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Martín Fierro: un análisis de una traducción al ruso

19/02/2023
Nicolás Kasanzew

El gaucho, referencia de la tradición rioplatense / Xavier Martin

¿Es traducible la poesía? En sus Notas de un traductor, Boris Pasternak, Premio Nobel de Literatura, contesta con una negativa: “Las traducciones son irrealizables porque el principal encanto de una obra de arte reside en su irrepetibilidad. ¿Cómo puede repetirla el traductor?”

Vertido a numerosos idiomas, a un siglo de su aparición en Buenos Aires, el Martín Fierro fue traducido al ruso por M. Donskoy y publicado en Moscú en una colección donde figuran obras de Antonio Gonzaga, César Vallejo, Sor Juana Inés de la Cruz y Eloy Blanco.

Desde los tiempos de Pushkin, los más grandes escritores y poetas rusos se han dedicado al difícil arte de la traducción. En esta tradición, con algunas reservas, se puede insertar el nombre del traductor del Martín Fierro.

Sería insuficiente decir que nos hallamos ante excelentes versos rusos; debemos agregar que son los mismos versos de Hernández con su viril rudeza, su visión exclusiva e irrepetible, sus medios de expresión y formación de imágenes característicos, correctamente comprendidos, aprehendidos y transmitidos por el traductor.

Aun sin compararla textualmente con el original (lo cual es imprescindible para una evaluación concienzuda), nos invade la certeza de la autenticidad de la traducción.

Leyendo a Donskoy no se debe cotejar verso con verso, sino estrofa con estrofa. Entonces se hace evidente, que el traductor ha sabido trasplantar la entonación del poema, ha reencarnado su idea y recreado las particularidades de su estilo.

Expresiones como “bichoco”, “morao”, “al ñudo”, “en vaca”, “enancao”, etcétera, son imposibles de hallar en ningún diccionario español-ruso.

Ningún diccionario puede llegar a albergar todos los matices del habla viva. Por eso la función de un traductor, si es un verdadero artista, consiste en encontrar aquellas correspondencias entre los dos idiomas que no tienen cabida en el diccionario.

Donskoy no siempre consigue hacerlo. A veces pone en boca de Fierro palabras específicamente rusas y obtiene un resultado poco feliz. Por ejemplo, suena mentido que un gaucho utilice la palabra “vodka”, con la cual Donskoy traduce “aguardiente”. Parecería que Cruz y Fierro fueran habitantes de la estepa rusa.

El poema de Hernández abunda en versos-sentencias, versos-aforismos en los que se condensa la quintaesencia de la sabiduría popular. No es fácil traducirlos. Al estar basados en el laconismo y la precisión, exigen un cuidadoso repujado, que Donskoy efectúa consumadamente.

Traducción

De todo esto no se deduce que el traductor de Hernández sea un maestro irreprochable. Además de los errores anotados y otros de menor cuantía, hay en el trabajo una adulteración tanto más condenable, cuanto que fue dictada por motivos ideológicos. En el “Canto III” Martín Fierro dice: Al mandarnos nos hicieron/ más promesas que a un altar. Con total arbitrariedad, el traductor (o el comité de redacción, compuesto por cinco miembros, que supervisó la traducción) desfigura así el texto: Nos prometieron, como en la iglesia, /un montón de irrealidades.

En el “Canto VII”, en una estrofa donde Hernández en ningún momento menciona ni a los cielos, ni a la gente humilde, el traductor inventa: La voz de la gente humilde/no la escuchan en los cielos.

Es sabido que en la Unión Soviética la censura antirreligiosa impuesta por el Partido Comunista llegó al extremo de prohibir que se escriba la palabra “Dios” con mayúscula. Imposición que el escritor ruso Alexandr Solzhenitsyn, Premio Nobel de Literatura, denunció y condenó como “humillante y mezquina”.

Aquí también la censura inspiró esas falacias, fácilmente advertirles, ya que entran en franca contradicción con el espíritu del poema, impregnado de respeto hacia todo lo que a religión se refiere.

Cualesquiera sean los desaciertos de Donskoy, su traducción puede ser considerada encomiable, puesto que en ella se ha transmitido lo más importante: la individualidad artística de José Hernández, en toda la peculiaridad de su estilo.

En síntesis, Donskoy es un buen traductor, porque no es rutinario, no es un copista, sino un artífice. No fotografía el original: hace reconocer su contenido psicológico y el auténtico acento gaucho de la narración. El texto castellano le sirve de materia prima para una complicada y a menudo inspirada recreación.