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Macron prepara la ciudad de la lengua francesa como gran legado de su presidencia

28/11/2020
Iñaki Gil

El castillo de Villers-Cotterêts

Esta historia tiene dos fechas clave separadas por 478 años y un mismo escenario, el castillo de Villers-Cotterêts, a 80 kilómetros al norte de París. Allí en agosto de 1539 Francisco I firmó una ordenanza sobre la Justicia en su reino decretando el uso del francés, en lugar del latín, en los documentos administrativos y judiciales.

El 17 de marzo 2017, Emmanuel Macron y su esposa Brigitte llegaron a la ciudad natal de Alejandro Dumas, en plena campaña presidencial. Uno de los pocos apoyos del entonces candidato era Jacques Krabal, entonces diputado radical y hoy del partido del Gobierno. Le insistió para que viera el castillo que no conocía pese a haber nacido en la cercana Amiens. Sólo pudieron acceder al patio exterior del edificio en ruina. Las autoridades locales les explicaron que la iniciativa privada iba a transformarlo en hotel casino.

"Cuando oyeron esto, Brigitte levantó los ojos al cielo y Emmanuel dijo que no lo consentiría" recuerda el diputado en Le Monde. Esa misma tarde, anunció que si era elegido, reabriría el castillo "para convertirlo en pilar simbólico de la francofonía".

Dicho y presupuestado en 185 millones. Mientras en España se ningunea el español en la Ley Celaá, en la que se elimina su mención como lengua oficial, Macron quiere legar esta gran obra a la posteridad como François Mitterrand dejó su Bibloteca o la Pirámide del Louvre; Chirac, el Museo de Artes Primeros o Georges Pompidou, el Beaubourg.

Espera inaugurarlo en el primer trimestre de 2022, antes de las próximas elecciones presidenciales. Albergará la ciudad de la lengua francesa que tendrá "un recorrido dedicado a la lengua, residencias para escritores, centros de formación contra el iletrismo, empresas de traducción, etcétera" enumeran en el Elíseo. Mientras en España se discute el papel del idioma español en la educación, Francia promueve una capitalidad simbólica de su lengua.

El proyecto está en esbozo. Las razones las explicó el propio Macron a una quincena de alumnos de una clase de maternal: "Somos todos franceses porque en ese castillo el rey decidió que todos los que vivían en su reino debían hablar francés cuando se hablaban dialectos diferentes", dijo en otoño de 2017.

Es una inexactitud histórica -a Macron le dieron leña en las redes- pero conecta con la idea de que la integración pasa por el dominio del francés como se pretende exigir a los extranjeros que quieran obtener la nacionalidad. La imposición del francés frente a las otras lenguas es, sin embargo, muy posterior, obra de la Revolución y de Bonaparte.

Lo que no resta importancia a las ordenanzas de Francisco I, uno de los reyes de mayor trascendencia cultural. No sólo fichó a Leonardo de Vinci sino que importó e impulsó el Renacimiento. Transformó el Louvre de fortaleza medieval a palacio, reconstruyó los castillos de Amboise y Blois y levantó Chambord, en el Loira, entonces el centro de su reino. E hizo construir Villers-Cotterêts, en el centro del Bosque de Retz que había heredado antes de acceder al trono de Francia por matrimonio con Claudia, la hija de su predecesor. Un lugar reputado por su caza, gran afición real que está considerado una obra maestra del Renacimiento. En su capilla, la primera que rompió con la tradición gótica, impuso Francisco I sus emblemas: la salamandra, la flor de lis y la F coronadas.

En esa capilla, que es de lo poco que se conserva intacto, el rey firmó entre el 10 y el 13 de agosto de 1539 la Ordenanza general del hecho de la Justicia, registrada el 6 de septiembre en el Parlamento de París y conocida como Guillemine Guilelmine en razón del nombre de su redactor Guillaume Poyet, canciller de Francia. Son 192 artículos redactados con el objetivo de centralizar el reino. Cuatro artículos han pasado a la posteridad. Dos establecen que los nacimientos y defunciones deben inscribirse en los registros parroquiales, base del registro civil.

Otros dos (el 110 y 111) ordenan pronunciar y registrar todos los actos oficiales "en lengua maternal francesa y no en otra". Así la lengua administrativa dejó de ser el latín que hablaban las élites y los curas. El objetivo era permitir al pueblo una mayor comprensión de los veredictos, algo teórico porque sólo en la cuenca del Loira y en París y alrededores se hablaba la lengua d'oil (francés antiguo) frente al sur que se expresaba en la lengua d'oc. El otro fin era obvio, reducir la influencia de la Iglesia.

Quizá en ello influyó que Francisco I no se sentía cómodo en latín. Hablaba con fluidez italiano y español, aprendido de su madre, Luisa de Saboya, además de francés. Hombre de lecturas, Francisco I estableció por otra ordenanza el depósito legal de todo libro y dejó una biblioteca de 3.000 volúmenes, muchos de los cuales procedían del saqueo de la Biblioteca Sforza de Milán.

La ordenanza de Villers-Cotterêts forma parte del despertar de las lenguas nacionales y estuvo precedida por la publicación el 18 de agosto de 1492 de la Gramática castellana de Antonio de Nebrija, primera en lenguas vernáculas. El latín, pese a todo, siguió siendo la lengua de comunicación y escritura de humanistas como Erasmo de Rotterdam. Y la lengua administrativa del Imperio Austro Húngaro hasta el XIX. La iglesia católica, en aras a su universalidad, celebró sus oficios en latín hasta finales de los años 60 tras el concilio Vaticano II.

La historia de Villers-Cotterêts siguió después del reinado de Francisco I. Enrique II heredó de su padre dos aficiones: la caza y la juerga. En Villers-Cotterêts era capaz de matar ciervos en jornadas de ocho horas. También daba fiestas espléndidas con "la pequeña banda de damas de la corte" que encabezaba su amante oficial, Diana de Poitiers. De entonces data la expresión "divertirse como en Villers-Cotterêts".

Luis XIV hizo transformar el parque, rediseñado por André Le Nôtre, el jardinero de Versalles. Molière representó aquí su Tartufo. En la fiesta de la coronación de Luis XV, el festejo convocó a 140 actores de ópera y mil invitados trasegaron 80.000 botellas de Borgoña y champagne, reseña la web oficial del castillo.

Luego vino la resaca. Y la Revolución. Primero cuartel. Luego, depósito de mendigos del departamento del Sena que incluía entonces París. El antiguo teatro de Luis Felipe se convirtió en dormitorio de hombres; la capilla, en dormitorio femenino. Las paredes internas fueron derruidas para crear salas amplias fáciles de vigilar. Rejas y barrotes impidieron fugas.

Hospital militar durante la I Guerra Mundial, el castillo salió indemne pese a la cercanía de los campos de batalla. Después, fue residencia de ancianos hasta 2014. Luego fue cerrado; sus ventanas y puertas quedaron tapiadas, un símbolo más de la decadencia del norte de Francia. En el pueblo queda un cine y el alcalde es del RN de Le Pen. Y entonces llegó Macron.