Las facultades lingüísticas y terrenales del presidente Trump

Foto: Adriana Briff
El presidente Donald Trump, en un almuerzo reciente con líderes africanos en la Casa Blanca, le preguntó a su homólogo de Liberia dónde había aprendido tan bien el inglés, le sorprendía que lo hablara mejor que algunos de su propio séquito: el de Trump, se entiende. El presidente Boakai se limitó a sonreír. Decirle la verdad, sería hacerle un desaire al presidente de Estados Unidos.
¿Cómo explicar?
Liberia es un país de África, inventado en un territorio comprado a Sierra Leona, con el fin de expatriar a afroamericanos de origen esclavo en la creencia de que tendrían mayores oportunidades de libertad. Desde 1822, hasta la guerra civil estadounidense (1861-1865), diferentes contingentes de afroamericanos fueron trasplantados con esa intención. En 1847 se creó la República de Liberia.
¿Cómo decirle al presidente Trump que su inglés (se preguntaría el presidente de Liberia) es el mismo que el de él, y que procede de Estados Unidos igual que el suyo? Es un reto educativo que solventó el presidente liberiano con gran diplomacia y que se resumió en una sonrisa. En perspectiva, cuando los liberianos hablaban inglés en 1822, la familia de Donald Trump todavía no había emigrado a América. Ni hablaba inglés. Su abuelo Friedrich Drumpf emigró desde territorio alemán a Estados Unidos en 1885.
En condiciones normales este desliz no tendría apenas impacto en la vida ciudadana; sin embargo, si tenemos en cuenta que vivimos en cierta volatilidad, consecuencia no planeada de que la mayoría del país tomó la decisión de votar por que él fuese el Presidente, contenemos la respiración ante cómo tomará decisiones trascendentes que requieran saber estar y conocer la materia tratada.
Por ejemplo, ¿es coherente que nosotros penalicemos a Brasil con un gravamen comercial del cincuenta por ciento por el hecho de que Brasil enjuicie a su expresidente Jair Bolsonaro por “intento de golpe de estado”? La simpatía del presidente Trump por el de Brasil es a título personal, por lo que el revoltijo que hace con la política económica del país es tangencial, es un “no saber estar a la altura”. Ahora, Brasil nos penaliza con aranceles de igual calado. Salimos mal parados todos.
El lenguaje de la amenaza
Un caso que da qué pensar es el de Rosie O´Donnell. El presidente amenaza con retirarle la ciudadanía. Lo dice en su red Truth Social. Dice el presidente: “Es una amenaza para la humanidad”. ¿Desconoce el presidente que la Enmienda 14 garantiza la ciudadanía a toda persona nacida en Estados Unidos de América? ¿No sabe el presidente que su cargo institucional no tiene la facultad legal de hacerlo? La amenaza real en este caso es pretender atribuirse una facultad que no se tiene y autoconvencerse de poder actuar en consecuencia. Puede suceder que deporte a la persona equivocada y provoque destrozos irreversibles e irreparables.
Otro acto digno de preocupación es la inauguración de un espacio carcelario para indocumentados en Florida al que llama “Alligator Alcatraz”, cuyos reptiles, moradores naturales, ejercen de guardias sin seguro social. Aparte del valor intimidatorio de la nueva institución, en el que no entramos aquí, aprovechamos para informar educadamente al presidente que “aligátor” es palabra española producto de la alteración con fonética inglesa de “el lagarto”. “Alcatraz”, dicho sea de paso, es también palabra española que corresponde a un miembro de la familia de los “pelícanos”. Aceptará señor presidente que el español le sirvió para algo, ¿no? Le recordamos con nuestra mejor intención que en nuestro país uno de cada cinco ciudadanos es hispano, y somos en total unos sesenta y cinco millones (Pew Research Center).