El uso de la IA para redactar, ¿puede aplanar la actividad cerebral?
Los generadores de texto como ChatGPT —que en este noviembre cumple tres años— se han infiltrado en la vida cotidiana; en correos electrónicos, informes, trabajos académicos e incluso en exámenes. Su influencia creciente ha encendido una alerta y desatado interrogantes: ¿está aplanando nuestro lenguaje y, con él, nuestras conexiones neuronales? Los estudios internacionales empiezan a advertir sobre cierta “robotización” del lenguaje humano.
Lingüistas y neurocientíficos sostienen que nos acercamos a un punto de inflexión que obliga a revisar la propia definición de lenguaje. Hasta ahora, el lenguaje humano se diferenciaba del animal. Hoy se suma el lenguaje artificial, desprovisto de emociones, matices y humor, elementos que hacen singular una escritura producida por una mente humana.
Una investigación de la Universidad Complutense de Madrid, citada por el diario El País, ha detectado cómo escribe Chat GPT, marcando cuáles son los patrones estilísticos recurrentes. Tiene un tono entrecortado, frases cortas y siempre el orden básico de sujeto, verbo y predicado. El problema es que los modelos ya se entrenan también con escritura humana influenciada por la propia IA. Con lo cual, el despersonalizado lenguaje de robot, se sigue multiplicando.
¿Qué ocurre en nuestro cerebro si delegamos el acto de pensar y escribir? Perfil Córdoba consultó a expertas en neurología, psiconeurología y en lingüística para abrir el debate. El consenso general es que aún faltan estudios concluyentes, pero hay hipótesis sólidas sobre el impacto cognitivo del uso pasivo de la inteligencia artificial.
Una de las advertencias más claras apunta a la pérdida de conexiones neuronales asociadas al proceso de escritura activa. Los textos generados por la IA podrían homogeneizar nuestro lenguaje y empobrecer nuestra singularidad narrativa si nos limitamos a reproducirlos sin reelaboración.
Además, señalan que la creatividad se construye biológicamente sobre la memoria más la elaboración activa. Copiar sin integrar debilita ese circuito. La IA no destruye la creatividad: se pierde cuando no se ejercita. Usada como herramienta de apoyo -no de reemplazo- puede expandir el pensamiento y favorecer nuevas ideas. Todo depende del esfuerzo cognitivo que estemos dispuestos a asumir. Entonces, el ChatGPT no nos vuelve mediocres. El uso pasivo sí.
Plasticidad cerebral
Fátima González Palau, doctora en Neuropsicología y directora del Instituto de Neurociencias y Bienestar de la Universidad Siglo 21, recuerda que las interacciones tecnológicas influyen significativamente en el desarrollo cerebral y en nuestras capacidades cognitivas. Esto se debe a la plasticidad cerebral. “Si bien las herramientas de inteligencia artificial como ChatGPT ofrecen ventajas significativas, su impacto en el desarrollo cognitivo a largo plazo debe considerarse cuidadosamente”, dice.
La escritura tradicional activa numerosos circuitos cognitivos: pensamiento crítico, atención, planificación, toma de decisiones, lenguaje, memoria y pensamiento imaginativo. “La generación de contenido con IA podría cambiar la forma en que utilizamos estas funciones y circuitos: es decir, se usarían menos unas funciones y, sólo si participamos activamente, se utilizarán más otras”, sostiene.
La neuróloga María de la Paz Scribano, directora médica del Centro González Palau y profesora asistente en la Cátedra de Física Biomédica de la Facultad de Ciencias Médicas (UNC) advierte que, como sostienen algunos autores, a partir de ahora habrá desplazamiento progresivo del lenguaje humano hacia formas de lenguaje más homogéneas, más “eficientes” y menos ancladas en la experiencia subjetiva.
Esto se debe a que los modelos de IA producen lo más probable estadísticamente, no la vivencia humana. “Si todo se empieza a escribir como ChatGPT, la cultura expresiva cambia, no sólo el estilo”, señala Scribano.
La neuróloga señala que el cerebro aprende ajustando sus modelos internos del mundo a partir de la predicción, el error y la corrección. “Cuando delegamos demasiado a otro agente cognitivo, disminuye esa necesidad de actualizar modelos internos: eso significa menos esfuerzo de inferencia real en el cerebro”, apunta.
No se trata de atrofia —aclara—, pero sí de un proceso de simplificación cognitiva cuando consumimos respuestas sin reelaborarlas. Es decir que hay menor consolidación y construcción de modelo mental propio ya que la plasticidad depende de que la persona “procese, integre, contraste”.
González Palau propone un concepto que gana fuerza en la neurociencia contemporánea: la cognición extendida. Esto significa que la IA —utilizada de manera crítica— podría actuar como un sistema que amplíe nuestras capacidades cognitivas en lugar de sustituirlas. “Esto no implica dependencia sino interacción, co-creación y retroalimentación”, indica. Si en lugar de generar cada palabra, describe, el cerebro adopta el rol de evaluar, seleccionar y transformar lo que propone la IA activamos procesos superiores como el análisis crítico, la síntesis y la monitorización de errores.
Ambas expertas coinciden en que estamos frente a hipótesis iniciales que deberán someterse a estudios empíricos rigurosos.
El riesgo del sedentarismo cognitivo
¿Qué ocurre cuando la actividad es pasiva, cuando copiamos sin pensar? González Palau señala que, según lo que se sabe hasta el momento, los circuitos neuronales activados durante la escritura autónoma podrían debilitarse si usamos la IA sólo para copiar. Por plasticidad se refuerza aquello que se usa y se atenúa lo que se abandona.
Scribano ilustra con un ejemplo la relación entre la lectura, el pensamiento crítico y la creatividad. “La lectura profunda implica la acumulación de memoria semántica extensa, que es lo que hace posible la creatividad futura”, sostiene. Es decir que la creatividad surge de ese “gran depósito” interno, que se reorganiza y recombina. “Si solo copio, no incorporo, no consolido ni genero enlaces neuronales y hay menor probabilidad de ideas nuevas”, subraya. En otras palabras, es necesario encontrar un equilibrio entre aprovechar las ventajas de la inteligencia artificial y preservar nuestras capacidades cognitivas naturales, usándolas activamente.
Las expertas coinciden en que el reto es sostener el equilibrio entre aprovechar la IA y evitar el sedentarismo cognitivo. El cerebro —como los músculos— necesita esfuerzo, práctica y exposición a tareas que lo desafíen. “La participación activa (no pasiva) en tareas y ejercicios cognitivos que desafíen nuestro cerebro es la clave para mantenernos activos y saludables cognitivamente”, subraya González Palau.
¿Nos hace mediocres?
María de la Paz Scribano refiere que los estudios existentes son ambiguos respecto a si el uso de modelos de lenguaje como ChatGPT nos hace más mediocres. “Hay evidencia que en universitarios el uso de ChatGPT no reduce la creatividad per se, pero el impacto depende del tipo de uso: cuando es guiado y formativo, la creatividad puede incluso mejorar porque funciona como andamiaje cognitivo, no como sustituto”, asegura.
Pero en adolescentes, el uso excesivamente pasivo se asocia con dependencia, reducción del pensamiento crítico y empobrecimiento del desarrollo cognitivo ejecutivo. “No es la herramienta, es el modo de uso”, subraya.
La IA puede optimizar nuestra escritura, agilizar tareas y ampliar horizontes. Pero la capacidad de pensar, conectar ideas, sentir el lenguaje y crear significado sigue siendo, por ahora, patrimonio humano.