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Para los que creen que los chilenos hablan “mal” ¿Qué es “hablar mal”?

13/07/2021
Ximena Cortés Oñate

Las variedades lingüísticas de los chilenos

“Si hay algo bien establecido en el estudio de las lenguas es su tendencia natural a la variación, lo que implica cambios históricos y regionales, entre otros, en todos los niveles del código lingüístico”. Jorge Osorio

Secretario académico de la Facultad de Educación de la UCSC, Osorio señala que “dado que la escritura conserva las formas lingüísticas, normalmente se le toma como única referencia: así, se afirma que si aparece una `s´, debe pronunciarse. En un sentido estricto, la norma es aquello típico en una comunidad y, en el caso del español hablado en Chile, lo típico es que un porcentaje de `s´ finales e intermedias se pronuncien con la variante aspirada o derechamente se eliminen. En una actitud autoflagelante, asumimos que eso está mal. Creo que los madrileños no piensan lo mismo cuando dicen `Madriz´, por ejemplo”.

En ese sentido, el doctor en lingüística sostiene que el lenguaje oral siempre se distanciará de la escritura, simplemente, porque son modalidades diferentes. “Si bien podemos comprender las actitudes conservadoras de los hablantes, estas no deberían imponerse sin considerar la naturaleza de las lenguas, más allá de la escritura, que es una tecnología que solo tiene unos pocos miles de años”, dice.

Muchos de los juicios negativos particulares vinculan aspectos léxicos con una supuesta “deformación” o “empobrecimiento” del lenguaje. Osorio señala que, en rigor, se trata solo de variantes expresivas o de repertorios léxicos particulares.

“El conocimiento de todas ellas es más bien un enriquecimiento. Lo cierto es que todas las esferas de comunicación lingüística tienen sus propias regulaciones, más internas e implícitas en el habla común, más externas y explícitas en el habla formal (y mucho más, en la escritura)”, asegura.

Un ejemplo que sugiere es la frase “Me gano aquí”. Se trata, dice, de “una expresión de larga data que se difundió oralmente por generaciones y que ahora es motivo de estigmatización hacia ciertos hablantes. En casos como este se afirma que se trata de `errores´ o `incorrecciones´ que dañan la lengua, al punto de censurarse violentamente. Sin embargo, no hay un fundamento para ello, más que la intención (no siempre asumida) de discriminar a un grupo en particular”.

Osorio explica que, “del mismo modo que el español de Chile dispone de un sistema verbal alternativo absolutamente vigente (estai, querís, tenís, etc.), que no parece incomodar en el habla informal, existe un repertorio amplísimo de expresiones consideradas informales que obtienen la misma amplia aceptación (cachar, al tiro, guata, copete, carretear, cahuín, engrupir, entre miles de expresiones familiares)”.

No se trata de si han sido incorporados o no en el DRAE, dice “si no de cuán aceptados sean por las comunidades de hablantes, pero especialmente por la elite”.

A juicio del académico, en el fondo de los juicios de incorrección se observa una tendencia “prescriptivista”, que implica querer aplicar una norma por el solo peso que se le asigna, y “esencialista”, es decir, comprender que hay un núcleo lingüístico irreductible que no cabe modificar. “Por muy bien intencionados que estén estos juicios normativos, se debe precisar qué aspecto es el mejorable y cuál es el ámbito en que debe aplicarse. En general, un criterio es la inteligibilidad, la posibilidad de comprender el mensaje”, señala.

Al respecto, Henríquez señala que, ciertamente, no siempre hablamos de manera adecuada o pertinente al contexto sociocomunicativo en el que nos encontramos. “De ahí, entonces, la importancia de que todos los hablantes tengan la posibilidad de conocer no solo sus variantes patrimoniales o vernáculas, sino que también adquirir manejar la variante estándar de la lengua que es aquella en la que nos comunicamos en ámbitos y dominios más formales y que se usa en la educación formal”, señala.

Amenaza a la integridad del idioma

Otro mito sobre cómo hablamos los chilenos lo menciona Osorio y se refiere al que dice que el dialecto chileno es especialmente figurativo. “Se asumen, en general, dos perspectivas: una positiva, que resalta la diversidad y expresividad de nuestra variedad de la lengua española; otra negativa, que asocia esta dimensión con la indirección, la imprecisión, la informalidad, es decir, con una supuesta incorrección. Entre ambas perspectivas se filtra una mirada pintoresca: se asumen nuestros giros idiomáticos como algo folclórico, pero no como parte de la (verdadera) lengua”.

Al respecto, Véliz complementa señalando que, “usando las palabras de un experto, las expresiones idiomáticas que pueblan nuestra habla cotidiana convencional constituyen `un arsenal de sabiduría empaquetado, piezas filosóficas listas para aplicarlas sin esfuerzo, al momento de realizar la revisión racional del caso´. Una expresión como `en boca cerrada no entran moscas´, nos enseña en forma magistral y concisa que el silencio nos evita los riesgos. La expresión pone también en acción una herramienta cognitiva potente -alma oculta del lenguaje cotidiano- la metáfora, que posee capacidad reconocida para vincular el mundo de lo concreto con el mundo de lo abstracto, facilitando con ello nuestra comprensión de la realidad”.

Pese a reconocer lo pintoresco de esos lenguajes, persisten ciertos prejuicios y discriminación lingüística que, según Henríquez, han existido siempre. “Hay quienes creen que la lengua de las clases privilegiadas, la variante de la clase hegemónica, es la única que tiene validez o es la más `correcta´. Esto ocurre porque se percibe más próxima a la variante normativa y a la estándar”, sostiene.

Lo cierto es que no existen fundamentos teóricos ni estructurales para respaldar esta ideología. Henríquez señala que “cada hablante, como miembro de un grupo sociocultural específico, muestra en su uso elementos o rasgos lingüísticos característicos de su grupo, maneras culturales de usar la lengua, que son parte de su identidad lingüística y parte de su patrimonio lingüístico.  Porque el uso de la lengua siempre es parte de lo que somos y de los hacemos socialmente, de lo que creemos y valoramos”.

Para Rojas, ese estigma negativo a ciertas formas de hablar, “es clasismo puro y duro, que está muy arraigado en la sociedad chilena, como ha mostrado José Bengoa. Si los hablantes de estratos populares dicen `haiga´ en lugar del `haya´ normativo, se los condena; si en cambio dijeran `haya´ y lo normativo fuera `haiga´, igual se los condenaría por decir `haya´. Las actitudes hacia la lengua siempre dependen de la actitud hacia las personas”.

A su juicio, podemos encontrar el origen de estas ideas en el pensamiento de Andrés Bello. “Él criticaba las `chocarreras vulgaridades e idiotismos del populacho´; nada menos que de esta forma se refería al habla de los estratos populares. Bello veía a los estratos populares como una amenaza no solo para la integridad del idioma, sino también para la estabilidad política. Esta manera de pensar es típica de las élites, hasta el día de hoy”.

No reducir el léxico a un número

En términos de diversidad lingüística, las jergas juveniles, en tanto fenómeno socio-cultural, se oponen al lenguaje y a la cultura oficial mediante valores distintos al del mundo adulto, que es objeto de rechazo y confrontación.

Véliz explica que, “para comunicarse, los jóvenes crean un lenguaje propio, un argot, que se manifiesta mediante recursos expresivos de gran riqueza y vitalidad como son las metáforas, los neologismos, los términos procedentes de lenguajes marginales y estigmatizados, los extranjerismos y otros. La sociedad, sin embargo, critica abiertamente o le resta importancia a las jergas juveniles no reconociendo su influencia ni las aportaciones que hace sobre la lengua estándar”.

En ese sentido, Henríquez señala que los más puristas siempre han lamentado la existencia de innovaciones que surgen constantemente en los repertorios de comunidades como los jóvenes. Generalmente, dice, “ven estas innovaciones y variaciones como `aberraciones´ o rasgos que corrompen la lengua y la deterioran”.

A su juicio, “estos elementos de variación surgen constantemente y así ha sido siempre; y son parte de la riqueza y diversidad que despliega la lengua y sus hablantes. Las lenguas cambian y el cambio es parte esencial de la naturaleza de las mismas. Las tradiciones lingüísticas están siempre en proceso de evolución y dinamismo, adaptándose a las diferentes realidades, necesidades y entorno de los usuarios, que son quienes finalmente decidirán de manera consensuada si esos rasgos, esas nuevas palabras, esas nuevas estructuras gramaticales se integrarán y formarán parte de la lengua y del uso generalizado de la comunidad lingüística o no”.

Desde la sociolingüística y otras disciplinas afines, agrega, los especialistas plantean necesario avanzar en la promoción y valoración de la variación y diversidad lingüística, así como comprender la sistematicidad, complejidad y valor cultural de las formas y prácticas lingüísticas. “En ese contexto, se deben comprender y valorar las diferentes manifestaciones léxicas y discursivas de los jóvenes pues son recursos comunicativos y parte esencial de su identidad”, dice.

Tanto Osorio como Rojas ven con cautela el juicio respecto de la “pobreza léxica”. Para este último, “deberíamos dejar de pensar en el léxico en términos de `riqueza´, porque siempre conduce a malentendidos. La cosa es mucho más compleja que reducir el conocimiento del léxico a un número”.

A su juicio, cuando se habla de “riqueza” léxica está detrás “el fetichismo del léxico `culto-formal´. La verdad es que todos conocemos las palabras que necesitamos, y además tenemos la capacidad de aprender otras nuevas cuando se hace necesario”.

Osorio agrega que, el ámbito que mayor atención concentra en este aspecto, es el léxico especializado, el que va de la mano con el conocimiento científico, que requiere tiempo y madurez, además de lectura de textos en el que se utiliza.

“Es decir, puede que la pobreza léxica no sea tanta, si se consideran contextos no formales. Incluso, habrá personas que manejen un amplísimo vocabulario en relación con su oficio o actividad, pero tengan más dificultades en campos no conocidos. Lo mismo se aplica a las jergas que, como subsistemas léxicos, dinamizan las relaciones de pares y contribuyen a la identidad de grupo. Pese a esta innegable riqueza expresiva, sí se pueden observar limitaciones en el léxico común cuando la tarea es distinguir con precisión los conceptos, actividad que asociamos con el desarrollo del conocimiento y, por cierto, vital para la vida humana”, sostiene.

Fenómenos como este, dice, no son exclusivos de una comunidad de habla como la chilena, aunque ciertamente forman parte de los desafíos de la educación lingüística, en tanto desarrollo de las capacidades expresivas adecuadas a las múltiples necesidades sociales y culturales.

Libros recomendados

-Lingüística del castellano chileno. Estudios sobre variación, innovación, contacto e identidad Brandon Rogers y Mauricio Figueroa (editores). Vernon Press, 2021.

-¿Por qué los chilenos hablamos como hablamos? Mitos e historia de nuestro lenguaje, Darío Rojas. Uqbar Editores, 2015.

– Diccionario de uso del español de Chile DUECH. Una muestra lexicográfica, Academia Chilena de la Lengua. Comisión de Lexicografía. Dirección de Bibliotecas, Archivos y Museos. Departamento de Extensión Cultural. Salesianos, 2001

– De las expresiones idiomáticas, Emilio Rivano. Universidad de Concepción, 2004

– Para ser letrados. Voces y miradas sobre la lectura, Daniel Cassany. Paidós, 2009.

-La creatividad lingüística de los chilenos, Leopoldo Sáez. Editorial Bachillerato en Ciencias y Humanidades, USACH, 2002.

– ¿Qué son las lenguas?, Enrique Bernárdez. Alianza Editorial, 1999.
-Metáforas de la Vida Cotidiana, George Lakoff y Mark Johnson. Ediciones Cátedra, 2017.

-La revolución del lenguaje, David Crystal. Alianza Editorial, 2004.