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Los extraños orígenes del lenguaje

03/05/2022
Víctor Alí Mancilla Gaytán *

Imagen de Estelí Mesa

La comunicación es un proceso fundamental para la mayoría de los organismos que habitan en nuestro planeta. Todas las especies lo hacen de alguna forma: algunas bacterias se comunican mediante impulsos eléctricos (al igual que lo hacen nuestras neuronas ante la sensación de dolor, por ejemplo) la ausencia de nutrimentos; hay hongos mucilaginosos, anfibios, peces y reptiles que se comunican a través de la secreción de diferentes químicos; también hay organismos que se comunican de manera visual y corporal, como las abejas y sus diferentes “danzas” y formas de volar con las que señalan dónde se encuentra el néctar; o los geckos de namibia, que presentan pigmentos fluorescentes con los que anuncian a la distancia su presencia; y, por supuesto, el que probablemente es el medio más común para nosotros, a través del sonido.

Algunos reptiles emiten mensajes a través de vibraciones en diferentes intensidades, mientras que hay peces que tienen un comportamiento sonoro muy elaborado, ya que al emitir sonidos hacen saber a otros la presencia de alimento, delimitan sus territorios, ubican a otros peces y se relacionan sexualmente.

Las ranas y los sapos tampoco se quedan atrás. Estos anfibios tienen una amplia lista de sonidos y comportamientos acústicos, entre los que destacan aquellos implicados en anunciar la receptividad sexual y otros que indican algún tipo de agresión o peligro ante la presencia de depredadores.

Pero si de sonido hablamos, probablemente sean las aves las que cuenten con uno de los repertorios de sonidos más complejos. La estructura de sus cantos es particular y difiere entre especies. Por ejemplo, pueden emitir sonidos breves, cuya acústica es simple, compuesta por sonidos intermitentes, como si de una sola sílaba se tratase, sin un patrón definido, pero también pueden elaborar cantos largos con notas armoniosas y patrones definidos que se repiten una y otra vez.

Los mamíferos también figuramos en esta lista de grandes comunicadores, pues presentamos diversos sistemas de comunicación que se desarrollan conforme crecemos, desde los llamados neonatales en las crías, hasta poder mantener interacciones vocales entre miembros de nuestra comunidad, con el objetivo de socializar en muchos casos.

Sin embargo, es muy probable que ninguno de estos sistemas sofisticados de comunicación se asemeje al que los seres humanos hemos desarrollado. A través de miles de años hemos conseguido emitir diferentes sonidos, enlistarlos, definirlos y concatenarlos para poder elaborar sonidos todavía más complejos y diversos que nos permiten definir objetos de todos los tamaños y texturas, con los que nombramos personas al utilizar apodos o insultos, al describir situaciones imaginarias o reales, al mencionar lugares tan generales como la Tierra o tan específicos como Mérida, Yucatán, cuando logramos identificar lo que nos duele en el cuerpo, cuando le damos nombre a nuestros sentimientos, cuando recordamos momentos en el tiempo o imaginamos futuros posibles, cuando compartimos ideas abstractas o específicas, y todo tipo de cosas que se nos ocurran. Todavía no es muy claro cómo se originaron los lenguajes humanos, pero hay teorías que estiman que este fenómeno ocurrió hace unos 500 mil años.

En lo que sí hay un consenso es en muchas de las características físicas que nos han permitido desarrollar nuestra comunicación acústica, como lo son la capacidad pulmonar; las inervaciones que presenta nuestro diafragma, permitiéndonos un mayor control muscular al respirar; una columna vertebral ancha, que permite la presencia de dichas inervaciones; un sistema auditivo, entre muchas otras. No obstante, existe una característica que por lo general pasa desapercibida cuando hablamos del desarrollo del lenguaje, pero que podría ser una pieza clave para desarrollar nuestra habilidad para emitir sonidos: la lactancia. 

Alimentar a nuestras crías a partir de una secreción nutritiva es una de las características principales que nos definen como mamíferos, pues la palabra mamífero tiene su origen en mama, referencia a la glándula mamaria y, según los y las lingüistas, la palabra mama tiene relación con una onomatopeya del llanto de los bebés que piden alimento. Pero, al igual que el origen del lenguaje, la evolución de la lactancia ha estado envuelta en un misterio.

La primera persona en reconocer la singularidad de las glándulas mamarias fue Carl von Linneo, al agrupar a distintos cuadrúpedos y cetáceos dentro de un conjunto de organismos al que denominó Mammalia o criaturas con mamas. Aunque existen animales, como los tiburones o las salamandras, que alimentan a sus crías con secreciones de los oviductos o a través de la placenta, no se conoce ningún otro tipo de animales que lo haga como los mamíferos, al secretar fluidos nutritivos conocidos como leche, elaborados en las glándulas cutáneas. Este proceso tan intrincado estuvo asociado con el desarrollo de un órgano capaz de elaborar dicha sustancia, pero también con la construcción de una conducta específica por parte de las crías para poder alimentarse de ese valioso líquido blanco.

Quizá nosotros ya no lo recordamos, pero para los bebés, la lactancia no siempre es tan fácil como un paseo por el parque. Puede ser un ejercicio complicado y extenuante al inicio, cuando comienza la relación entre la boca de la persona recién nacida y la mama.

En general, el cuerpo de un bebé es muy diferente al cuerpo adulto. Para empezar, sus proporciones son muy contrastantes, ya que su cabeza es una quinta parte del tamaño de su cuerpo, por lo que hace que sea bastante complicado controlar su cuello y su tronco, y coordinar sus movimientos corporales en general. Asimismo, la relación entre el tamaño de su nariz y de su boca también es un obstáculo que el bebé debe de superar al lactar. El espacio que hay entre boca y nariz es una cuarta parte de su rostro, lo que, al estar en contacto con los senos, podría evitar el paso del aire al respirar. Sin embargo, las narinas se encuentran en una posición más horizontal que en la adultez, lo que facilita mantener una respiración constante mientras se alimenta.

Las estructuras que definen el desarrollo del lenguaje de un humano están dentro de la boca. En un bebé, sus mandíbulas son mucho más cortas que en otras etapas de la vida. Sin embargo, tienen una mayor facilidad para realizar movimientos ondulados, mientras que las personas adultas solemos hacer movimientos verticales. Además, los bebés tienen unos cojines de grasa abultados en sus mandíbulas, conocidos como carrillos, que son lo que les dan esa apariencia tan cachetona que fascina a los papás y las mamás y son una característica muy importante no sólo en cuestiones de ternura, pues con ellos controlan el volumen de leche que ingieren, así como el paladar, que en el caso de los bebés es mucho más curvo, lo que facilita el flujo de los líquidos.

Por otro lado, la lengua de los bebés propicia el desplazamiento de la leche hacia la orofaringe, gracias a que es proporcionalmente más grande que en la adultez, lo que permite realizar movimientos hacia arriba y hacia abajo durante la succión. Estos movimientos generan una propulsión hacia atrás, por lo que llenan rápidamente toda la cavidad oral. Es por eso que cualquier alimento mal situado en la boca de un bebé será expulsado con facilidad por la lengua, de ahí que las típicas caras de los bebés con la boca embarrada de leche no sólo sean a causa de la dificultad que tienen para coordinar diferentes movimientos, sino que la estructura de su boca provoca que se ensucien.

La laringe, por su parte, también participa en el proceso de succión y deglución de los bebés. En esa etapa de la vida se encuentra una estructura más corta y se puede desplazar hacia adelante con facilidad gracias a los movimientos que realiza la lengua, lo que le permite proteger la vía respiratoria de esos abruptos casos cuando la comida “se nos va por otro lado” y la epiglotis (una estructura que protege la laringe) se cierra, provocando una sensación como si nos estuviéramos ahogando.

Probablemente, todo este listado de estructuras y movimientos se parezca más al “arte de succionar leche materna” que al desarrollo del lenguaje en humanos, pero la eficacia de la succión se verá reflejada en un futuro en la eficacia del lenguaje hablado, ya que ambos procesos dependen de la sincronización entre los labios, mejillas, lengua, paladar y sistema respiratorio.

Mientras los humanos succionamos y deglutimos leche materna directamente de la glándula mamaria, repetidamente contraemos la lengua, un ejercicio que, a la larga, nos permitirá posicionarla para poder articular el sonido de las palabras. Al mismo tiempo estamos ejercitando los músculos orbiculares de los labios para inmovilizar el pecho de la madre y así poder comprimirlo y extraer la leche. Ejercitar los músculos de esta manera será crucial si más adelante queremos soplar y silbar.

Coordinar nuestra respiración mientras lactamos incidirá directamente en nuestra capacidad de pronunciar adecuadamente las palabras, si por alguna razón respiramos al hablar probablemente pasemos por esos bochornosos momentos en los que tenemos algo importante que decir y las palabras se nos aglutinan en la boca, ahí la importancia de la respiración.

Además, las científicas y los científicos han observado que aquellos bebés que han pasado más meses lactando desarrollan un sistema psicomotriz más sano que aquellos que viven una lactancia muy corta, por lo que afecta a diferentes músculos involucrados en la gesticulación y el habla, lo que en consecuencia provoca dificultades en el lenguaje de las personas en la adultez.

Lactar parece entonces una actividad trascendental para la comunicación humana, pero también es uno de los primeros pasos para generar un vínculo con una de las personas más importantes de la vida de la mayoría de la gente: nuestra mamá.

Esta palabra generalmente la podemos encontrar en casi todos los idiomas (con ligeras variaciones) y el concepto que define usualmente es el mismo: madre. En holandés es mam, en islandés es mamma, en coreano es eomma, en tailandés es Mæ̀, en maorí es mama y la lista sigue. La razón detrás no es porque los adultos definen a las madres con esa palabra, es al revés, los bebés comenzaron a usar esa palabra para referirse a algo en concreto y las personas adultas lo retomaron.

Decir “mamá” mientras succionas leche del seno de tu madre es una de las palabras más fáciles de pronunciar, pues la posición en la que tenemos la boca es la ideal para conjuntar ambas letras m y a. La a es la vocal más fácil de decir, puesto que sólo necesitamos abrir la boca, sin gesticular para decirla. Por otro lado, la m es la consonante más fácil dentro de nuestro repertorio, ya que únicamente implica cerrar la boca y juntar nuestros labios para emitirla. Invito a quien lee esto a intentarlo, coloca algún objeto en tu boca, haz como si succionaras e intenta construir otras sílabas como peturure y comprobarás qué tan sencillo o complicado es pronunciarlas con respecto a lo fácil que es decir ma. Pero, podemos suponer que los bebés señalan con la palabra “mamá” sea el alimento y no tanto las personas que lo proporcionan. Por ejemplo, uno de los sonidos que utilizamos para expresar que algo está muy rico o que nos apetece comerlo es “mmmmm…” y ese sonido está muy conservado también en la mayoría de las culturas, lo que podría explicar una relación entre la palabra mamá (madre) y los senos (fuente de alimento). 

Aunque no sólo la acción de succionar leche es importante para poder hablar, la propia leche es fundamental para el desarrollo del lenguaje.

Más de la mitad del tejido cerebral de los infantes está compuesto por grasas, lo que significa que consumirlas en la dieta es indispensable si queremos tener un cerebro sano en nuestros primeros años de vida. ¿Qué alimento de origen natural es rico en grasas? Por supuesto, la leche materna. Las científicas y los científicos han analizado el cerebro de adolescentes con diferentes hábitos de alimentación y dietas durante sus primeros años de vida y han observado una relación entre aquellas personas que se alimentaron exclusivamente de leche materna cuando eran bebés y el desarrollo de una corteza cerebral sana, región del cerebro que es fundamental para ejecutar los patrones motores que requerimos para hablar.

Por supuesto que existen muchos otros componentes de la leche materna que son indispensables para el desarrollo cerebral, así como hay un gran número de factores que intervienen en cómo desarrollamos nuestra habilidad para expresarnos oralmente, pero es importante reconocer la relevancia de un acto tan natural en nuestras vidas, pues es probable que no seríamos las mismas personas si no hubiéramos tenido la oportunidad de experimentar ese proceso tan fascinante de la naturaleza que es la lactancia.