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"Fumarola" para las palabras de un año

04/01/2022
Lola Pons Rodríguez

Ríos de lava en el canal canario de La Palma

Al pisar el suelo, la tierra cercana al volcán quema porque hay magma soterrado que quiere salir; este termina brotando a través de un punto donde el terreno se fractura, un lugar donde se rompe la superficie y, sea en los flancos, sea en el cráter, los gases y vapores empiezan a emerger. Ese punto de emisión de los gases de un volcán se llama fumarola, y es la palabra que en mi opinión mejor retrata lo que nos ha pasado lingüísticamente en este año que ahora estamos cerrando. Porque la lengua es también un volcán, cuya capacidad para generar nuevos términos o para hacer aparecer palabras ignotas es más intensa cuando sus hablantes son afectados por circunstancias sobrevenidas.

Si Borges declaraba, refiriéndose a sí mismo, que ser gran lector y al mismo tiempo ciego era una “declaración de la maestría de Dios”, no ha sido menos magistral lo de 2021: termina con un volcán cerrando la boca tras meses desahogando fuego el año que empezó con una tormenta descomunal de nieve. Casi 8.000 mujeres en España, según el INE, se llaman Filomena, pero, en 2021, en España, Filomena fue solo una, la borrasca que afectó en enero al centro peninsular.

Igual que en la poesía de los Siglos de Oro se hablaba del “hielo abrasador” y del “fuego helado” como el colmo del amor apasionado, nuestros informativos podrían, agarrando los extremos de este año, unir La Palma y Madrid, la periferia y la corte, la lava y la nieve, para crear su propia contradicción: en los medios, palabras opuestas se hicieron realidades vecinas gracias a esa transcripción de la vida que es la noticia, en esa reordenación los científicos (meteorólogos y vulcanólogos, en este caso) nos fueron explicando qué era todo eso que caía del cielo, y así sus palabras técnicas fueron calando en nosotros.

El español tiene humo porque el latín le donó la palabra fumus, pero se trajo la fumarola del italiano para no usar humareda, para describir las grietas de los conductos volcánicos con un término más especializado. Fumarola es, junto con colada, malpaís o piroclasto, una de las palabras técnicas que, aun existentes ya en el lenguaje técnico del español (fumarola se usa al menos desde el siglo XIX), no se ha incorporado al habla general hasta que ha llegado la erupción del volcán canario Cumbre Vieja.

No es una tendencia lingüística novedosa. Desde el inicio de la pandemia venimos observando la frecuencia que ha adquirido el lenguaje científico en las noticias y, por ende, su familiaridad en el habla común. Si coronavirus fue la palabra vanidosa que en 2020 atrajo toda nuestra atención, este año ha sido el moscardón que ha rondado por encima de otro conjunto de palabras pandémicas. En el año en que en España los filólogos protestamos públicamente para tratar de que el latín y el griego no naufragaran en los nuevos planes de estudio de la última ley educativa, tuvimos que ver cómo se recurría a esas lenguas para dar nombre a los lugares donde acudíamos a inmunizarnos (vacunódromos, con la base griega dromos), a las nuevas variantes del virus, bautizadas con las letras del alfabeto helénico (beta, delta, gamma o, más recientemente, ómicron) o incluso a realidades virtuales muy tangibles, como ese metaverso del que ya se empieza a hablar, donde la meta no es el fin sino el prefijo “después de” del griego, y el verso no es la línea del poema, sino la parte final del universo.