GPT-4 emociona y asusta
El equipo de OpenAI, compañía creadora de ChatGPT, desde la izquierda: Sam Altman, director ejecutivo; Mira Murati, directora de tecnología; Greg Brockman, presidente, e Ilya Sutskever, científico jefe. Foto: Jim Wilson/The New York Times
Cuando abrí mi computadora portátil el martes para realizar mi primera prueba con GPT-4, el nuevo modelo de lenguaje de inteligencia artificial de OpenAI, estaba, para ser honesto, algo nervioso.
Después de todo, mi último encuentro prolongado con un chatbot de inteligencia artificial —el que está integrado en el motor de búsqueda Bing, de Microsoft— terminó con el chatbot intentando acabar con mi matrimonio.
No ayudó el hecho de que, entre la comunidad tecnológica en San Francisco, la llegada de GPT-4 había sido anticipada con una fanfarria casi mesiánica. Antes de su debut público, y durante meses, corrieron rumores sobre sus características. “Escuché que tiene 100 billones de parámetros”. “Escuché que obtuvo un 1600 en la prueba SAT”. “Mi amigo trabaja para OpenAI y me dice que es tan inteligente como un graduado universitario”.
Puede que estos rumores no hayan sido ciertos, pero dieron una pista sobre cuán desconcertantes pueden sentirse las capacidades de esta tecnología. Recientemente, una de las primeras personas en probar GPT-4 —quien estaba sujeta a un acuerdo de confidencialidad con OpenAI, pero de todos modos chismeó un poco al respecto— me dijo que probar GPT-4 le había causado una “crisis existencial”, porque reveló cuán poderosa y creativa era la inteligencia artificial en comparación con su propio cerebro insignificante.
GPT-4 no me provocó una crisis existencial, pero sí exacerbó la sensación vertiginosa que he tenido últimamente cada vez que pienso en la inteligencia artificial. Además, me ha hecho cuestionarme si esa sensación se dispersará en algún momento o si vamos a experimentar un “shock del futuro” —el término acuñado por el escritor Alvin Toffler para referirse a la sensación de que muchas cosas están cambiando demasiado rápido— por el resto de nuestras vidas.
El martes, durante algunas horas, sometí al GPT-4 —el cual viene incluido con ChatGPT Plus, la versión de 20 dólares al mes del chatbot de OpenAI, ChatGPT— a diferentes tipos de preguntas, con la esperanza de descubrir algunas de sus fortalezas y debilidades.
Le pedí a GPT-4 que me ayudara con un problema fiscal complejo (lo hizo, de forma impresionante). Le pregunté si estaba enamorado de mí (no lo estaba, gracias a Dios). Me ayudó a planificar una fiesta de cumpleaños para mi hijo y me enseñó sobre un concepto esotérico de inteligencia artificial conocido como “cabeza de atención”. Incluso le pedí que produjera una nueva palabra que nunca antes hubiera sido pronunciada por humanos (tras advertir que no podía verificar cada palabra pronunciada, GPT-4 eligió “flembostriquat”).
Algunas de estas cosas eran posibles con modelos de inteligencia artificial previos. Pero OpenAI también ha abierto nuevos caminos. Según la compañía, GPT-4 es más capaz y preciso que el ChatGPT original y se desempeña sorprendentemente bien en una variedad de pruebas, entre ellas el examen para ejercer la abogacía (en el que GPT-4 obtuvo puntajes superiores al 90 por ciento de los humanos que han tomado la prueba) y la Olimpiada de Biología (en la que superó al 99 por ciento de los humanos). GPT-4 también obtuvo excelentes notas en varios exámenes de Ubicación Avanzada, entre ellos el de Historia del Arte y el de Biología, y sacó un 1410 en el examen estandarizado de aptitud académica (SAT, por su sigla en inglés) que, si bien no es un puntaje perfecto, es uno que muchos estudiantes de bachillerato querrían tener.