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Historia de la lengua española, Ramón Menéndez Pidal

16/08/2005

Publicado en www.elcultural.esRicardo SenabreDurante más de medio siglo, los alevines de filólogos, los estudiantes o, en general, quienes deseaban tener una visión de conjunto de la historia de la lengua española desde sus orígenes, tenian que recurrir a dos excelentes manuales: el de Jaime Oliver Asín primero y, años después, el de Rafael Lapesa, ampliado y puesto al día escrupulosamente en sucesivas ediciones.Los estudiosos contaban igualmente con notables trabajos sobre aspectos parciales, debidos a investigadores formados en el Centro de Estudios Históricos, como Amado Alonso, Zamora Vicente, Dámaso Alonso y otros. Las investigaciones de esta constelación de discípulos de Menéndez Pidal hacían más llamativa la carencia de una historia de nuestra lengua compuesta por el maestro, muchos de cuyos trabajos, además, parecían conducir en esta dirección. Pero, además, don Ramón tuvo clara desde el principio la necesidad de esa obra. En una carta a Unamuno, fechada el 19 de abril de 1901, Menéndez Pidal escribía: "Hace falta una historia general y extensa de la lengua, que bien la merece la que figura entre las primeras, por su gran difusión en el mundo". En una curiosa lista de proyectos de trabajos redactada igualmente en 1901 y en la que se calcula también incluso la fechade terminación de las monografías previstas -muchas de las cuales, en efecto, vieron la luz de acuerdo con el plan inicial-, don Ramón anotó una "Historia del idioma español" que debía estar concluida en diciembre de 1912.Sin embargo, la obra fue sufriendo diversos aplazamientos, debidos a la urgencia de otros compromisos, a viajes o a interrupciones, desplazamientos y ausencias durante la guerra civil, con un Menéndez Pidal agobiado por el grave riesgo de que se perdieran sus ficheros y papeles, trasladados primero a Valencia por el gobierno republicano, luego al castillo de Peralada y finalmente a Ginebra, en compañía de Las Meninas y otras obras del Prado.Algunas partes se publicaron, una vez redactadas, como estudios independientes en revistas. Contábamos con valiosos ensayos como los titulados "El lenguaje del siglo XVI" (1933), "La lengua de Cristóbal Colón" (1940), "El estilo de santa Teresa" (1941), "Oscuridad, dificultad entre culteranos y conceptistas" (1942) y, sobre todo, la introducción al segundo volumen del tomo XXVI de la Historia de España Menéndez Pidal con el título "La lengua castellana en el siglo XVII", que más tarde fue objeto de una edición independiente (1991) en la colección Austral. Faltaba, sin embargo, el gran compendio que aglutinara todos esos trabajos insertándolos en un conjunto homogéneo; una tarea que ni la fecunda longevidad ni la laboriosidad indiscutible del gran maestro le permitieron rematar. En la forma más perfecta posible, más cercana a lo que su autor hubiera deseado, aparece ahora esta Historia de la lengua española minuciosamente reconstruida por Diego Catalán, que ha ordenado y editado con el máximo rigor filológico los materiales disponibles para lograr lo que él mismo denomina "una reconstrucción facticia de la gran obra de Ramón Menéndez Pidal": textos publicados, versiones diferentes o corregidas de algunas partes, anotaciones sin apenas desarrollar, manuscritos inconclusos han sido sometidos a los más estrictos procedimientos de la edición crítica para lograr un conjunto armónico presidido por la fidelidad y el respeto a la voluntad del autor. Se ha editado a Menéndez Pidal con el mismo rigor y la misma ilimitada devoción con que el filólogo responsable edita un texto clásico, o con la misma escrupulosidad con que Menéndez Pidal editó numerosas obras medievales. Diego Catalán narra con todo pormenor, valiéndose a menudo de fuentes incontrovertibles, las vicisitudes y los sucesivos intentos de llevar a cabo la edición -conviene no perderse una línea de lo que explica, sobre todo en las páginas 252 a 260 del volumen II-, y detalla los criterios seguidos en esta reconstrucción. En conjunto, su tarea se nos antoja impecable, porque gracias a su labor disponemos de unmonumento filológico de primera magnitud.La Historia propiamente dicha ocupa todo el volumen I de la obra, ya que el II contiene tan sólo un esbozo de introducción redactado por Menéndez Pidal en 1939, además de las explicaciones del editor, la bibliografía y los índices. Asombra comprobar hasta dónde llegaron los saberes del maestro de la filología española. La historia de una lengua es, sobre todo, la historia de una lengua literaria -ya que la mayor parte de los testimonios disponibles del pasado se ha conservado gracias a su fijación escrita y a laperduración de los textos literarios-, y Menéndez Pidal no contó apenas más que con sus lecturas. No pudo disponer de obras auxiliares que le hubieran facilitado las cosas, como el Diccionario crítico etimológico de Corominas, ni de vocabularios de autor como los de Cervantes y Lope de Vega debidos a C. Fernández Gómez, o el Vocabulario de la obra poética de Herrera de A. D. Kossoff, entre otras muchas obras de esta índole que hoy sí están al alcance de los investigadores. A pesar de ello, los dieciocho capítulos que contienela parte 4ª de esta Historia de la lengua española -las anteriores se refieren a los primeros pobladores de la Península, al latín hispánico, al reino visigodo y a la arabización posterior- reconstruyen la evolución del idioma desde sus primeras manifestaciones hasta el siglo XVII atendiendo a factores de distinta naturaleza, en un intento de ofrecer un panorama global donde no se omita ningún dato significativo. Lo mismo se estudia -y siempre con la máxima autoridad y solvencia- la formación dialectal que las tendencias ortográficas de la época alfonsí, la peculiar fraseología del Arcipreste de Hita que las formas metafóricas de la poesía culta del XV. Hay páginas meridianas sobre el ceceo y el seseo, pero también sobre la expansión del español en América, o sobre los latinismos renacentistas, o acerca del lenguaje de Lope y de las pugnas y estilos expresivos en el período barroco. Es imposible enumerar, ni siquiera de forma sintética, la cantidad ingente de noticias, sugerencias, análisis ponderados y perspectivas que ofrece esta obra magna, que viene a ratificar una vez más, en tiempos de vacas flacas para la consideración oficial de las tareas filológicas y humanísticas, que éste es precisamente el terreno en que la ciencia española -que no es sólo la actividad que florece en probetas y laboratorios- ha tenido una época esplendorosa, aunque gentes de mentalidad subalterna, cuya cultura se reduce a unos pocos flecos de origen incierto prendidos con precarios alfileres, desconozcan por completo ese pasado nuestro.Nos encontramos ante una obra magna compuesta por una de las figuras señeras de nuestra cultura contemporánea; una obra, además, cuya compleja elaboración, con un final truncado antes de lo previsto, refleja también como un símbolo la accidentada época histórica en que fue desarrollándose, con sus grandes proyectos, con su afán por situar a España "a la altura de los tiempos" y con el atroz derrumbamiento de vidas e ilusiones que abrió un largo período de oscuridad. Bienvenida sea esta Historia de la lengua española, que se presenta en un elegante estuche rígido, aunque haya que condenar las numerosas erratas que han sobrevivido a la corrección de pruebas y que sorprenden al lector como torvos salteadores de caminos. En unas pocas páginas del tomo II hallamos halantes ('hablantes'), componetes, halan ('hablan'), díametros, lanegua ('lengua'), fenónmenos, plalabra, camio ('cambio'), tranformó, al ('la'), pluede ('puede'), notablmente y otros deslices, junto a separaciones aberrantes, como eng-loba. Ni el autor ni la obra ni los editores se merecían esto."Nacioncillas aisladas" No hubo rama del saber a la que fuera ajeno Menéndez Pidal, ni asunto sobre el que no terciara con sabio sentido común. El 6 de septiembre de 1931escribía en las páginas de El Sol sobre un asunto que sigue siendo de la mayor actualidad: el estatuto de Cataluña. "Cataluña", afirma Pidal, "no vivió un momento sola, sino siempre unida a las regiones centrales, a Aragón, a Castilla, no sólo política, sino culturalmente. Esto es lo que molesta; con una pertinancia tan ciega como hemos visto, se trata de negar todo lazo espiritual; ésta es, en su fachosa desnudez, la verdad de las cosas" Continúa: "Pero si por transigir de momento con el viejo desamor, por una componenda para salir del paso, tomasen las hojas de la nueva Constitución cualquier pliegue funesto, ¡qué grave deformidad vendría en el cuerpo de España! La que siempre fue una nación, se convertiría en una simple Estado; compartimentos estancos, nacioncillas aisladas, cultivadoras del hecho diferencial, empeñadas en negar obcecadamente, como vemos, los lazo ideales, para quedarse sólo con los lazos materiales que convengan. Peor que un Imperio austrohúngaro". Y aún: "¡Despierta, Rey Don Jaime; habla otra vez de España a los que no piensan sino en su propio Estatuto!".