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Gonzalo Celorio: “En América, el español, más que ser la lengua de la Conquista es la lengua de la independencia”

09/04/2023
Marina Artusa

Gonzalo Celorio, en el IX Congreso Internacional de la Lengua Española, celebrado en Cádiz

De las veintitrés Academias de la Lengua que existen fuera de España, el escritor mexicano Gonzalo Celorio dirige la que más hispanohablantes reúne, la de su país: “Uno de cada cuatro hablantes de español es mexicano”, dice.

Celorio, que además es ensayista y catedrático de la Universidad Nacional Autónoma de México, estuvo en Cádiz para participar del IX Congreso Internacional de la Lengua. En el encuentro, que se celebró entre el 27 y el 30 de marzo, disertó sobre “Viaje, tornaviaje y cultura transatlántica”. Conversó, además, con el escritor y periodista español Juan Cruz sobre el boom latinoamericano y presentó el Diccionario de mexicanismos.

¿Hasta qué punto el español fue una imposición de la conquista o un punto de partida para la emancipación?

-Se piensa que la lengua española es la lengua de la conquista. Y sí, es la lengua de la conquista, pero hasta cierto punto. La conquista espiritual, la catequesis, no se hizo en español. Se hizo en lenguas indígenas. Los misioneros que llegaron a México, a Perú, a Guatemala, a lugares donde había grandes poblaciones prehispánicas, aprendieron las lenguas originarias para poder catequizar. Cristianizaron en lenguas indígenas para que los indígenas tuvieran cierta confianza en sus predicadores. Al final, el dato que te voy a dar es escalofriante: a fines del siglo XVIII y principios del XIX, cuando empiezan las guerras de independencia en América, solamente hay, en todo el continente, 3 millones de personas que hablan español. Es un dato importantísimo.

¿Qué significa eso en el contexto lingüístico de aquella época?

-Que la castellanización no la hizo la conquista, no la hizo la colonia. La hicieron las repúblicas. Los flamantes países hispanoamericanos recién independizados fueron los que se dedicaron a tener como programa la castellanización porque, sin la lengua española, no habría nacionalidad. Era la lengua franca, única, que podía imponerse frente a una pluralidad enorme de lenguas indígenas. En México, hay más de cien lenguas originarias. Entonces, ¿cuál era la única posibilidad? Enseñar español. Hubo grandes próceres libertarios republicanos del siglo XIX que se empeñaron en abolir las lenguas indígenas porque eran un estorbo para la configuración nacional. De manera tal que yo sostengo una tesis discrepante, no muy digna de aplauso, más bien bastante heterodoxa y casi herética: en América, el español, más que ser la lengua de la conquista, es la lengua de la independencia.

Durante el Congreso de la Lengua de Cádiz, su compatriota, el escritor Juan Villoro, señaló que antes de la independencia de México, el 60 % de la gente hablaba alguna lengua vernácula y que hoy apenas el 6,6 % las habla.

―Es cierto lo que dice Juan. Hay una cosa terrible, una estadística terrible: en términos relativos, los hablantes de lenguas indígenas ocupan cada vez más un lugar menor. Porcentualmente, cada vez son menos. Pero en números absolutos, cada vez son más. ¿Qué quiere decir esto? Que hablar una lengua indígena implica una marginalidad. Hay un número mayor en la actualidad de indígenas monolingües que los que había a la llegada de los españoles. Y ahora, cada vez son más marginales porque, proporcionalmente, cuentan menos. Pero en números absolutos cada vez son más. Es muy impresionante.

¿Está de acuerdo con el reclamo del presidente mexicano Andrés López Obrador según el cual España debe pedir perdón por la conquista? Ese mismo planteo, ¿sería legítimo hacerlo desde un punto de vista lingüístico?

―Por supuesto que no. A mí me gustaría que López Obrador se quitara ese apellido y me lo dijera en náhuatl (lengua indígena mexicana que hablaron, entre otros, los aztecas) o en maya. Que haya que abjurar de la cultura española es un absoluto despropósito suicida porque significa que estamos dejando de reconocer, no sólo parte de nuestra identidad de cultura mestiza, sino la parte que finalmente acabó por ser la dominante. Porque hay un pueblo vencedor y un pueblo vencido. Y siempre, en México, nos identificamos con los vencidos y nunca con los vencedores cuando, en realidad, somos parte de los vencedores.

¿Usted habla náhuatl?

―Yo no hablo náhuatl, me encantaría pero no lo hablo. Y toda la cultura mexicana, finalmente, es una cultura europea porque el proceso de conquista ―nos guste o no nos guste, si hubo legitimidad o no es otro problema― fue un proceso de incorporación de América al sistema de valores en el que se sustenta la cultura europea y, particularmente, la española. Negar eso es negar la historia.

―¿Qué opina sobre cómo se llevó a cabo esa incorporación?

―No la estoy justificando. Me parece que fue una conquista brutal, ilegítima, que estaba motivada por muchos preceptos de la época. Fundamentalmente, lo que vieron los españoles en América fue una viña sin cultivo, donde había que sembrar la palabra de Dios. La conquista espiritual fue la justificación de la conquista política. Eso no descarta que hubo codicia, avaricia, prácticamente esclavitud a través de los encomenderos. Todo eso es cierto. Porque el cristianismo es una cultura y una religión ecuménicas, es decir, donde se piensa que es la única religión verdadera y que las demás son religiones falsas. Cosa que no ocurre con el islam ni con la religión hebrea. Por eso pudieron convivir en España tan armónicamente durante siete siglos árabes, judíos y cristianos. Curiosamente la gran aportación del islam a España fue la tolerancia religiosa. Quién lo diría hoy por hoy… ¿Por qué? Porque no son proselitistas. No piensan que la suya es la única religión verdadera. Piensan, al contrario, que son un pueblo elegido por Dios y lo mismo ocurre con los judíos.

¿Los Congresos de la Lengua sirven para las academias del español latinoamericanas?

―Mucho. Sirven mucho. Estos congresos ratifican la presencia de todo el universo panhispánico y eso es muy enriquecedor. Hay un milagro que hay que consignar. Una lengua que la hablan más de 500 millones de personas que la tienen como lengua materna, una lengua que se habla en 20 países, que uno puede atravesar una geografía tan accidentada como es la de nuestro continente y atravesar 20 fronteras sin perder inteligibilidad, es un milagro. Y este Congreso, de lo que da cuenta, es de que la norma española es policéntrica. No la detenta España porque España no representa más que al 8 por ciento de los hablantes de español. En México, uno de cada cuatro hablantes de español es mexicano, sin contar a los que están en Estados Unidos. Es decir, más del 90 por ciento de los hispanohablantes está en América. Y dentro de 20 años, el país con más hablantes de español será Estados Unidos.

¿Le preocupa el deterioro que el español pueda estar sufriendo allí?

―Yo no pienso nunca en términos puritanos con respecto a la lengua. Porque eso nos lleva a una idea muy colonialista: que el español que se habla bien es el español peninsular de España y que las manifestaciones del resto de los países son manifestaciones corrompidas de aquella manifestación original. No. Nada eso.

―¿Son entonces variedades del español?

-Claro. Porque si no, tendríamos que condenar todas las expresiones populares, los giros. Lo que sí es cierto es que la lengua, cuánto más culta y formal sea, es más homogénea. Y en cuanto más popular, es más diversa. No había ninguna diferencia entre la manera de hablar y de escribir de (Jorge Luis) Borges, de Alfonso Reyes (mexicano) y de Dámaso Alonso (español). Sin embargo, cuando Borges reproduce el lenguaje del lunfardo de los cuchilleros y de los suburbios de Buenos Aires utiliza un lenguaje muy popular que no es fácilmente comprensible, como no lo es el de los cargadores del Barrio de la Merced de Ciudad de México. Por otra parte, hay que decirlo, es más fácil que quien conozca la norma culta pueda conocer las normas populares, que al revés. Y por eso tendemos, en términos educativos, a la norma culta. Porque es más homogénea.

―¿Dónde se paran los académicos frente a estos dos aspectos de la lengua?

―Lo que tenemos que hacer los académicos es no imponer normas. Lo que hacemos en las obras no tiene valor prescriptivo. Tiene valor descriptivo. Los académicos no tenemos que saber hablar muy bien. Eso sí, tenemos que saber oír muy bien. Los dueños de la lengua son los hablantes.

Sobre Gonzalo Celorio

Tiene 75 años y hoy está al frente de una cátedra curiosa de la Universidad Nacional Autónoma de México: Maestros del exilio español. En 2010 recibió el Premio Nacional de Ciencias y Artes en la categoría de Lingüística y Literatura. Dirigió el Fondo de Cultura Económica y, hasta ahora, publicó cinco novelas. Mentideros de la memoria, de 2022, es la última.