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Dante y sus traductores: una conjunción bien argentina

25/03/2021
Pablo Gianera

La nueva traducción coincide con las conmemoraciones por los 700 años de la muerte del poeta

Se presentó este jueves 25 de marzo una nueva traducción argentina de la Divina Comedia; su autora, Claudia Fernández Speier, investigó también las versiones hechas en la Argentina

Decía Ángel J. Battistessa en el prólogo a su versión de la Divina Comedia que el problema no residía en el hecho de traducir del italiano, y sí en el de traducir a Dante. Mencionaba después la superstición perfeccionista de Flaubert según la cual la prosa nunca está terminada y añadía: “Las traducciones, máxime las en verso, padecen, casi siempre también con ventaja, una dilación equivalente”. Si todo traductor, aun el de la prosa profana del día, cede a la tentación de anteponer el descargo a la acusación, mucho más intentará curarse en salud el traductor de Dante, en cuyo poema, observó Borges, “no hay una palabra ociosa” puesto que “todo, estética o psicológicamente, se justifica”. Lo que dura, se diría entonces, lo fundan los poetas, no la lengua. Dante funda su propia lengua en la lengua.

Battistessa proponía también en esa frase una serie indefinida de versiones, una colaboración en el tiempo entre los traductores. Esa serie es en la Argentina muy nutrida. Empezó con Bartolomé Mitre, que publicó su versión en verso rimado en 1897. Siguió con el propio Battistessa, que concluyó la suya a principios de la década de 1970. En 2003, el Grupo Editor Latinoamericano editó, a instancias del poeta Luis Tedesco, la versión del psiquiatra Antonio Milano. La traducción de Jorge Aulicino, en Edhasa, salió 2015, y hace un par de meses la versión del Infierno de Alejandro Crotto. La de Claudia Fernández Speier, cuya versión en Colihue se presenta mañana como parte de las actividades en conmemoración por los 700 años de la muerte del poeta, es un caso un poco aparte. Lo es no solamente porque llega después de las otras, sino porque Fernández Speier estudió la serie misma en la Argentina en el libro Las traducciones argentinas de la Divina Comedia (Eudeba).

“En la Argentina, Dante es el clásico más leído y amado, y traducir es un acto privilegiado de lectura y de amor”, dice a LA NACION. “A qué se debe esa predilección es muy difícil de decir, pero es muy probable que esté ligada al fenómeno migratorio. El gesto de Mitre fue fundacional en muchos sentidos: quién sabe si el resto de los traductores argentinos se habría atrevido a traducir la Comedia sin esa apropiación tan precoz en nuestra cultura, y tan libre, de un texto central en el canon europeo. Pero a esta altura, y sobre todo en este año del séptimo centenario de la muerte de Dante, es casi lógico que nazcan nuevos proyectos de traducción en todo el mundo, porque como dijo el gran poeta italiano Eugenio Montale, la lectura de la Comedia provoca un misterioso deseo de compartirla con los demás”.

Hay traductores que prefieren no conocer otras versiones de lo que tendrán que traducir. Pero, por el asunto mismo de su investigación, Fernández Speier tenía vedada esa protección. “Fue algo positivo”, explica. “No sé si usaría la palabra ‘ventaja’, que tiene una connotación un poco utilitaria, pero sin dudas fue formativo el aprendizaje y la reflexión sobre la traducción, la conciencia del carácter histórico de cada proyecto traductivo, de la noción de fidelidad, de la figura del traductor. Conocer la tradición en la que se inscribe mi trabajo fue fundamental”. Este conocimiento no eximió a la traductora decisiones que, al ser tomadas, terminan siendo la condición de posibilidad, y a la vez el límite, de la tarea.

Excluida la traducción en prosa, que daría una Comedia meramente informativa, la cuestión era qué hacer con el verso y si adherirse o no al endecasílabo dantesco. Cuenta Fernández Speier: “Al aceptar en encargo de la editorial imaginé que el mayor desafío iba a ser hacer coincidir la precisión semántica, increíble en el caso de la Comedia, con el plano musical de los versos. Para poder conciliar ambos intereses, decidí no ceñirme de manera rígida al endecasílabo, sino hacerlo convivir con otros versos en los casos en que las once sílabas implicaran una pérdida semántica relevante.

Pero esta decisión, que en principio tomé como una solución posible a esa dificultad que imaginaba, se volvió la mayor dificultad durante la traducción misma, porque supuso la gran responsabilidad, episodio por episodio, terceto por terceto, verso por verso, de decidir qué debía privilegiar en cada caso: si el ritmo de la narración, la exactitud técnica de algunos términos, la eufonía de los acentos. Porque en el texto de Dante todo es perfecto y está perfectamente justificado, y el texto de llegada, inevitablemente, es una suerte de selección de los aspectos más significativos. Y eso comporta una interpretación por parte de los traductores”.