienta política, de trabajo social a través de los libros. Nuestros libros traen discusión, argumentos a los lectores, son nuevas ficciones sobre temas de la realidad, sin ser necesariamente breaking news.”
John no reniega del mote de editor independiente. “Nos queda bien”, dice. Sin embargo, aclara que son un editorial familiar más que una editorial independiente. “En la editorial somos 10 personas. El trabajo con los autores es muy cercano. Hay un concepto de curaduría. Estamos muy involucrados dentro del desarrollo de los libros. Todos los procesos siguen siendo muy artesanales. Aunque trabajamos con talleres de imprenta grandes, también tenemos la oportunidad de trabajar con talleres pequeños que han sobrevivido”
El sintagma “editorial independiente” les sirvió como carta de presentación, para pensarse dentro de un universo editorial donde conviven junto a Impedimenta, Nórdica, Sexto Piso, Godot, El Cuervo, Laurel, Laguna y Luna, entre otras. John celebra el auge de nuevas y novísimas editoriales. “Después de nosotros hay una explosión de editores independientes. Editores más emergentes. Fanzineros. O editores que están en contra de circular por librerías. Chicos más jóvenes que tienen una visión más subversiva de lo que debería ser una editorial, lo cual también es positivo. Hay más variedad”, dice.
Luego, John enumera problemas: el aumento del precio del papel durante la pandemia, la lucha del libro por la atención del lector, la competencia contra la Inteligencia Artificial, el iPad, los videojuegos, las plataformas digitales. Y, en particular, señala uno de los inconvenientes más significativos que enfrentan las editoriales independientes de Colombia: la escasez de librerías. “Creo que hay 150 librerías para 50 millones de habitantes”, dice. “Hay ciudades de 400.000 personas sin librerías. Hay dos cadenas, Panamericana y Nacional. Entre ellas son el 70% de la circulación en librerías. Para una editorial pequeña sin grandes estructuras logísticas, ayudan. Random y Planeta están en tiendas de grandes superficies: Jumbo, Carrefour. Nosotros no”.
- ¿El Estado tiene alguna política de fomento?
- Acabamos de salir de un Gobierno de ultraderecha, con cero conciencia de la edición independiente, de la edición del país. Las compras públicas en los últimos cuatro años fueron nulas. Un Gobierno de ultraderecha que solo veía a los grandes editores, grandes empresas, grandes presupuestos. Ahorita está todo en ciernes. Hay un programa que se llama Reading Colombia, que busca promover autores y obras locales. Pero solo mueven 8 ó 10 libros al año, con una bolsa de recursos escasa para la circulación internacional.
- ¿Y con el nuevo Gobierno de Petro hubo cambios?
- No sabemos. Teníamos una ministra de Cultura y la cambiaron. Cambiaron todo el equipo técnico de ese ministerio. Aun no se han formulado compras públicas u otras políticas. Aquí también somos desafortunados, para el Estado sólo existen las bibliotecas. Son unas entidades muy dinámicas, pero no solo de bibliotecas vive el libro.
- ¿De qué otras cosas vive el libro?
- No sólo es de qué vive el libro, sino quién o qué vive del libro. El libro es la industria creativa por naturaleza. Arrastra correctores de estilo, fotógrafos, imprentas, escritores, ilustradores, traductores. Es el vehículo cultural por excelencia. Y el libro vive de la difusión de los autores, de la venta de derechos internacionales, de las traducciones, de las adaptaciones de los libros a las plataformas digitales, de entretenimiento audiovisual. Yo creo que una revolución en las plataformas digitales/audiovisuales es que están basadas en una gran calidad de la escritura literaria. Aunque, por supuesto, escribir guiones para cine y series es diferente, la base de todo eso está en los libros.
John Naranjo sigue creyendo en los libros. A pesar de que el contexto lo desencante, por momentos, los sigue considerando una herramienta de transformación. Cuando agarra una caja con la trilogía de Ricardo Soca, sonríe. Habla del material, del diseño, del contenido, de la cantidad de ejemplares vendidos.
“Tenemos muchos frentes de lucha”, dice sin perder la sonrisa. “Pero es paradójico, porque va mejorando, va en ascenso. Venimos de tan abajo que siempre estamos mejorando. Mi experiencia es que la gente lee más que hace 15 años. Hace 30 años que estoy en el mercado editorial colombiano y veo más lectores, más librerías, más gente haciendo libros”.