twitter account

Filipinas, un país hispanohablante que dejó de serlo

26/04/2022
Jorge Mojarro

Apenas el 3% de los filipinos hablan hoy español

Recuerdo que un académico latinoamericano ―no sé de qué país― afirmó airadamente en un congreso académico que por culpa de la conquista española, muchas lenguas indígenas entraron en extinción. Eso me hizo pensar mucho en la fuerte conexión entre lengua e identidad y en por qué el académico ―usando un español sencillo― estaba tan enfadado con el tema. Tal vez pensara que su identidad quedaba desdibujada por su incapacidad para hablar quechua, aymara, guaraní o cualquier otra lengua.

Le contesté que si realmente consideraba que la pérdida era tan grande, aún estaba a tiempo de aprender la lengua indígena de su lugar de nacimiento y dársela a sus hijos. Pero estaba claro que no estaba dispuesto a hacerlo: privar a sus hijos de conectar con una comunidad de más de 500 millones de hablantes afectaría sin duda a sus posibilidades de prosperar.

En Filipinas se da la situación contraria. Tras 333 años de presencia española, el idioma ha desaparecido casi por completo. Cuando pregunté a algunos filipinos por qué ocurría eso, me dijeron que “los españoles no querían que lo aprendiéramos”.

La respuesta no me satisfizo: eso sería bastante insólito incluso desde el punto de vista de los colonizadores. Otras personas me dieron una respuesta más elaborada: “La única figura española en muchas provincias era el fraile español y no quería que la gente aprendiera, para poder así mantener el poder, como intermediario entre el gobierno y los nativos”. Eso sonaba más lógico, pero en realidad ignora un factor muy importante: cómo se aprenden y difunden las lenguas.

Nicholas Ostler es un académico británico especializado en lenguas en peligro de extinción. Publicó en 2005 un libro fascinante, Empires of the Word: A Language History of Languages, en el que traza la biografía de las lenguas que más han dominado el mundo a lo largo de ciertos periodos de la historia, a saber, el sumerio, el acadio, el sánscrito, el griego, el latín, el francés, etc., e intenta explicar qué procesos hacen que las lenguas prosperen y se extiendan, para luego ser abandonadas y olvidadas. Afirma que son muchos los factores, como la influencia de un grupo lingüístico muy poderoso, las epidemias, la guerra o las catástrofes naturales, que pueden diezmar a los hablantes de una misma lengua. Pero, sobre todo, hay algo en lo que la gente no suele pensar: cuando los padres no enseñan a los niños su lengua.

La lengua no es sólo una herramienta de identidad, sino una herramienta práctica para la vida cotidiana. Ha habido increíbles intentos de recuperar lenguas muertas, la mayoría de ellos infructuosos. Una excepción es el renacimiento del hebreo, liderado por Eliezer Ben-Yehuda y seguido por un fuerte movimiento sionista en Palestina. La recuperación de la lengua se consideraba una tarea ineludible para que los judíos crecieran y prosperaran y mejoraran su sentido de comunidad. Esta visión identitaria sobre la lengua no es una excepción. Pero en Filipinas lo que prevalece es la visión de que la lengua es sólo una herramienta cotidiana. Hay padres que hablan a sus hijos en tagalo, a pesar de ser hablantes nativos de ilonggo, ilocano, waray o cualquier otra lengua minoritaria. Muchos manileños necesitan la mediación de un tío para hablar con sus abuelos cuando los visitan en la provincia. Incluso he visto niños en Metro Manila que sólo hablan inglés, pues sus padres se niegan a hablarles en tagalo. La razón es clara: quieren proporcionar a sus hijos una lengua que puedan utilizar activamente a lo largo de su vida. También hay una idea de estatus social detrás: las lenguas se consideran jerárquicamente, el inglés está en la cima y las pequeñas lenguas indígenas en la base.

Nicholas Ostler afirma también en The Last Lingua Franca (2010) que el futuro del inglés no parece tan halagüeño: al igual que el latín, dejará de hablarse lentamente ―pero no en poco tiempo, seguro― y que se utilizará como lengua de conocimiento antes de desaparecer. La razón para él es clara: los idiomas se aprenden de los padres y, en términos de hablantes nativos, el inglés no está creciendo. De los mil millones de hablantes de inglés, sólo 330 millones son nativos, y esta población no se está extendiendo.

Volviendo a Filipinas, muchos factores pueden explicar la desaparición del español: en primer lugar, la presencia del español en Filipinas era relativamente débil en términos de hablantes nativos. No tenía sentido aprender una lengua que no se podía usar. El número de españoles que vivían en el archipiélago siempre fue bastante bajo.

Para aprender un nuevo idioma, se necesita motivación para hacer el esfuerzo y también oportunidades para practicar lo aprendido. Aquí faltaban ambas cosas.

En segundo lugar, la razón por la que los frailes no enseñaban español era meramente práctica: era más fácil que una persona extranjera aprendiera la lengua indígena que obligar a 5.000 personas a aprender la lengua de una sola persona. Era bastante lógico. Además, los misioneros realizaron un excelente trabajo de documentación de las lenguas filipinas con sus gramáticas, diccionarios y traducciones. Si ocurrió que más tarde utilizaron estos conocimientos para ejercer el poder, fue algo más circunstancial que premeditado.

En tercer lugar, las Leyes de Indias eran bastante claras en cuanto a la importancia de la difusión del español en las colonias, pero esto era más un buen deseo que un objetivo factible. Sólo con la implantación del sistema educativo público en 1862 el español pudo arraigar en el archipiélago.

En cuarto lugar, cabe recordar que el español tampoco era una lengua ampliamente hablada en Hispanoamérica hasta que sus respectivas constituciones lo declararon, tras la independencia, como lengua oficial, y hasta que la educación se implantó libremente y se hizo obligatoria. La élite criolla quería que su lengua fuera la oficial del país. Cualquiera que quisiera tener éxito en los negocios, obtener una educación formal alta o escalar socialmente tenía que aprenderlo. Algo así podría haber ocurrido perfectamente en Filipinas si los estadounidenses no hubieran interferido en el proceso en 1898.

Por último, los estadounidenses querían una rápida estadounidización del archipiélago. Con ese propósito, se pintó una imagen oscura de todo lo español y se desalentó el uso de la lengua española. Si bien, hubo una feroz resistencia por parte de la intelectualidad filipina, finalmente se rindieron: sus nietos ya no hablaban español. Y la razón de que esto ocurriera fue que dejaron de hablar a sus hijos en español en casa.

Un ejemplo: si en 1898 había ―digamos― alrededor de un millón de hispanohablantes en Filipinas y la población se había multiplicado hasta ahora por diez, ahora mismo habría al menos diez millones de hispanohablantes, o incluso más, dado que esos hablantes pertenecen a la clase intelectual, empresarial y política, y las clases bajas tienden a adoptar los hábitos de las de clase alta para mejorar su vida. Pero simplemente dejaron de hablar a sus hijos en español, y curiosamente ocurrió cuando se generalizó el uso del español, alrededor de los años 20 y 30 del siglo pasado. Probablemente no se sentían tan apegados al idioma desde un punto de vista identitario. Pero lo más importante es que no pensaban que sus hijos necesitarían más la lengua española para crecer y prosperar. El mundo estaba configurado por los anglosajones y Filipinas estaba bajo el dominio de Estados Unidos: El español empezó a ser visto como una reliquia, un vestigio del pasado, cuya exhibición sólo se hacía para enorgullecerse de su sangre española.

Muchos filipinos culpan a la falta de oficialidad de la pérdida, algo que solo vino a ocurrirsólo ocurrió en 1986. La cuestión es más simbólica que relevante: la lengua española estaba en decadencia en Filipinas varias décadas antes de que fuera eliminada de la Constitución. Como sociedad multilingüe, los padres suelen elegir la transferencia de una de las lenguas que hablan, y el español, salvo notables excepciones, no era claramente la preferida.

He conocido a muchos estudiantes filipinos de español que culpan a sus padres por no hablarles en la lengua de sus antepasados en casa. Probablemente lo hicieron con la mejor de las intenciones, ya que sólo a partir de los años 90 la lengua española empezó a ser reconocida como un idioma muy útil a nivel internacional, tanto en los negocios como en las organizaciones internacionales, y proporcionando miles de puestos de trabajo bien remunerados en la industria de los centros de llamadas. El tiempo lo cambia todo y ahora los filipinos vuelven a aprender español, esta vez como segunda lengua. Es una paradoja histórica que solo después de que el español se hubiera casi perdido en Filipinas, se encuentren miles de filipinos que vuelven a aprender el idioma en las universidades, en el Instituto Cervantes, en colegios privados o como asignatura optativa en los institutos. Para la mayoría de ellos será una oportunidad de mejorar sus vidas con un ingrediente oculto de la identidad filipina.