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Isabel Allende: "Cuando me hablan del lenguaje inclusivo digo 'por ahí se empieza'"

12/12/2020
Nicolás Tabárez

El Observador

Escritora Isabel Allende

Para Isabel Allende estos últimos meses han sido normales. Más allá de que viva en San Francisco, en California, una de las zonas más afectadas por el coronavirus en Estados Unidos, el encierro no ha sido tan dramático para la escritora nacida en Perú, criada en Chile, exiliada en Venezuela y radicada desde hace años en la ciudad del Golden Gate.

“Yo paso mucho tiempo sola, callada, encerrada en un cuarto. Así que a mí no me pesa, pero para los que están a mi alrededor ha sido fregado”, comenta por teléfono, con una voz en la que se perciben los acentos y las expresiones de una mujer que a lo largo de sus 78 años de vida vivió en distintos continentes, primero a causa de un padre, y luego un padrastro, diplomáticos, y más adelante por sus devenires profesionales y la política de su país.

Durante la pandemia, Allende terminó su libro más reciente, Mujeres del alma mía, un repaso autobiográfico, en el que analiza su relación con el feminismo y el impacto que este tuvo en su vida, reflexiona sobre la vejez y los prejuicios que trae en la sociedad occidental, y analiza algunos de los fenómenos recientes, desde movimientos como el #MeToo estadounidense o las protestas feministas que se han dado en distintos puntos del planeta, el impacto del covid-19, y hasta la presencia más habitual del lenguaje inclusivo, al que defiende y utiliza en la medida de lo posible.

También terminó una nueva novela, a la que le está dando la última lectura y ajustes, antes de, como cada 8 de enero, empezar un nuevo texto.

¿Cómo surge la intención de publicar este libro?

No fue idea mía, se les ocurrió a los editores de Plaza y Janés, que me edita en España. Porque querían publicar una conferencia que yo había dado en México en 2012, sobre el feminismo, y que fue un fenómeno viral. Pero cuando la leí vi que estaba totalmente añeja, porque en pocos meses, en pocos años, cambia todo. Y ahora los cambios vienen con tanta rapidez y son tan fuertes. Entonces había pasado el movimiento #MeToo, las protestas en Chile, el surgimiento del grupo Lastesis, protestas en Estados Unidos y en tantos otros lugares, tantas cosas, que me parecía que eso ya no se podía publicar. Pero me puse a reflexionar sobre lo que había sido mi trayectoria, mi vida como mujer y como feminista desde tan temprano en la vida, aunque no supiera nombrarlo, y de ahí fue saliendo el libro, sin un orden preestablecido, porque no pretendía hacer una cosa académica, sino contar nomás. 

¿En qué momento se dio cuenta de que eso a lo que no podía ponerle nombre era el feminismo?

Fue tarde. Yo nací en 1942, que es la época de las pirámides, y me crié en Chile, en una familia y una sociedad muy conservadora, católica, patriarcal, yo diría de la edad de piedra, francamente. Y la palabra "feminismo" la oí por primera vez en la adolescencia, pero entre tanto tenía la rabia, la impotencia, esa sensación de estar siempre en rebeldía con todo lo que veía a mi alrededor. Y después cuando ya me di cuenta de que existía un movimiento, que había libros que se podían leer, que había mujeres que tenían un lenguaje articulado para expresar lo que yo ya sentía, ya no me sentí como una lunática, sino como que era parte de algo. Y a los veintitantos años empecé a trabajar en la revista Paula, que éramos cuatro mujeres jóvenes, todas menores de 30, que estábamos descubriendo esto, y aplicándolo a una sociedad que estaba, yo creo, lista para recibir el mensaje, porque tuvimos una recepción increíble. También recibimos mucha agresión, pero creo que en los seis años que duró la revista cambiamos muchas cosas en Chile, sobre todo en el discurso público, que pusimos temas que antes jamás se habían tocado. 

En el libro está la frase “el patriarcado es pétreo, el feminismo es como un océano”. ¿Piensa que parte de esa comparación significa que ola a ola, el feminismo eventualmente destruirá a esa roca?

Si, el feminismo va sacudiendo y ganando terreno. Se mueve como todas las revoluciones, de manera espontánea, orgánica. Cuando una revolución empieza nadie sabe para donde va, ni siquiera sabe que es una revolución, es una idea, es un sentimiento, una emoción, un deseo de justicia que hace que la gente se movilice. Y a medida que se suma gente e ideas, se puede empezar a llamar movimiento, que es algo que pasó con todas las revoluciones y también con el movimiento feminista. Ahora, creo que en el caso del feminismo es irreversible. Hay momentos en que parece que se pierde todo, que cualquier crisis económica, militar o un fundamentalismo, termina con los derechos que las mujeres han obtenido con tanto esfuerzo, pero luego vuelven, se retrocede y se vuelve como una nueva ola, como el mar, que va y viene, pero cada vez vuelve más fuerte y arrastra muchas cosas. Y por debajo de la superficie hay toda una vida, y está todo incluido, eso es lo que plantee también con la metáfora del océano, de que está en movimiento constante. Mi madre me decía, "todo se puede hacer con elegancia y sin meter bulla", pero no puedes. ¿Porque cómo vas a cambiar las cosas en silencio? Tiene que ser con bulla y sin elegancia, a tropezones. A golpes. Como se pueda. Empujando siempre.

El libro tiene algo de conversación informal. ¿Se imaginó a un interlocutor puntual al momento de escribirlo?

Cuando escribo voy contando, no pienso en un interlocutor. Pero la experiencia de 40 años me dice que son en general mujeres jóvenes, y ahora también hombres jóvenes, que fueron criados por mujeres como yo. Te lo digo por la gente que compra los libros, por los correos que recibo o por los que asisten cuando aparezco en público. También hay mujeres mayores, pero menos. Las mujeres muy mayores son menos. 

Mi madre me decía, "todo se puede hacer con elegancia y sin meter bulla", pero no puedes. ¿Porque cómo vas a cambiar las cosas en silencio? Tiene que ser con bulla y sin elegancia, a tropezones. A golpes. Como se pueda. Empujando siempre.

Sobre el final de Mujeres del alma mía habla de su vínculo y del uso que hace del lenguaje inclusivo, que ha sido muy divisivo en estos últimos años. ¿Cómo es su relación con él?

Trato, hago un esfuerzo por usarlo porque me parece muy importante. Pero claro, vivo en inglés, y es mi segunda lengua. Hablar inglés correctamente ya me cuesta bastante, y tratar de hacerlo inclusivo es un esfuerzo tan grande que termino tartamudeando. Tengo una nieta que me lo exige, y cada vez que viene con sus amigos tengo que preguntarles cuales son los pronombres que prefieren, y todos prefieren algo diferente. Entonces hay que tratar de recordarlo, y en inglés no es fácil (risas). En español es más difícil todavía, porque nosotros tenemos género en todo, tanto en los sustantivos como en los adjetivos, en inglés no. 

El valor de la palabra es muy importante, cuando vino el golpe militar en Chile, en 24 horas cambió el lenguaje. Porque impuso su propio lenguaje. No se podía decir "golpe militar", había que decir "pronunciamiento militar". No podías decir "tortura" eran "apremios ilegítimos". Estaba lleno de eufemismos. "Pueblo" no podías decir, porque era subversivo, no podías decir "compañero" porque te podían llevar preso. Había palabras como democracia a las que había que ponerles un adjetivo, no podías decir "democracia" a secas, tenías que decir "democracia condicionada", o "autoritaria", incluso se llegó a decir "democracia totalitaria", que yo no sé qué es eso. Al imponer un cambio en el lenguaje cambia la manera de enfrentar la realidad. Cambia la mentalidad. Y como yo trabajo con la palabra, que es mi única materia prima, tengo cuidado con ellas. Escribo algo hoy, me voy a dormir y me levanto en la mitad de la noche pensando que no era el tono, que no era lo que yo quería decir. Entonces al día siguiente lo leo en voz alta y me doy cuenta que si cambio tres adjetivos en el párrafo, cambia todo. Entonces tengo mucha conciencia del peso del lenguaje. Por eso cuando me hablan del lenguaje inclusivo digo "por ahí se empieza", se empieza por cambiar la mentalidad de la gente y poniendo un lenguaje que no sea machista. 

Uno de los ejes del libro es la vejez y los prejuicios que han en la sociedad occidental. ¿Es un tema que la preocupa?

Estaba escribiendo sobre la vejez desde hace años, porque mis últimas tres novelas son historias de gente mayor, algunos personajes históricos, pero contado de ese lado. Para las mujeres creo que la sensación del prejuicio contra la edad empieza muy temprano, porque las mujeres valorizan mucho ser atractivas, ser aceptadas, ser visibles, y eso para una mujer se pierde muy rápido, y mucho más tarde en un hombre. Para un hombre no es tan importante, porque si un hombre viejo tiene dinero se las arregla. Pero para una mujer es más difícil. Entonces en un libro que habla sobre el feminismo es muy importante tratar esto, porque hay atrás muchas cosas, como el dinero. En mi caso, no tengo ningún prejuicio contra la edad, y tener 78 años me llena de orgullo. Mientras tenga salud y no me ponga demente, espero seguir en el mundo. Por eso cuando mis nietos me preguntan cosas sobre "mi tiempo", yo les digo, "este es mi tiempo". 

Hay muchos relatos de su intimidad y de lo personal. Para scribir sobre eso, ¿hay que hacer un proceso especial o es algo que le surge con naturalidad?

Con total naturalidad, no tengo secretos, que terrible (se ríe). Lo puedo decir todo. Las únicas cosas que me guardo son los secretos que me confían otros. Pero todo lo demás no me importa que salga, porque no me ha pasado nada a mí que sea tan especial que no le haya pasado a otro. 

¿Hubo un descubrimiento sobre su vida al repasarla para el libro?

No tanto descubrimientos, pero sí volver a darme cuenta de que yo no habría podido hacer nada en mi vida sin la ayuda de otras mujeres. Primero que nada, por supuesto, mi madre y la nana que me criaron. Pero también las mujeres que trabajaron en casa y me ayudaron a criar a mis hijos mientras yo trabajaba, a las que les debo inmensamente. A mi suegra, que también cuidaba a mis niños y me permitía trabajar. A una abuela adoptiva que se vino a vivir con nosotros y me acompañó en la vida, se vino con nosotros al exilio, imaginate. Y después Carmen Balcells, mi agente, a las mujeres de la fundación, mi nuera Lori, que sin ella no habría fundación. 

¿Se ve de alguna forma como una referente para generaciones más jóvenes de escritoras, o para mujeres más jóvenes?

Esto es una carrera de relevos, cada generación le va pasando la posta a la que viene. Y cada una aporta a la carrera su propia energía. Yo voy prendiendo otras antorchas pero no suelto la mía hasta que no pueda más. Por otro lado, cuando vino el boom de la literatura latinoamericana, en los anos 60 y 70, eran todos hombres los autores. Yo luego publiqué La casa de los espíritus, y su éxito dio mucho que hablar, y por un lado era "es la única mujer del boom" y otros decían "no pertenece al boom, es post-boom". Pero las editoriales, sobre todo las europeas, se dieron cuenta de que existía un mercado enorme para la literatura femenina. Porque más mujeres que hombres compran y leen ficción. Entonces se abrió este mercado enorme, en parte por ese libro pero también porque esas voces ya existían, estaban ahí en la puerta esperando ser oídas. Recién en los últimos 30, 35 años las mujeres publican más a la par de los hombres, antes, sobre todo en América Latina, las voces femeninas eran silenciadas, ignoradas. Los críticos no se preocupaban de ellas, los profesores no las enseñaban en las universidades, los editores no se interesaban, y si lo hacían, eran ediciones menores. Mira, cuando tu le pones un adjetivo a la literatura, la disminuyes. Si dices "literatura femenina" es menos que literatura, que se supone que la escribe un hombre blanco. Porque si es de color es "literatura afroamericana", "literatura indígena", "literatura china". Subcategorizando. "Literatura infantil", "novela policial", como si fuera menos que una novela. Y así con todo. 

¿Cómo ve algunos episodios recientes de la política y la sociedad del país que vive ahora, Estados Unidos, y del país donde se crió, Chile, como la elección de Joe Biden como presidente y la aprobación de la reforma constitucional chilena?

Este año ha sido tan pésimo, que cualquier cosa que venga será mejor. Pero hay cosas que dan esperanza, como el triunfo de Biden, que es el triunfo de un hombre de centro, medido, institucionalista, calmado, que va a traer un poco de sanidad, decencia e integridad a este país que está quebrado, que es un país dividido, polarizado, con mucho odio entre dos extremos que ni siquiera se hablan. Y que con Trump se infló esa división, el odio, el racismo, la misoginia, la xenofobia. Son cosas que siempre existieron en la sociedad, pero que ahora tienen un portavoz, y eso ha sido terrible. Creo que Biden es una esperanza para volver a una cierta normalidad. En Chile, la nueva constitución es una oportunidad maravillosa de crear un mapa para el futuro, que sea inclusivo, en que todas las voces del país estén representadas, con paridad de género.