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Lenguaje y verdad: el poder del punto y de la coma en nuestra historia

28/03/2022
Milena Heinrich

Una coma, un signo de pregunta o un punto pueden cambiar por completo el sentido de una oración y por lo tanto nuestra comunicación: en esas marcas hay un largo pasado hasta convertirse en lo que son hoy, un sistema escueto pero decisivo de convenciones que aportan precisión, lírica y expresividad al lenguaje escrito, y que aún en su coherencia no están exentas de los cambios de comportamiento que motorizan usos y desusos, tal como sostiene el noruego Bård Borch Michalsen en el ensayo Cómo la puntuación cambió la historia.

A Bård Borch Michalsen ―académico especializado en lenguaje y cultura― le gusta jugar con las palabras, cambiar las letras, incorporar emoticones, desplazar marcas de puntuación. Sabe que un cambio de lugar o un signo altera el tono y transforma el significado de lo que se quiere decir porque en esos gestos está la diferencia: aclimatan la lectura e inclinan el tono y los tiempos del texto, e incluso guían la voz propia. Y por eso, atento a que es no es lo mismo la afirmación exclamativa “¡cómo la puntuación cambió la historia!” que la pregunta “¿cómo la puntuación cambió la historia?”, su primer libro traducido al castellano por Christian Kupchik se titula así, un poco en el medio de ambos sentidos y se desliza en clave más procesual: “Signos de civilización. Cómo la puntuación cambió la historia”.

¿Cómo pasamos de “escribirtodojunto” a “escribir todo junto”? El camino, como hilvana este libro, está plagado de ensayos, simultaneidades, búsquedas, avances tecnológicos y, también, de magia que escarba en las posibilidades del lenguaje para imprimirle muchos más colores. Michalsen define a la puntuación como una “de las cosas más espléndidas que produjo nuestra civilización”. La presencia de estos signos facilitó la comunicación, le dio agilidad al lenguaje y la expandió a tal punto que hoy un “hola” con punto en un mensaje de WhatsApp no tiene la misma vitalidad que un signo de exclamación para decir “hola!”, lo mismo escribir en mayúscula o imprenta.

En este trabajo publicado por Godot, el investigador narra un recorrido fascinante sobre los modos en que la puntuación fue ensayando marcas en dos mil años de historia y fue arcillando también un sistema coherente que otorgó mucha amplitud a los modos de decir en los distintos alfabetos, pero más amplitud tomó como fuerza motora del desarrollo de las sociedades. “Los signos de puntuación no son únicamente una parte importante de nuestro código idiomático, sino que se transformaron nada menos que en una de las fuerzas impulsoras en el desarrollo de toda nuestra civilización occidental”, escribe el autor en las primeras páginas.

Como un gran estado del arte de la puntuación, que se trenza con la historia de la escritura, la tipografía o la impresión y los buenos o correctos usos de algunos signos, el ensayo también explora por ejemplo la forma en que la puntuación atraviesa el cuerpo. ¿Cómo es que de pronto actuamos como signos vivientes de exclamación, como se lee en el libro? La puntuación, como sistema dentro de la escritura, se funde con la materia y con la cabeza; nos guía como una voz interna y nos detiene con su condición externa. “Cuando hablamos no tenemos la puntuación, pero tenemos la voz y el lenguaje corporal! Y al revés: cuando escribimos, la puntuación expresa de algunas maneras el lenguaje corporal, la voz (y el silencio)!”, dice Michalsen.

Un viaje de estudio

Esa historia lo llevó en un viaje de estudio que se remonta a la Antigüedad y a la clásica Alejandría, la gran capital intelectual de la época. Allí el autor encuentra al “héroe”, Aristófanes de Bizancio, que legó aportes al sistema de puntuación en el idioma griego, de quien heredamos su cadencia y la coma. Desde luego, el lenguaje está atravesado por la historia y sus relaciones de poder, y el sistema que diseñó Aristófanes quedó en el olvido aunque la necesidad de separar espacios o poner acentos fue heredada al poco tiempo. Otro de los héroes que vendrían después, en el Renacimiento, sería Aldo Manuzio, veneciano, que como gran hombre influyente de su tiempo modernizó y habilitó una relación más amplia e individual con los libros, es decir, con el pensamiento, la escritura y la puntuación, en tiempos donde la imprenta como tecnología se agitaba pujante y prometedora.

Otro de los aspectos que destaca el autor noruego es que cuando se empezaron a publicar textos, gracias a la maquinaria de la imprenta, y se socializó su acceso, también se puso en jaque el monopolio de la interpretación. ¿Con la puntuación ocurrió algo similar, en tanto que su carácter civilizatorio lo dota también de un aspecto más democrático al poder incluir mayor cantidad de personas? Para Michalsen sí: “la puntuación posibilitó la escritura y la lectura para más personas”. Sin embargo, que esta afirmación no simplifique las cosas porque, como refleja el autor, a la puntuación en tanto poderosa caja de expresión también la atraviesan relaciones de poder.