Lengua y matemáticas
Si hubiera que reducir al mínimo posible la enseñanza reglada, la lengua y las matemáticas serían el límite. Las dos son lenguas, porque la matemática es “la otra” forma de expresión del ser humano; la cuantificación y el razonamiento lógico. Las carencias en ellas conducen al embrutecimiento acelerado y progresivo. El dominio de la lengua y del lenguaje matemático, nos hace humanos. Ninguna especie, salvados esos rudimentos instintivos, como el mugido o los silbos, en los que algunos quieren ver un lenguaje, con el propósito de deslegitimar la fundamental diferencia entre el hombre y el animal; posee la capacidad ni de desenvolverse en la complejidad de una lengua ni de razonar matemáticamente.
Pues ya ven, la lengua y las matemáticas son alarmantes deficiencias en el sistema educativo español, y no sólo en este. Residen en la práctica eliminación del esfuerzo en el proceso de aprendizaje, en la pérdida de autoridad del profesorado, en la falta de disciplina en el aula y en los centros, y en cuestiones estructurales que inciden en un discurso docente pobre cuando no inadecuado. El profesorado, por si fuera poco, el mal sistémico sobre la enseñanza que produce esta amalgama de factores, está mal pagado y ha perdido gran parte de su tradicional estima social, generada por la falta de consideración a su trabajo y la consecuente falta de respeto a su labor.
Lo dicho es aplicable a cualquier disciplina. Pero la lengua y las matemáticas son absolutamente esenciales y requieren un profesorado altamente especializado que no sólo conozca el contenido de lo que explica, lo que es menos frecuente de lo deseable, sino que no se vea obligado, como se ve ahora, a rebajar hasta lo intolerable, las exigencias. Por razones que requerirían un espacio del que no dispongo, añadiré que el profesorado que en España imparte enseñanzas de lengua o de matemáticas, en primaria y secundaria, no tiene, respectivamente, la formación requerida, simplemente porque sus titulaciones profesionales son fronterizas con, pero no son, las que debieran ser. Me explico, no son filólogos la inmensa mayoría de los profesores de lengua ni matemáticos la inmensa mayoría de los profesores de matemáticas. A ello conviene añadir la influencia desmesurada de orientadores y metodólogos, que teóricos del método y poco puestos en los contenidos, han subordinado el conocer al cómo conocer: un asombroso dislate que costará mucho revertir.
El autor es catedrático de Matemáticas