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La magia del idioma castellano

18/10/2008

Diana A. Ocampo, El Nuevo HeraldSi usted es uno de aquellos que cuando contempla los programas de televisión o escucha las cadenas radiales de habla hispana experimenta molestia por la diversidad de términos, acentos y expresiones regionales, y si además, se atreve a criticar estos rasgos de folclor en nuestro idioma, permítame entonces mostrarle la otra cara de la moneda.Nuestro idioma, segunda lengua en importancia en el planeta e idioma oficial de 23 países, lejos de ser uno solo, resulta en su lugar múltiple y caprichosamente heterogéneo. En esta tierra de inmigrantes, el fenómeno se hace aun más notorio y constantemente somos testigos de situaciones donde personas de distintas nacionalidades que tienen en común el mismo idioma, requieren de la traducción e interpretación de términos y expresiones locales para poder establecer una comunicación coherente y con sentido.Dejo de lado en este análisis a todas aquellas expresiones derivadas de la fusión errática de dos lenguas que tienden a degenerar el idioma con expresiones inexistentes en los diccionarios. Me refiero aquí para ser breve en mi ejemplo, a las tuberías que liquean, a los documentos que se faxean, o a los mensajes que se bipean, es decir, al bien conocido spanglish que aunque difundido por todos los Estados Unidos no deja de ser una mutilación de nuestro idioma.Las variedades dialectales a las que me refiero obedecen a circunstancias específicas de lugar, tiempo y modo, y trascienden como reflejo de la identidad cultural y nacional de quienes hablan ese idioma. La ubicación geográfica, el momento histórico, el grado de educación, e incluso factores de tipo económico y político, son los generadores de esa diversificación en el idioma y narran por sí solos la historia del país al que pertenecemos.Para comprender este fenómeno debemos remontarnos a más de un milenio de historia durante el cual el idioma español o castellano ha sufrido numerosos cambios. En un comienzo eran diferentes las lenguas que se hablaban en la Península Ibérica, y fue sólo hasta finales del siglo XV, con la unificación de los reinos de Castilla y Aragón, cuando la lengua de Castilla, el castellano, extendió sus horizontes hasta el continente americano gracias a Colón y al posterior desfile de colonizadores y evangelizadores.Desde entonces y hasta la fecha nuestro idioma ha ido generando hábitos lingüísticos particulares que cambian de frontera en frontera, y que aun cuando aparentan ser causa de confusión y malos entendidos entre los hablantes del mismo idioma, constituyen, por el contrario, una defensa del individualismo, y ante todo se presentan como una salvaguardia a la identidad nacional.¿Cómo concebir un idioma sin el sabor que le imprime el ritmo de la isla o de la pampa? ¿Un idioma neutro sin el acento de la selva o la montaña? Son entonces, y sin lugar a dudas, estos controvertidos dialectos, refranes y modismos los que visten el lenguaje de color y evitan una comunicación aburrida, carente de las cadencias y del sabor propio de cada región.No puede ignorarse la idea de que la homogenización de estas diferencias dialectales resultaría beneficiosa en algunos aspectos profesionales de la comunicación. Sin embargo, cualquier intento por unificar nuestro idioma implicaría también un sacrificio a su originalidad, y un despedazamiento figurado del mismo. La lengua perdería su vivacidad y su fuerza.Nuestro idioma luminoso y rico se nutre de las modificaciones que le imprimen sus hablantes, quienes lo reinventan y lo transforman según sus vivencias personales y los vaivenes del pedazo del mundo al que pertenecen.Nuestro idioma es magia pura generadora de nexos que nos permite acercarnos los unos a los otros y nos mantiene unidos.