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No disparen sobre la lengua rusa

01/04/2022
Rafael Del Moral

Reclutas del ejército ruso

Los éxitos o fracasos de las lenguas se parecen a los de las personas. Unas llegan muy alto, otras apenas sobresalen. La lengua rusa, forjada en la pluma de prodigiosos escritores capaces de atraer la mirada de tantos lectores de tantos países, pertenece, como el español, a las grandes. Ofrece una fascinación indiscutible. Sirve para la ciencia, para la exploración espacial, para la coreografía, para la música, para el arte, para el pensamiento, para la oratoria, para la novela, para la poesía... Dulce, musical, cadenciosa y armoniosa, se presta a la declamación tanto como al tono autoritario. Y como las lenguas son compañeras del imperio, los tres impulsores del idioma ruso fueron Iván IV el Terrible, Pedro el Grande y Catalina II. Algo parecido podríamos decir de la lengua española si recordamos las campañas de Fernando III el Santo, los afortunados pasos de los Reyes Católicos y el imperio de Carlos V.

Nació el ruso hacia el siglo X, más o menos a la vez que el castellano, en el estado medieval Rus de Kiev, también llamado Principado de Kiev, hoy Ucrania. La población, convertida al cristianismo bizantino, vio alterada su paz cuando un pueblo mongol, los tártaros, sometieron a los eslavos en 1240. Algo así como la conquista islamista de España. El inquieto rey Iván III, conocido como el Grande, reconquistó los territorios. Años más tarde su nieto Iván IV el Terrible conquistó la ciudad tártara de Kazán, ocupó el valle del Volga y extendió el imperio hasta los Urales. Dejaba así abierta la propagación hacia la Estepa y Siberia. Se autoproclamó césarzar en ruso, de los territorios conquistados, y se designó heredero del Imperio romano de Oriente porque aquel legado había quedado sin dueño desde que Bizancio, la segunda Roma, cayó en poder de los turcos en 1453. Se consideraron protectores de la verdadera fe y nombraron a Moscú la tercera capital del cristianismo tras Roma y Bizancio. Al zar Iván IV, tan admirado por Putin, se le atribuye la creación del estado ruso en el mismo siglo que los Reyes Católicos fundan España.

En 1613 La dinastía Romanov accedió al trono y gobernó tres siglos hasta ser derrocada y extinguida por la revolución de 1917. Uno de los primeros zares, Pedro el Grande (1682- 1725) llevó a cabo un proceso de expansión y occidentalización que transformó Rusia en uno de los grandes dominios europeos. Puso en marcha un ejército que expandió la frontera hacia el oeste, reformó la administración, desarrolló la industria y abrió el país al comercio. Como solo disponía del puerto de Arkhangelsk en el mar Blanco, prisionero en invierno por los hielos, emprendió entre 1700 y 1721 sucesivas campañas que ensancharon los dominios hacia Suecia. Conquistó los territorios bálticos y Carelia. Y para fortalecer la nueva salida marítima, desarrolló una flota que pudiera competir con las potencias europeas. Y fundó la nueva capital, esta vez occidentalizada, que lleva su nombre, San Petersburgo. Por el lado asiático colonizó Siberia y abrió relaciones comerciales con China.

Como compañera de toda aquella expansión iniciada por Iván el Grande, la lengua rusa se sometió a una profunda modernización. En su uso escrito, litúrgico y administrativo no podía expresar tantos conceptos nuevos como desarrollaba la vida científica, técnica, cultural y política. Para cubrir la carencia, el zar Pedro el Grande facilitó que se enriqueciera con un nuevo impulso.  

En la segunda mitad de aquel mismo siglo Catalina II amplió las fronteras. Por el oeste hasta Prusia y Austria; por el sur, y a expensas del Imperio otomano, conquista Crimea, acceso al Mediterráneo, y funda el puerto militar de Sebastopol y el comercial de Odesa; por el Cáucaso avanza en nombre de la defensa de los cristianos de oriente y crea un protectorado ortodoxo ruso en Georgia; por el este cruza el estrecho de Bering y explora a partir de 1741 un territorio recientemente aparecido en los mapas, América, y más tarde tomará posesión de Alaska. Afianza sus fronteras gracias a la anexión de Finlandia en 1809, y reafirma así su influencia en el Báltico. Por el Mar Negro las conquistas le permiten llegar hasta el Danubio y proteger Odesa. Prosigue su expansión por el Cáucaso, donde encuentra una considerable resistencia que se prolonga hasta 1864, o incluso hasta épocas más recientes si consideramos la guerra de Chechenia. En Asia central conquista Kazajistán y Turkestán, y en 1860 funda un puerto sobre el Pacífico, Vladivostok.

He aquí cómo en pocos siglos, y muchas guerras, la humilde lengua del Rus de Kiev pasó a ser la de un imperio con apoyo en fronteras naturales para asegurar su estabilidad. Algo parecido había hecho el Imperio romano con la lengua nacida en el Lacio en boca de un grupo de pastores o la surgida en Castilla y luego extendida por América. El territorio de Alaska, a diez mil kilómetros de Moscú, tan difícil de administrar, fue vendido en 1867 a los Estados Unidos de América.

La historia de Ucrania y Bielorrusia coincide con la de Rusia hasta que la revolución bolchevique establece las fronteras de la República Socialista Soviética de Ucrania en 1921. Tras la caída del muro de Berlín (1991) ambos países se independizan. Bielorrusia sigue fiel al comunismo guiada por el dictador Lukashenko, todavía en el poder. Ucrania busca posicionarse en la economía de mercado y en la consolidación en la democracia, y eso desagrada al Kremlin.

El ruso es hoy la lengua propia de millones de rusos que tienen como maternas al tártaro (que cuenta con tantos hablantes como el catalán), al chuvasio (más hablantes que el vasco), basquiro, checheno, kazajo, avaro, cheremis, todas ellas con más de quinientos mil hablantes. Es en Bielorrusia el ruso una lengua tan conocida que el presidente Lukashenko la utiliza en sus alocuciones a la nación de la misma manera que se usaba el español en Cataluña. En Ucrania se llevó a cabo una campaña de marginación del ruso parecida a la de vascos y catalanes. Pero el ruso ha echado raíces en buena parte de la población ucraniana, y no solo entre los que lo tienen como lengua materna. En Crimea es prácticamente la única lengua que se oye hablar incluso entre el 12% de la población que tiene al tártaro como lengua propia.

Sin tener en cuenta a una guerra cruel y fratricida que no tiene razón de ser, el ruso ocupa, por su pulido y elegante uso, por la dimensión cultural y artística, y por su número de hablantes, un privilegiado puesto entre la docena de grandes lenguas de la humanidad.