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La literatura del exilio: Alejandrina Falcón y el trabajo de los exiliados argentinos en las editoriales españolas

18/09/2023
Lautaro Ortiz

Alejandrina Falcón es Doctora en Letras por la Universidad de Buenos Aires e investigadora Adjunta del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Tecnológicas (Conicet)

¿Cómo se ganaron la vida en el mundo editorial de España los argentinos exiliados en ese país durante la llamada transición democrática? ¿Cómo quedaron registrados en la narrativa del exilio los variados oficios que se ejercieron en el universo del libro, como la traducción, la corrección, la edición y la escritura por encargo? y ¿de qué manera el conocimiento y la fuerza del trabajo de los exiliados contribuyeron a la renovación cultural de la España posfranquista? Estas preguntas cardinales sobre la supervivencia del destierro argentino, en ciudades como Barcelona o Madrid durante la última dictadura, llevaron a Alejandrina Falcón —doctora en Letras e investigadora adjunta del Conicet— a componer un revelador cuadro sobre la edición en Hispanoamérica y sus mecanismos de producción, que está plasmado en su reciente libro Traductores del exilio: argentinos en editoriales españolas: traducciones, escrituras por encargo y conflicto lingüístico (1974-1983), editado por el sello Iberoamericana – Vervuert.

Más allá de la gran tarea de recopilación de datos, testimonios y análisis de documentos, Falcón —que dirige con Patricia Willson la Carrera de Especialización en Traducción Literaria (Cetralit) en Posgrado de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA— aborda la escena de la producción literaria del exilio como una “biografía colectiva”, una mirada que le permite intervenir en este complejo tema “con una propuesta alternativa a los enfoques centrados en trayectorias de notables y en las metáforas acuñadas por ellos: el ‘exilio en la lengua’, ‘el escritor como exiliado vitalicio’, entre otras figuras no siempre cuestionadas por los estudios literarios”. Y agrega: “Traté de construir una escena de traducción en el exilio que permitiera reponer condiciones materiales de producción literaria y, al mismo tiempo, ampliar el sujeto de la literatura: traductores, correctores de estilo, escritores por encargo con seudónimo, adaptadores de clásicos para libros infantiles, directores de colección, es decir, todo el mundo de actores que hacen posible la literatura mediada por la dimensión editorial. Para eso me centré en dos casos: la traducción y la escritura por encargo con seudónimo extranjero”.

—¿Por qué?

—Porque ambas prácticas constituyen formas de profesionalización de la escritura y por lo tanto permiten iluminar el trabajo editorial y la participación de los exiliados en ese mundo.

—¿Cómo se ilumina ese mundo a partir de una “biografía colectiva” teniendo en cuenta que parte en su análisis de dos figuras reconocidas como Juan Carlos Martini y Marcelo Cohen?

—Es que tanto Martini como Cohen tienen ensayos sobre la experiencia del exilio, el trabajo editorial y el problema de la identidad lingüística. Ambos casos fueron disparadores para hacer una sociología literaria retrospectiva, capaz de mostrar un panorama más amplio: la experiencia del trabajo editorial había sido una experiencia colectiva, como lo fue el exilio.

—¿Cómo eran las condiciones laborales de los exiliados en las editoriales españolas?

—Es un tema complejo. Los traductores exiliados no tuvieron condiciones de trabajo o remuneración diferentes de los trabajadores locales, al menos eso sostiene la mayoría de los entrevistados. Las condiciones de trabajo de los traductores en la industria española fue un tema candente en aquellos años. Pero el principal problema laboral de los exiliados era otro; si bien desde 1969 la ley española los eximía de la necesidad de un permiso de trabajo, quedaron atrapados en un círculo burocrático: para obtener la residencia legal necesitaban la exención del permiso de trabajo, que a su vez exigía contar con un permiso de residencia. Muchos permanecieron con un visado de turista, lo renovaban en la frontera francesa cada tres meses. Sus pasaportes llevaban un sello distintivo: “No autorizado a trabajar en España”. Juan Martini dedicó dos relatos breves al ritual de renovación de los papeles en la Jefatura de Policía de Barcelona.

—Se ha escrito mucho sobre los exiliados españoles en Argentina y su contribución al desarrollo editorial, pero notoriamente menos sobre la importancia del trabajo intelectual del exiliado argentino en las editoriales españolas. ¿Cuándo y cómo se produce esa vuelta de gentilezas?

–Es cierto, se ha hablado poco. Pero sí escribieron sobre el tema los propios exiliados auspiciados por un auge del interés por el libro, la edición y los mediadores culturales, en el marco del giro transnacional de las ciencias sociales y humanidades. Me parece que todo eso dio visibilidad a estos temas; entre 2007 y 2015 hubo un nuevo flujo de textos sobre las experiencias del exilio, con la novedad de que enfocaban la dimensión del trabajo editorial y de la traducción. Allí están los ensayos de Marcelo Cohen, Nora Catelli, Andrés Ehrenhaus o Ana María Gargatagli. De todos modos, creo que debemos pensar los tiempos de esa discursividad. En 2007, cuando yo inicié mi trabajo, salió un libro cuyo título es sintomático del borramiento de la presencia de exiliados latinoamericanos en la edición española. Se llamó Un viaje de ida y vuelta: la edición española e iberoamericana (1936-1975), y era un conjunto de ponencias sobre las historias cruzadas de los editores y las editoriales hispanoamericanas, cuyo recorte temporal se detiene en el momento en que empieza mi investigación. En ese punto surge la primera trama que me propuse desovillar: lo que llamé el ideologema o lugar común discursivo de los “exilios cruzados”. Ahora bien, si vamos a los discursos de la época, la idea de una “vuelta de gentilezas” tuvo lugar en el discurso público de aquellos años de diversos modos. El episodio más significativo fue cuando se anunciaron los decretos de expulsión promovidos por el Ministro del Interior Rodolfo Martín Villa en octubre de 1978. La amenaza de expulsión dejó expuesta la problemática laboral de los exiliados latinoamericanos y puso en evidencia una compleja trama de valoraciones y creencias en torno a la presencia de inmigrantes de América Latina. A raíz de esos decretos, la prensa española publicó numerosos artículos de fondo, solicitadas de apoyo y denuncias de la situación del colectivo latinoamericano: “La larga noche de los refugiados políticos” o “Deberes españoles con el exilio americano” son algunos de los titulares más expresivos.

—¿Cómo se trasladó ese tipo de polémicas en el mundo editorial?

—Menciono dos casos. Por un lado, el historiador Carlos Rama denunciaba que España se podía permitir editar 24 mil títulos anuales porque América Latina ofrecía una masa de lectores en lengua española capaz de consumir libros de industria española, artículos de exportación que en 1978 habían representado un volumen de mil millones de dólares de divisas. Rama lanzó entonces una pregunta interesante: “Si América da lectores y recursos a la industria española, ¿en qué medida se insertan los escritores, traductores y editores latinoamericanos en la vida cultural española? En especial: ¿cuál es la situación de aquellos que hoy residen en España?”. Por otro lado, convalidando el discurso del ministro Martín Villa que mencioné antes, el editor Carlos Barral publicó un artículo que marcó la memoria del exilio. Se llamó “Emigración hacia España. La deuda inoportuna”. Allí Barral sostenía que muchos latinoamericanos eran “falsos perseguidos políticos” dispuestos a realizar cualquier trabajo en cualquier condición, en desmedro del “mercado laboral ya gravemente estrangulado”. La deuda con el exilo debía pagarse, pero solo a los respetables integrantes de una sociedad letrada. Esta tensión en la valoración de la presencia latinoamericana en España se expresó en distintos niveles, y quizá tenga alguna relación con la dificultad para dar cabida al trabajo de exiliados latinoamericanos en la historia editorial y de la traducción en España.

—Entre las distintas maneras de “vivir de la Olivetti”, como dice en su libro, menciona el caso de autores contratados para "desargentinizar" traducciones, un proceso que en Argentina se realizó —y aún se realiza— y es conocido con el nombre de “desgalleguizar”, según la jerga de las editoriales...

—Claro, porque la adaptación de variedades de lengua en las traducciones es una práctica editorial que se registra a uno y otro lado del Atlántico. En el mismo momento en que, por ejemplo, Bruguera limpiaba de argentinismos las traducciones reeditadas procedentes de editoriales argentinas, en Buenos Aires el Centro Editor de América Latina practicaba la “sinonimia” con traducciones reeditadas a menudo de catálogos españoles, más o menos retocadas para disimular el plagio, y algunos testimonios sostienen que procuraban “desespañolizarlas”. Entonces, no es excepcional la manipulación de traducciones para adaptarlas a las variedades del castellano del supuesto público receptor (obviamente no era tema de discusión la vasta masa de lectores en América Latina, como señalaba Carlos Rama). Pero ese planteo especular es siempre engañoso porque no se trata de variedades de lengua en pie de igualdad. La traducción es un intercambio desigual. Se trata, por eso, de leer en cada coyuntura lo que la traducción como discurso dice del estado de sociedad, de sus representaciones y creencias: en el caso del exilio me interesaba leer a través de la variedad de lengua la percepción de lo latinoamericano en un momento de fuerte contacto cultural, propiciado por el exilio. En un contexto en que periodistas como Paco Umbral tildaban a los latinoamericanos de latinoches mientras despellejaban las traducciones latinoamericanas, y en que un editor consagrado como Barral solo reconocía una deuda con algunos pocos intelectuales... En ese contexto preciso, digo, ¿qué nos dice el borrado sistemático de la variedad de lengua en traducciones argentinas realizadas entre los años 30s y los 70s? Por cierto, en el plano laboral, la práctica de adaptar o “desargentinizar” era una labor remunerada, se entendía como corrección de estilo. En este sentido, fue parte del elenco de trabajos editoriales de algunos exiliados y emigrados. Es importante señalar que solo las radicales traducciones voseantes de los años sesenta y setenta, como las de la Serie Negra de Tiempo Contemporáneo, no pudieron ser adaptadas y fueron claramente retraducidas, como Luces de Hollywood de Horace McCoy en la serie Novela Negra Barcelona de Bruguera, encargada a la traductora Pilar Giralt en 1976, cuya primera traducción en rioplatense salió en 1970 en Tiempo Contemporáneo con firma de Rodolfo Walsh.

—De esas tareas editoriales invisibles pone el acento en la novela por encargo con seudónimo, ¿por qué?

—Porque esas tareas dan lugar a un fenómeno que los estudios de traducción denominan “seudotraducción”, y ha sido estudiado para el caso español en el período previo a la llegada de argentinos, que de algún modo tomaron la posta.

—¿Qué caso le llamó más la atención?

—El caso del periodista y dibujante rosarino Pablo Di Masso. La historia de los trabajadores editoriales del exilio se expresa bien en su trayectoria: traductor en 1980 de Marxismo y literatura de Raymond Williams y secreto autor de más de doscientas novelas en bolsilibros de Bruguera y Ceres, muchas firmadas con el seudónimo Rocco Sartó (por cada novela le pagaban 4500 pesetas, el precio de un bolsilibro oscilaba entre las 40 y las 60 pesetas). Pero más allá de esta dimensión material, el caso me permitió introducir una reflexión sobre la función política de la escritura por encargo de novelitas populares. A finales de 1982, sale en Bolsilibros Acción de Bruguera En el país del horror de Rocco Sarto. La novelita contiene todos los ingredientes de una obra de aventuras: un escenario exótico, una misión para el héroe (un traductor), un amor perdido, peligro, acción, venganza. Pero En el país del horror es en realidad una cruda representación del terrorismo de Estado, en clave de novela popular de circulación masiva, y por eso de algún modo secreta. Las novelitas de Rocco Sarto traficaban así por el mercado iberoamericano del libro una denuncia explícita a las dictaduras conosureñas, en una clave que tensionaba el discurso público de los organismos de Derechos Humanos, pero que sin duda puede inscribirse en las actividades de denuncia internacional desplegadas en el exilio. Esta producción popular de masas invita también a ampliar el corpus de la llamada “literatura del exilio”.

—Menciona el caso Bruguera como ejemplo, pero las editoriales que contrataban mano de obra exiliada fueron muchas.

—Sí, la lista es extensa. Fue igualmente significativo el reclutamiento de colaboradores latinoamericanos en editoriales de origen argentino, filiales trasplantadas o dirigidas por argentinos. Me detuve en los casos que juzgué más ricos en términos de problemas de investigación. Por eso me concentré en los trabajos de Eduardo Goligorsky en la editorial Martínez Roca y en las redes propiciadas por Ricardo Rodrigo y Juan Martini en Bruguera. En Martínez Roca exploré una práctica editorial frecuente durante el franquismo, ligada a los procesos de importación de literatura popular de masas o “literatura de quiosco”, en cuya continuidad se inscribieron escritores argentinos: me refiero a las seudotraducciones.

—¿Algo así como disfrazar una traducción?

—Exacto. Una “seudotraducción” o “traducción ficticia” es un texto nativo que ha sido presentado como un texto de origen foráneo. Esa práctica suele situarse en el plano de las mistificaciones literarias. Se ve notoriamente en la editorial Martínez Roca, pero también en los bolsilibros de Bruguera. En las colecciones de Martínez Roca pueden hallarse numerosas traducciones y novelas firmadas con seudónimo extranjero pero escritas por argentinos exiliados como Eduardo Goligorsky, Ernesto Frers, Álvaro Abós, Vicente Zito Lema, Alberto Szpunberg, Alberto Speratti, Alicia Gallotti. Las seudotraducciones más significativas proceden de las colecciones juveniles y de novelas sobre adolescentes marginales y descarriadas, todas ellas de presumible origen norteamericano.

—¿Por ejemplo?

—Y, la más exitosa fue la saga de Chris. En 1976, Martínez Roca publica en Barcelona la primera edición de Nacida inocente. El drama de los reformatorios juveniles de Gerald Di Pego y Bernhardt J. Hurwood, traducido por J. A Bravo. Convertida en best-seller de los setenta y ochenta, beneficiada por su versión fílmica con papel estelar de Linda Blair, bajo un barniz de denuncia social, la novela apelaba al morbo lector encadenando escenas de maltrato, violación y adicciones múltiples. La historia fue un éxito de ventas que Martínez Roca no quiso dejar escapar. Así nació la saga de “Nacida Inocente” en 10 partes, muchas de ellas escritas por Paul May. Pero entre Gerarld Di Pego y Paul May, la traducción se convierte en “seudotraducción”, porque Paul May era el seudónimo de Ernesto Frers, convocado por Martínez Roca para dar continuidad al éxito comercial.