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Cambiar el lenguaje médico para curar mejor, paliando “una falta grave de formación de los profesionales en el trato”

25/05/2022
Aser García Rada

El lenguaje no es neutro. Las ideas, creencias, conocimientos o sentimientos que transmitimos mediante esta forma de comunicación tienen efectos positivos o negativos en otras personas, lo que también ocurre en centros de salud, urgencias y plantas de hospitalización. Así, aunque no podemos decir que las palabras curen o enfermen porque nada de eso está demostrado, el uso de cierto lenguaje médico puede mejorar o empeorar la relación terapéutica.

“La elección de palabras y frases específicas afecta a la forma en que los pacientes ven su salud y su enfermedad, refleja las percepciones del personal sanitario sobre sus pacientes e influye en la atención médica y los tratamientos ofrecidos”, defienden Caitríona Cox y Zoë Fritz, investigadoras del Instituto de Estudios para la Mejora de la Asistencia Sanitaria (THIS) de la Universidad de Cambridge, en Reino Unido, en un reciente análisis publicado en The BMJ. Explican cómo determinado lenguaje, verbal o escrito, puede culpabilizar, menospreciar o cuestionar al paciente y poner en riesgo la relación terapéutica. Para ello, ejemplifican con expresiones habituales que tienen su equivalente en castellano y son usadas en su mayoría de manera inadvertida y por costumbre. “El lenguaje de las narraciones médicas también influye en el modo de pensar, hablar y actuar de los alumnos, perpetuando cualquier prejuicio arraigado,” añaden.

Algunas de sus apreciaciones son sutiles. Así, indicar que el paciente “niega dolor torácico”, en vez de que “no tiene dolor torácico”, plantea que pudiera estar mintiendo. Aunque cierto escepticismo puede ser necesario ante, por ejemplo, la posibilidad del consumo de drogas, “los términos negar y afirmar se utilizan ampliamente en situaciones en las que no hay una base razonable para esa duda”. Por contraste, destacan, los médicos registran su percepción sobre la presencia o ausencia de signos en la exploración, en parte subjetiva, mediante términos inequívocos como “aprecia”, “observa” o “encuentra”.

Otro ejemplo: “El paciente se queja de” tiene una connotación negativa, cuando en ocasiones solo busca entender la causa de algo que quizás ni siquiera le preocupa, pero que necesita aclarar. Cox y Fritz también mencionan las narrativas desde las que a veces se abordan enfermedades crónicas, como la diabetes. Como el uso de expresiones moralizantes o infantilizantes que implican que el paciente ha hecho las cosas “bien” o “mal” para mantener su nivel de azúcar. Formas de hablar que puede asimilar el propio paciente y que, explican las autoras, dejan a un lado la complejidad que para algunas personas puede tener el manejo de su diabetes.

“Estoy totalmente de acuerdo e incluso iría más allá”, recalca Julio Zarco, médico de familia y subgerente del hospital Clínico San Carlos de Madrid. “El receptor construye su realidad en función de cómo le han influido nuestras aseveraciones”. Zarco recuerda que, para Platón, “la palabra puede ser sanadora, pero también enfermiza”. Factores como la falta de tiempo, la burocratización, los espacios mal diseñados y los procesos que parcelan la asistencia, ignorando la aproximación integral al paciente, también influyen de manera negativa en su relación con el médico, opina Zarco, presidente de la Fundación HUMANS, enfocada en humanizar la asistencia sanitaria. “Pero, sin duda alguna, el principal es la falta de pericia y formación en habilidades comunicacionales. Nadie nos enseña ni en el grado, ni el posgrado ni en la residencia, ni mucho menos cuando estás en el ejercicio profesional, a ser comunicador experto. Un mal comunicador es yatrogénico”, concluye.

Carmen Quijada Diez, traductora y profesora de filología alemana en la Universidad de Oviedo, coincide en que “existe una falta grave de formación en el trato”, y destaca la falta de empatía que puede darse “tras extenuantes horas de trabajo”. Para esta especialista, que colabora en el grupo de investigación interdisciplinar HEAL (acrónimo en inglés de “Salud, Medio Ambiente, Arte y literatura”) de esta Universidad, enfocado al estudio de las representaciones literarias, artísticas, culturales e históricas de la salud y la enfermedad, algunos médicos y enfermeros manifiestan un destacable sesgo social y una tendencia a infantilizar. “Tendemos a pensar que los usuarios son incompetentes o sin sabiduría o interés ninguno por aprender y eso no es así. Enfermamos todos,” subraya. Quijada Diez cree que la jerga médica también se usa como barrera y la asemeja al lenguaje jurídico. “La barrera que impone es un poco corporativista, como todos los lenguajes especializados”, asegura.

Esta profesora considera que cada vez hay más iniciativas desde humanidades como la lingüística, la traducción y la mediación para visibilizar estos problemas y pone dos ejemplos en los que ha participado. OncoTRAD, proyecto de la Universidad de Córdoba dirigido a pacientes oncológicos que aúna medicina, traducción y arte para adaptar, ilustrar y difundir los avances sobre el cáncer y hacerlos más accesibles. Un diccionario virtual de alzhéimer para enfermos, familiares y cuidadores contextualiza 250 términos relacionados con la enfermedad, como la afasia o la agnosia, explicando su etimología, su origen histórico y dando ejemplos extraídos de la literatura. “Si alguien enferma de algo, quiere saber todo acerca de su enfermedad”, resalta. Aunque echa en falta iniciativas similares desde el ámbito biosanitario, cree que hay esfuerzos por hacer accesibles ciertas informaciones. “Cada vez veo más infografías, vídeos, material audiovisual, folletos, mucha novela gráfica”, y piensa que la pandemia ha facilitado que la información se presente “de forma más visual y lúdica”.

Según Rodrigo Córdoba, médico de familia y profesor de la Facultad de Medicina de Zaragoza, “estamos en una fase de transición entre un modelo biomédico patriarcal y uno más participativo de compartir decisiones, pero no hemos llegado a la excelencia en la comunicación”. Como coordinador del grupo de educación sanitaria y promoción de la salud de la Sociedad Española de Medicina de Familia y Comunitaria (SEMFyC), opina que hay gente que tiene “empatía natural”, pero también que hay técnicas y habilidades que se aprenden. “A algunos nos cuesta toda la vida profesional porque no nos han formado”, manifiesta. Y lamenta haber escuchado muchos comentarios estigmatizadores viniendo de compañeros, como “este hombre es un alcohólico” o “es un mal cumplidor”.

Problemas con los inmigrantes

Si para los nacionales existen dificultades, para los inmigrantes se multiplican porque “no hay sensibilidad hacia el ámbito lingüístico y cultural en la atención sanitaria”. Lo afirma Carmen Valero Garcés, catedrática de traducción e interpretación en la Universidad de Alcalá y coordinadora del grupo de investigación FITISPos (Formación e Investigación en Traducción e Interpretación en los Servicios Públicos). Aunque el paciente tiene derecho a entender la información médica, “en la práctica, no ocurre así”, denuncia esta experta en mediación intercultural en el ámbito sanitario. Si no dominan la lengua local, estas personas deben ir acompañadas y, quien lo hace, no siempre tiene formación en mediación y traducción e interpretación, explica. Destaca, por ejemplo, problemas para entender los consentimientos informados —lo que “ya es difícil para un español”— o la preparación ante algunas pruebas diagnósticas —”venir en ayunas”—. “Hay que utilizar lo que se denomina lectura fácil y el lenguaje simple”, asegura, y pide contratar personal especializado, folletos en varias lenguas y usar los servicios de interpretación telefónica que ofrecen algunas empresas.

Por su parte, la médica y filóloga Bertha María Gutiérrez Rodilla, que ha colaborado con Quijada Diez y liderado el desarrollo del diccionario de alzhéimer citado, aduce que el modelo paternalista solo empieza a desaparecer a mediados del siglo XX. “No han pasado ni 100 años desde esa ruptura y en muchas ocasiones el médico no es capaz de abandonar ese discurso”. Por otro lado, y aunque esta experta cree que el lenguaje afecta a la confianza y al tratamiento, es contraria a la “cultura de la cancelación” y cree que el lenguaje políticamente correcto promovido, a su juicio, por análisis como el que abre este reportaje, puede disfrazar realidades.

“Que no llame leprosos a los leprosos no va a hacer que se curen”, afirma desde su cátedra de Historia de la Medicina en la Universidad de Salamanca. “Hay pacientes a los que les puede molestar ese discurso, pero hay otros que lo necesitan. Te tienes que ir dando cuenta mientras hablas con esa persona de hasta dónde puedes llegar, es un proceso de comunicación”, precisa. También cree que muchos problemas no tienen su base tanto en el paternalismo o la medicina defensiva, como en la falta de tiempo: “No es mala praxis, es un mal uso del lenguaje. El lenguaje de las historias clínicas es para ponerse a llorar”.

“Tenemos que recuperar las humanidades en el ámbito sanitario”, insiste Julio Zarco, que apuesta por recobrar los valores humanísticos y la narrativa de la enfermedad. “Es como un actor dando la réplica a otro. En el establecimiento de esa danza es donde ese intercambio se produce y uno puede obtener una narrativa común, un encuentro entre el paciente y el médico.”