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Millás propone practicar una
«economía de las palabras»

04/05/2010

«Lo que tenemos que comunicar es tan pobre que nos bastaría con mil palabras», reflexiona el escritor.Juan José Millás (Valencia, 1946) aseguró en la 43ª Feria del Libro de Valladolid, Encuentro en Castilla y León, que «es bueno extrañarse del lenguaje y de la posibilidad de hablar y comunicarnos, porque al hacerlo conseguimos obtener de él significados nuevos». El novelista, Premio Planeta 2007 por El Mundo, defendió en su intervención la existencia de un «ecologismo de las palabras», que vele por ellas para evitar la extinción de vocablos que «caen en desuso pese a que todavía resultan muy útiles».Millás impartió esta noche la conferencia Las palabras, presentado por el periodista madrileño Jesús Marchamalo. En su charla, el colaborador del programa radiofónico La ventana, en la Cadena Ser, recorrió «en clave entre nostálgica e irónica» su relación con determinadas palabras: «Trato de recuperar ese momento que todos hemos olvidado, en el que empezamos adquirir el lenguaje, y la sorpresa que nos proporcionaba el hecho de que por nuestra boca surgieran las palabras, la extrañeza que eso nos producía, la maravilla, recordando lo incomprensibles que nos resultaban muchísimas palabras y cómo fingíamos que las comprendíamos».Según explicó en su comparecencia ante los medios, «damos por hecho que hablar es una cosa absolutamente natural, pero hay un momento en la historia de cada ser humano en el que eso representaba una dificultad enorme, en mi caso sumada a la dificultad de pronunciación que aún hoy me acompaña». «Siempre he pensado que si de la boca en lugar de salir palabras nos salieran libélulas o pájaros, les prestaríamos más atención. Sin embargo como eso que nos sale de la boca es algo inmaterial, que nada más salir de la boca se deshace en el aire como el hielo en el agua, no le prestamos atención», argumentó.En su opinión, «las palabras están muy devaluadas». Así lo apuntó antes de citar un relato propio en el que planteaba la llegada de un momento en el que empiezan a escasear las palabras igual que en las sequías escasea el agua, y las autoridades deciden que hay que racionar su utilización y limitarla a sólo dos horas al día. Esa situación hace que, finalmente, la gente empiece a valorar las palabras.Asimismo, Millás citó el discurso de agradecimiento del Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades que pronunció George Steiner, en el que afirmaba que la sociedad de la información no era necesariamente la sociedad del conocimiento. «El conocimiento implica haber articulado la información, haberla puesto al servicio el sentido, y hoy estamos bombardeados por datos pero no por conocimiento», sentenció el escritor valenciano.Cuidar el lenguaje, tarea de todosPara el autor de El desorden de tu nombre, «la preservación del lenguaje debería ser tarea de todos; de las familias, escuelas, universidades… una labor colectiva», si bien reconoció no saber ya «hasta qué punto es un sueño imposible, porque todo tiende hacia lo contrario». «En un programa de televisión de una hora, si se cuantificasen los términos utilizados por el presentador uno quedaría impactado de su indigencia léxica. Vivimos en una sociedad mediática, y los medios democratizan siempre por abajo», valoró.En ese sentido, se mostró partidario de la aparición de neologismos y lamentó la desaparición de vocablos antiguos, citando con amargura un anuncio radiofónico en el que se invita a aprender a hablar inglés con sólo mil palabras: «Lo que tenemos que comunicar es tan pobre que nos bastaría con mil palabras», sentenció.Como ejemplo contrapuesto, se refirió al recientemente fallecido Miguel Delibes, a quien calificó como «un maestro». «En cualquier libro suyo, en poco tiempo puedes recoger 15 ó 20 palabras pertenecientes a un mundo que ha desaparecido, y muchas de ellas son de una belleza tremenda en sí mismas», aseguró. Asimismo, recalcó que «la razón fundamental del lenguaje es la literatura, como la virtud principal de la literatura es la exactitud. Una literatura muy bella pero imprecisa es como una cáscara vacía».