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El arte de traducir

17/07/2022
Marcos Durán Flores

La traducción ha existido desde que el hombre ha utilizado la palabra hablada, una actividad que ha desempeñado un papel vital en la historia de la humanidad y cuyo uso se remonta hasta antes de la antigua Grecia, persa y Roma, imperios que debían entenderse con los habitantes de sus territorios conquistados. Lo mismo ocurrió con los españoles, que utilizaban traductores para comunicarse con los habitantes de sus colonias. En México, nuestra traductora más famosa fue “La Malinche”, mujer que se cree sirvió a Cortés más allá de sólo traducir del náhuatl a la lengua de Castilla.

Muchas de las traducciones antiguas fueron de naturaleza religiosa. Una de las más conocidas es la Septuaginta, la traducción de la Biblia hebrea al griego. La historia refiere que 72 eruditos judíos, seis por cada una de las doce tribus de Israel, fueron comisionados por Ptolomeo II, rey griego de Egipto, para traducir el Pentateuco, o la Torá, como llaman los judíos, y para nosotros, los de a pie, el Antiguo Testamento de la Biblia, que incluye los libros del Génesis, Éxodo, Levítico, Números y el Deuteronomio.

Pero como decía el escritor y filósofo italiano Umberto Eco, la traducción es el arte del fracaso. Uno de esos, se cree fue el traducir “mujer joven” en hebreo, por “virgen” en griego, diferencia ortográfica que cambió la historia de la humanidad, pues la profecía de la llegada del Mesías para liberar el pueblo de Israel terminó diciendo que una “virgen” daría a luz a un niño. Esto significaría un milagro, algo reservado sólo para Dios y, por lo tanto, quien naciera de esa virgen, sería el hijo de Dios en este caso Jesús el Cristo.

Otra traducción polémica fue la de Lutero, que tradujo la Biblia al alemán, dejando fuera, por decisión propia, varios de sus libros, lo que significó el cisma más grande que ha tenido la iglesia católica: la Reforma Protestante

Los traductores han sido claves para poder difundir la literatura, poesía y el conocimiento científico. El poeta romano Livio Andrónico tradujo la Odisea de Homero del griego al latín; Chaucer a Virgilio y Ovidio al inglés, mientras que Goethe tradujo al alemán a Voltaire, Shakespeare y Homero. Jorge Luis Borges tradujo al español obras de Oscar Wilde, Kafka, H.G. Wells, Edgar Allan Poe, Faulkner, Hesse, Kipling, Virginia Woolf y André Gide.

Pero una de las piezas de evidencia más trascendentales en la historia de los traductores es la piedra de Rosetta, uno de los grandes descubrimientos arqueológicos. La piedra fue encontrada por un soldado de Napoleón en el Delta del Nilo, un 15 de Julio de 1799. Por su importancia, fue enviada a Alejandría y cuando Inglaterra derrotó a los franceses en Egipto, el Gobierno inglés encontró un hogar permanente para ella en el Museo Británico en Londres. 

La piedra de Rosetta es una pieza de color gris y rosado, que data del año 196 antes de la era actual y que presenta un decreto del rey Ptolomeo V de Egipto. El texto está en tres lenguajes: jeroglífico, griego y demótico. El texto jeroglífico tiene 14 líneas, el demótico 32 y el griego 54 líneas. Los jeroglíficos eran el lenguaje de los sacerdotes egipcios, el griego se usaba para fines administrativos y el idioma demótico lleva el nombre que le dieron los griegos para indicar que era la lengua de los demos, o gente común. Se usó en Egipto cuando la tierra estaba ocupada y generalmente dominada por extranjeros, incluidos persas, griegos y romanos.

El demótico era una de las tres escrituras de la Piedra de Rosetta, que también contenía el mismo texto en jeroglíficos egipcios y en griego. Además de usarse en tallas de piedra, la escritura se dejó en papiros y piezas rotas de cerámica.

Gracias al trabajo de lingüistas y arqueólogos, se convirtió en una herramienta para descifrar jeroglíficos egipcios antiguos, lo que permitió traducir una cantidad innumerable de escrituras y de inscripciones en muros en todo el reino de los antiguos faraones. 

Yo tuve la Piedra de Rosetta ante mis ojos durante una visita a Londres y al verla, entendí que estaba ante el monumento que representaba la comunicación entre idiomas a través del tiempo y la distancia, un sinónimo de cómo acortar la brecha para expandir el conocimiento.