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Quema, aprieta, hinca: el vocabulario que usas para nombrar el dolor afecta tu salud

31/07/2022
Cameron Walker

Justin J Wee para The New York Times. Estilismo de utilería: Caroline Dorn

El dolor apareció hace unos años, primero lentamente y luego de golpe. Me ardía la cadera derecha, me dolía la espalda. Pasé de correr con mis hijos a no poder caminar por la cuadra. Acudí a médicos, me hice pruebas, clasifiqué el dolor en una escala del uno al diez, lo que me parecía sacar un número —el mío era el siete— de un sombrero. No aparecía ninguna enfermedad ni lesión, solo la erosión física de los múltiples embarazos y la edad.

En lugar de un número, el dolor parecía más bien una represa que se rompía ante la creciente avalancha de dolor. O algo parecido. Es difícil poner en palabras un sentimiento abstracto, pero que lo engloba todo. Pero, aparte de las a menudo ambiguas escalas de dolor del 1 al 10, las palabras son las principales herramientas que tenemos cuando la gente nos pregunta cómo nos sentimos. Y lo que decimos —a ellos y a nosotros mismos— es importante: varios estudios sugieren que las palabras que empleamos al hablar del dolor pueden hacer que lo sintamos más intensamente o que lo disipemos.

Piensa en decir palabrotas. Si te has dado un golpe con el dedo en la puerta, decir una palabrota puede proporcionar una forma colorida de alivio del dolor. En un estudio realizado en 2020, científicos británicos descubrieron que el uso de palabrotas reales era más analgésico que las falsas (como “pucha” o “miércoles”) o una palabra neutra, aunque sus efectos desaparecen con el uso excesivo.

No hay palabras mágicas que hagan desaparecer el dolor, pero los expertos en dolor afirman que prestar atención a las palabras que usamos para nombrarlo podría ayudar a determinar cómo lo experimentamos.

Cambiar de idioma modifica el dolor

Decir palabrotas parece limitado cuando se trata de combatir el dolor a largo plazo. Pero algunos idiomas también lo son. Hay muy pocas palabras en inglés —hurt/lastima, ache/duele, sore/hiere— que describan el dolor directamente. Otros idiomas tienen a menudo palabras e ideas que captan algo más claramente que las nuestras, como weltschmerz, una especie de cansancio del mundo en alemán, o wabi-sabi, una aceptación de la imperfección en japonés. ¿Podrían otras lenguas ayudarnos también con el dolor?

Para algunos, cambiar de idioma mientras se siente dolor podría ser ligeramente anestésico. Un estudio sobre bilingües español-inglés reveló que las personas sentían menos dolor cuando hablaban la lengua vinculada a su cultura menos dominante. Los que hablan más de un idioma podrían considerar su dolor a través de sus otras lentes culturales y lingüísticas para ver si una perspectiva diferente ayuda.

Sin embargo, traducir el dolor puede hacer que incluso los políglotas se sientan incomprendidos. El fisioterapeuta y neurocientífico Saurab Sharma y sus colegas compararon cómo describían el dolor crónico los nepalíes y los estadounidenses. Descubrieron que los habitantes de ambos países compartían pocas palabras en torno al dolor. Los nepalíes rara vez utilizaban expresiones como “sharp/filoso” o “throbbing/punzante”, que son comunes en inglés.

Asimismo, el nepalí tiene varias palabras para referirse al dolor que no tienen traducción directa al inglés, como kat-kat, una sensación de dolor que puede sentirse profundamente fría. Sharma, investigador de Neuroscience Research Australia, en Sídney, sabe de una paciente que regresó a Nepal en busca de médicos que pudieran entender el kat-kat que sentía en su rodilla.

En cualquier idioma, tener problemas de comunicación puede retrasar el diagnóstico e impedir que la gente reciba la atención que necesita. Y además añade otra carga: el peaje emocional de no sentirse comprendido.

Las metáforas son más poderosas de lo que crees

Hay otras formas de hablar del dolor, incluso sin descargar Duolingo. El lenguaje figurado nos permite comparar sentimientos abstractos —incluido el dolor— con cosas más familiares y concretas, explica Elena Semino, lingüista de la Universidad de Lancaster, Gran Bretaña. Esto nos ayuda, a nosotros y a los que nos rodean, a dar más sentido a nuestro dolor, lo cual es un paso para sentirnos mejor.

Algunas metáforas del dolor —como “quema” o “apuñala”—, son tan comunes que ni siquiera las notamos. Otras son más elaboradas. Una encuesta realizada a personas con dolor crónico reveló que el 85 por ciento relacionaba el dolor con un daño físico. Las descripciones incluían “un gigante aplastando mis huesos” y “como si me hubieran atropellado, y el coche diera marcha atrás encima de mi cuerpo y me volviera a atropellar”.

Algunas metáforas comparan el dolor con un atacante externo, lo que puede proporcionar cierto alivio temporal. Ver el dolor de esta manera da a algunos un enemigo contra el que luchar y crea distancia entre ellos y el dolor, dice Imogene Munday, psicóloga e investigadora del dolor crónico en la Universidad Tecnológica de Sídney y autora principal del estudio.

Pero ella y otros observan que estas metáforas pueden ser —aquí hay otra— un arma de doble filo.

Como un ataque externo, el dolor puede parecer más amenazante y fuera de tu control, afirma Jasmine Hearn, profesora titular de psicología de la Universidad Metropolitana de Manchester, Gran Bretaña, que trabaja con personas con lesiones medulares y dolor crónico. Estos sentimientos se traducen en más preocupación, lo que puede hacer que el dolor se sienta aún peor.

Pon tus palabras a trabajar

Tener cuidado con las metáforas puede interrumpir esta espiral de dolor. Con este fin, Semino y sus colegas desarrollaron un menú de metáforas para el cáncer —reformulándolo como un viaje, un jardín lleno de maleza, incluso una atracción de feria giratoria— que también podría aplicarse al dolor crónico.

Después de varios meses de dolor, la causa seguía siendo imprecisa: ¿eran las hormonas, los problemas articulares, un suelo pélvico sobrecargado después del parto? Sea cual sea el motivo, la preocupación por el dolor frenaba mis progresos mientras intentaba fortalecerme.

Las cosas empezaron a cambiar cuando un nuevo fisioterapeuta describió el dolor no como una amenaza, sino como una información que podía utilizar. En lugar de sentirme abrumada, sentí más curiosidad. Me preocupé menos por el dolor y, con tiempo y esfuerzo, empecé a hacer de nuevo las cosas que me gustaban.

Prestar atención a la metáfora también puede ayudar a la gente en una escala más amplia. Stella Bullo, profesora titular de lingüística en la Universidad Metropolitana de Manchester, está recopilando una base de datos de metáforas sobre el dolor causado por la endometriosis. Bullo, cuya endometriosis no fue diagnosticada durante casi dos décadas, dice que espera que poner estas metáforas a disposición de médicos y pacientes pueda ayudar al diagnóstico.

Mapear las metáforas del dolor incluso podría dar pistas sobre el modo en el que funciona la enfermedad, dijo Bullo. “Las metáforas que usamos para describir nuestro dolor pueden ser indicativas de los mecanismos internos del dolor que ocurre en nuestros cuerpos”.

Encuentra tu voz y encuentra el alivio

A veces, sin embargo, es difícil encontrar palabras. Recurrir a otras formas de expresión puede tender un puente hacia el alivio.

Bullo y sus colegas organizaron talleres en los que se proporcionaban suministros de arte, desde arcilla para modelar hasta agujas, a quienes tenían endometriosis. Las participantes afirmaron que hacer arte las ayudó a descubrir nuevas formas de hablar del dolor.

Ser capaz de hablar del dolor puede proporcionar cierto consuelo, incluso cuando el dolor persiste. “A veces, la sensación de haberle hecho justicia a tus experiencias puede ser una especie de alivio”, dijo Semino.

Tener a alguien que te escuche también puede ser un alivio. Tuve suerte, mi familia y mis amigos me esperaron mientras buscaba formas de describir mi dolor. Las palabras para referirse al dolor suelen surgir espontáneamente, dijo Hearn, por lo que a menudo es más fácil que la familia y los amigos se den cuenta del tipo de lenguaje que se utiliza. Si tú eres ese amigo o familiar, debes estar abierto a la forma en que alguien explica su dolor, incluso si parece exagerado o difícil de imaginar.

“Para esa persona que está viviendo con su dolor”, dijo Hearn, “esa es la mejor y más precisa manera de describirlo”.

Mantente atento a las palabras que sugieran que alguien está preocupado o amenazado por su dolor —si, por ejemplo, alguien habla de su dolor como un demonio— y haz un seguimiento. Ser curioso sobre las palabras que alguien emplea puede abrir una conversación sobre el dolor, y posiblemente revelar una forma de dar más apoyo, incluso si solo se trata de seguir escuchando.

Pensar en mi metáfora original del dolor, la inundación creciente, me hace querer usarla más conscientemente. Cuando el dolor vuelva a aparecer —el mío o el de otra persona—, en lugar de ponerle parches a la represa, podría intentar escuchar el flujo del agua.