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El poder del lenguaje

18/03/2021
Jim Martorano

La mayor parte de la gente no es receptiva a los intercambios razonados de ideas y esto es especialmente cierto en los ámbitos de la política y la religión.

Si usted es como yo, con frecuencia se sentirá tentado a entablar un debate sobre un tema especialmente candente con un amigo con el que no está de ni un poco de acuerdo. Si siguiera usted el consejo de mi madre, resistiría la tentación porque ella creía que la mayor parte de los temas de discusión están demasiado anclados en lo emocional. Tenía razón. La mayor parte de la gente no es receptiva a los intercambios razonados de ideas y esto es especialmente cierto en los ámbitos de la política y la religión. Sin embargo, toda la historia de la filosofía se basa en la naturaleza inquisitiva de la del ser humano y en su disposición a explorar ilimitadamente las ideas examinadas mediante un sólido intercambio de propuestas contradictorias.

Sin embargo, hubo un tiempo en que el el cuestionamiento de los mitos y leyendas tradicionales sobre el universo y los dioses se pagaba con la vida. A pesar de los riesgos, espíritus valientes y curiosas osaron desafiar el statu quo. Empezaron a plantear preguntas que iban más allá de lo que se les había enseñado a aceptar como realidad.  Formularon preguntas como: ¿de qué está hecho el universo? ¿cómo percibimos el mundo? ¿cómo podemos saber algo? ¿cómo se adquiere el conocimiento? ¿cómo comprobamos la veracidad de las afirmaciones? Y fue así que nació nuestra tradición filosófica occidental.

Todas las preguntas que se plantearon estos aventureros intelectuales ya habían sido respondidas por las religiones y por los mitos culturales; sin embargo, ahora buscaban respuestas basadas en el razonamiento. Aristóteles fue aún más lejos al construir reglas de lógica para guiar el viaje. La idea era que, ya que las matemáticas y la ciencia nos conducían a verdades indiscutibles, ¿por qué no podíamos duplicar el proceso en el ámbito de la filosofía? Esta idea tenía mucho sentido, puesto que tres de los filósofos más famosos, Pitágoras, Descartes y Leibniz, fueran también matemáticos. No obstante, diferencia de los matemáticos, los filósofos deben construir argumentos lógicos, enmarcando sus proposiciones con palabras, no con números o símbolos. Y esto presentaba sus propios problemas.

La verdad es que, tanto si se trata de debatir una cuestión con un amigo, como de explorar algún tema profundo para la época, las habilidades de comunicación claras y eficaces son vitales. Debemos reconocer el significado de las palabras no sólo para nosotros mismos, sino también para la sociedad en general. Para avanzar, es esencial emplear un lenguaje exacto y preciso. Debemos ser siempre conscientes de la importancia de evitar las trampas lingüísticas de la vaguedad, la ambigüedad y tener muy en cuenta la fuerte influencia de la cultura en el lenguaje humano.

A primera vista, parece fácil. Las palabras sirven para referirse a los objetos. Bastante sencillo. Pero un examen superficial revela verdaderos problemas. Por ejemplo, “un grillo en la olla” significa que un insecto saltador está dentro de un recipiente de cocina, mientras que "olla de grillos”  se refiere a un lugar en el que reina gran desorden y nadie se entiende.

Las palabras y las expresiones de referencia suelen ser vagas, lo que significa que hay un grado de falta de claridad en ellas. Palabras como “audaz", “grande”, “belleza”, “justicia”, “arte” y “responsabilidad" están sujetas a interpretación. A veces su vaguedad es precisamente la razón por la cual las empleamos. Las consignas políticas suelen utilizar palabras vagas con la intención de que el público objeto aporte su propio significado y se unan con entusiasmo a la causa. Palabras como libertad y democracia pueden tener significados diferentes, según quien las pronuncie.