La multiplicación de los plurales
Diario Médico vía Fernando A. Navarro
Seguramente habrán notado que, de un tiempo a esta parte, ya no hay feminismo, sino feminismos. Tenemos también la violencia, que ahora son violencias, o la masculinidad, trocada en masculinidades, a menudo con la coletilla ‘tóxicas’.
Mi impresión es que la pluralización afecta a dos grandes grupos de términos. Por un lado, hay un grupo con connotaciones negativas, en el que encontramos lacras como la citada violencia u otros problemas sociales como la prostitución, la pobreza o la precariedad. Prostituciones es, precisamente, el título de un reportaje emitido en 2022 por Televisión Española, coincidiendo con el trámite parlamentario impulsado por el PSOE para prohibir el proxenetismo. Respecto a la pobreza, nos dice el profesor Claudio Guiñazú que, «en rigor, debería emplearse el plural y hablar de "las pobrezas", puesto que existen muchas y variadas formas». Y contra «las precariedades» clama ahora el cartel de la asamblea que coordina en Cataluña las manifestaciones del 8 de marzo.
En el otro gran grupo encontramos etapas, circunstancias de la vida o realidades personales que se pretende ensalzar o desestigmatizar. Se habla así de infancias, juventudes y hasta ¡vejeces!, como oí en un reciente congreso de bioética. Las psicólogas M.ª Dolores Pérez y Amparo Moreno proponen, en otro ejemplo, hablar de maternidades y lactancias, para reflejar la multiplicidad de situaciones y evitar caer en la idealización. También es frecuente en círculos académicos el plural homosexualidades, rechazado como un artificio «susceptible de confundir al lector» por Francisco Vásquez, editor de la interesantísima Historia de la homosexualidad masculina en Occidente, en el prólogo.
Es lógico preguntarse a qué vienen estos cambios si hasta ahora nos entendíamos a la perfección. Sabíamos que la violencia podía manifestarse en muy diversas agresiones físicas o psicológicas, verbales o gestuales, todas ellas más o menos condenables. Sabemos, aunque aún no se hayan pluralizado, que la belleza, la magnanimidad o la sabiduría vienen en versiones muy distintas, al igual que la envidia o la mezquindad. Y en medicina, siguiendo los postulados pluralizantes, cualquier tratado nosográfico debería estar redactado con plurales, porque enfermedades hay tantas como enfermos.
Me parece claro que estos plurales no obedecen a una exigencia orgánica de la lengua, sino que actúan como una marca de énfasis. Rompen con la costumbre y llaman la atención sobre el término marcado; reafirman que no hay una forma exclusiva de vivir una situación o condición personal. En una sociedad que glorifica la diversidad y la individualidad como valores superiores, este plural tiene una función retórica.
Pero también tiene una función reivindicativa. La ministra Irene Montero, por ejemplo, celebró en 2020 como una victoria feminista que el Instituto de la Mujer fuese rebautizado Instituto de las Mujeres; el mismo año, el popular Día del Niño, en Argentina, pasó a llamarse Día de las Infancias, eliminando de paso el denostado masculino; y desde hace un tiempo, el gobierno catalán cuenta con una Secretaría de Igualdades, aunque uno se pregunte si no es ésa precisamente —la igualdad— una noción que no admite pluralidad.
Visto lo visto, estos plurales funcionan además como señal de adscripción a un ideario político o un movimiento social, por lo que no sólo atraen la atención sobre el término pluralizado, sino también sobre el hablante. Voluntario o no, quien adopta estos giros se sube al tren de la modernidad. No predica algo del mundo solamente, sino también algo de sí. ♦
* Lorenzo Gallego Borghini es traductor médico y máster en bioética.