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La filóloga y escritora Irene Vallejo: "El trabajo de los traductores es esencial, si no, viviríamos encerrados en nuestras ideas"

02/12/2021
Ana Jiménez Guerra

El traductor navarro Fernando Rey y la escritora y filóloga aragonesa Irene Vallejo. / Iban Aguinaga

Dicen que El infinito en un junco es un manifiesto por la lectura pero su autora, la escritora y filóloga aragonesa Irene Vallejo, prefiere definirlo como "un ensayo de aventuras". Premio Nacional de Ensayo 2020, el libro se ha convertido en un fenómeno literario y acaba de ver la luz su edición en euskera bajo el título Infinitua ihi batean (Pamiela), de la mano del traductor navarro Fernando Rey.

El infinito en un junco vio la luz en 2019 y suma ya 41 ediciones, se ha traducido a 32 idiomas... Es un fenómeno que no para de crecer.
–Irene: No esperaba esta acogida y no puedo decir que era un sueño porque ni siquiera me atrevía a imaginar algo semejante... Además, escribiendo un ensayo lo razonable es pensar que habrá un público mucho más reducido que en la narrativa. Y era la primera vez que publicaba ensayo, no tenía compromiso con ninguna editorial y no había garantía de que se fuera a publicar... Fue un proyecto que empecé por convicción e ilusión, en un momento en que decían que las Humanidades estaban en declive, que el latín y el griego estaban desapareciendo del sistema educativo... Y nada hacía augurar lo que está sucediendo, ha sido una sorpresa enorme y además en un momento tan difícil como es la pandemia.

Decían que las Humanidades estaban en declive, pero el éxito del libro refleja que ese amor por la lectura y por los clásicos estaba ahí.
–Irene: Ha aflorado un público que no sabíamos que era tan numeroso y al que le importan las Humanidades, el valor de la palabra, los libros, la literatura... Todas esas cosas idealistas que parece que muchas veces se dejan de lado porque no dan rendimientos inmediatos, pero que en un momento tan duro como la pandemia, a la gente le han ayudado a salir adelante. La gente que ha estado sola ha necesitado de la compañía de los libros, de las historias... Y se ha dado cuenta de que el Arte, que parece muchas veces algo superfluo, en realidad nos ha ayudado y aliviado y ha sido balsámico. Quizá alrededor de este libro se ha reunido la gente que sentía que hay que reivindicar todo esto y que no podemos dejar que se hunda por abandono y negación. Ha sido bonito vivirlo, durante el confinamiento me escribían lectores y ha sido un camino de ida y vuelta, a mí me ha ayudado a mantener el ánimo. Rara vez como escritora tienes la sensación de estar siendo útil y la gente en una situación muy difícil, dura y angustiosa, acudía al libro y recibía optimismo y serenidad.

Ha mencionado que arrancó esta escritura por convicción. ¿Qué le llevó a escribir este libro?

–Irene: Era un momento en el que todo el mundo estaba pronosticando el fin de los libros. Llegaba el libro electrónico y se decía que en el 2020 iba a superar al libro tradicional. Había una especie de oposición entre el libro electrónico y el libro de papel que creo que es falsa y que no se deben contraponer, sino que son dos formas de lectura que conviven y que hay que pensar como una coexistencia y un enriquecimiento de nuestras posibilidades de lectura. Era una atmósfera muy apocalíptica y yo que me he dedicado a estudiar la historia del libro desde la antigüedad, no era tan pesimista. El libro ha sobrevivido a situaciones tan duras que es precipitado pensar que se acaba toda una forma de entender la relación con la palabra escrita, con la transmisión del saber... Y en el momento en que hemos alcanzado la democratización del acceso a los libros a través de las bibliotecas, de los planes de lectura... Entonces sentí la necesidad de llevar la contraria y lanzar un mensaje más optimista.

Todo ello planteando la obra como un viaje histórico en el que recorremos varias bibliotecas, comenzando por la de Alejandría.

–Irene: Sí. El escritor Luis Landero lo definió como un ensayo de aventuras y es la etiqueta que más me gusta. He intentado estar siempre en movimiento, de un lugar a otro, entre ciudades, entre siglos... Es lo que hacen los libros, ayudan a que las historias viajen en espacio y tiempo y el homenaje a los libros tiene que ser una historia viajera. Fue un reto grande construir esa estructura y también hay un aspecto muy visual. He intentado que todas las escenas sean casi cinematográficas y que sea atractivo para el público, como una novela basada en hechos reales en la que estás aprendiendo curiosidades: cómo ha llegado el libro a ser como es, cuándo se inventó el título, el lomo, las páginas, se empezó a leer en voz baja... Cosas que a lo mejor por la inercia de haber escrito siempre en un mundo que todo esto era obvio, no nos hemos preguntado. Y son nuestra historia y sirven para hacer un homenaje a librerías, bibliotecas, al papel intelectual de las mujeres a lo largo de la historia y también a la traducción.

Una traducción que en el caso de la edición en euskera, bajo el sello de Pamiela, ha sido trabajo de Fernando Rey. Inicialmente, ¿qué le atrajo del texto de Irene Vallejo?

–Fernando: Veo que en esos momentos difíciles de los que ha hablado Irene, a cada persona y al conjunto de la sociedad lo que ayuda es lo que es bueno, bello y justo. Y esta es una de las claves de este libro. Primero, es bueno y está muy bien escrito. A mí me atrajo mucho porque son historias que están hiladas y que desde peripecias y aventuras, te enseñan algo. También me pareció bello y que tiene un nivel de castellano precioso, tanto léxico como sintáctico, pero a la vez tiene frescura, afán divulgativo... Y con un gran componente poético y a mí, de alguna manera, me parece que está escrito casi para ser escuchado y recitado como un cuento y eso es lo que he pretendido en la traducción. Y por último, me parece que es justo y que rezuma sensibilidad por lo pequeño, por lo olvidado y las olvidadas –las mujeres–... Hay una sensibilidad que es la misma que Irene ha tenido con un idioma pequeño como es el euskera, que ha apostado por él, impulsándolo con mucha ilusión y no por un afán por los réditos que le vaya a dar.

–Irene: Dijiste el otro día una reflexión muy bonita: que era un libro que hablaba de la grandeza de los pequeños y de la fuerza de los frágiles.
–Fernando: Sí, porque reivindica la palabra ante otros poderes como son el dinero, la fuerza y la violencia, y eso es algo bello. La palabra puede construir y transformar. Cuando leí el libro me pareció hermoso y creo que esta es mi aportación a la cultura de Euskal Herria: cuando algo bello me entra muy dentro, se me enciende un deseo de llevarlo al euskera y de que otros puedan disfrutar de eso. Esta obra me la pasaron pensando si se podría traducir o no en un proyecto y yo dije: "salga o no, lo voy a traducir". Luego sí que contacté con Pamiela e hicieron una apuesta por el proyecto y he y disfrutado buscando ser ese puente y mantenerme oculto para que sea la voz de Irene la que se escuche.

–Irene: Es muy importante la figura de un traductor, es un escritor con la humildad y generosidad de poner todo su talento al servicio de la obra de otra persona. Eso me parece emocionante y hay que destacar su papel y reivindicar esa profesión, gracias a ellos existe la cultura universal. Por eso quería hacerles también un homenaje en el libro. Los traductores tendrían que tener más presencia y mejores condiciones de trabajo, a veces es una área muy precaria y es absolutamente esencial, si no viviríamos encerrados en el núcleo de nuestras ideas y lenguas que sabemos hablar. Y la riqueza de las lenguas es maravillosa.

Como filóloga, ¿cuál es su relación con el euskera?

–Irene: Soy filóloga clásica y me he interesado por lenguas que están cuestionadas y que tantas veces dicen que son algo obsoleto y que pertenecen a otra época. Y siento amor y admiración por el euskera. Es una lengua muy antigua y filológicamente fascinante por sus orígenes, también cuestionada como el latín y el griego. Y siempre he pensado que uno de los ingredientes de los filólogos es amar sus lenguas y todas las demás. Son una forma de riqueza, cada lengua es una mirada de la realidad. Me llama la atención que en traducciones, la gente se pone muchas veces en lo que se pierde y en realidad no somos conscientes de todo lo que ganamos: espacio mental, horizontes, ideas que alimentan las nuestras... y la capacidad de crear comunidad.