twitter account

Cómo llegué a despreciar mi lengua materna en Ucrania

27/06/2023
Yulia Abibok, traducido por Eva González

Galardonada periodista ucraniana Yulia Abibok

Cuando era niña, escuché historias de ancianas que habían vivido la ocupación nazi de la Unión Soviética. Contaban que, después de eso y durante décadas, no soportaban oír hablar en alemán. Yo no me lo creía. Sin embargo, veinte años después, me pasa lo mismo con el ruso, mi lengua materna.

Ahora me suena más ajeno que cualquier otro idioma que haya escuchado, aunque en algunas ocasiones siga hablándolo. No hay ningún obstáculo objetivo que me impida hablarlo, pero ya no quiero. También he dejado de pensar en ese idioma.

Hoy día, solo hablo en ruso con mis padres, que son sexagenarios y ya tienen bastante con el estrés de la guerra. Además, a duras penas entienden las connotaciones políticas y psicológicas que tiene el ruso en Ucrania y llevan toda la vida hablándolo. Para los demás, entre rusohablantes y saben que otro ucraniano también lo habla, lo correcto es empezar la conversación pidiendo permiso para usar ese idioma. Agradezco especialmente que mis colegas rusos me lo pregunten o simplemente sigan hablándome en inglés si no tenemos ningún otro idioma en común. Y algunos incluso están aprendiendo ucraniano.

En busca de una comunidad

Mi historia dista mucho de ser única. En Ucrania, la gran mayoría de los rusohablantes —casi todos, bilingües— cambiaron al ucraniano tras la invasión rusa de 2022. La lengua era una clave para identificar a los aliados.

No solo hacemos ese cambio en público: ahora usamos el ucraniano para enviarnos mensajes, en las conversaciones telefónicas privadas y en casa con la familia y las visitas. Esto genera una sensación de seguridad en el entorno extremadamente inseguro que ahora son nuestras ciudades, víctimas de continuos bombardeos por parte de gente que cree que este Estado es un malentendido histórico y su idioma y su cultura, versiones provincianas distorsionadas del idioma y la cultura rusos. En este momento, utilizar el ucraniano es sinónimo de entendimiento mutuo. Durante los primeros meses de 2022, muchos intentamos dialogar con los rusos que apoyaban la guerra hablando su idioma. Sin embargo, ahora, tras el fracaso de nuestros intentos de cambiar su postura, hablar en ruso solo supone un trauma. Hemos dejado de usarlo y ese idioma ya no tiene lugar en Ucrania, además de troleo en línea.

Este recién descubierto sentir de unidad entre millones de hablantes de ucraniano generó una oleada de memes y bromas como la siguiente, de principios de 2022, sobre la entrada de las tropas rusas en la zona de exclusión de Chernóbil. Una anciana, uno de los pocos vecinos que quedaban en la zona, vio a unos soldados cavando zanjas en una zona boscosa que estaba contaminada con peligrosas sustancias químicas. “Chicos, ¿qué están haciendo? ¡Es el bosque Rojo!», les gritó en ucraniano, creyendo que eran soldados ucranianos. “¿Qué? ¿Qué dices?”, le preguntó un soldado en ruso, con una evidente pronunciación no ucraniana. Dándose cuenta de que estaba hablando con los invasores, la anciana les contestó en ruso: “Digo que caven, chicos. ¡Sigan cavando!”

En Ucrania, quienes no hablan ucraniano hablan ruso con acento ucraniano. Es especialmente característica su pronunciación suave de la “g”, que corresponde a la «h» inglesa. En Donetsk, la ciudad del este del país donde nací y crecí, también usábamos algunas palabras ucranianas, como «buryak« (“remolacha”) en vez del ruso «svekla«, quizá porque es el ingrediente principal del borshch, típica sopa ucraniana, aunque en esa zona la hacemos con poca remolacha, o no la ponemos. En resumen, allí todo ha sido siempre complicado.

Mi ciudad era mayoritariamente rusohablante. Durante mi infancia, solo conocí a una persona que hablara ucraniano: la madre de un compañero de clase, que era de otra región. Me sonaba muy extraña. En la década de 1990, tras la caída de la Unión Soviética, seguíamos viendo televisión rusa. Tenía un contenido de más calidad y emitía series y películas nuevas, mientras que la industria cinematográfica ucraniana estaba destrozada. En los años 2000, ese mismo contenido se fue convirtiendo en un instrumento de la nueva propaganda nacionalista y chovinista rusa.

Hasta hace poco y especialmente en televisión, casi todo lo ucraniano seguía pareciendo marginal y de segunda clase. El contenido mediático solo tenía potencial si se lanzaba en Rusia y podía alcanzar una audiencia más grande: los rusohablantes de todo el antiguo bloque comunista. Esto no cambió tras el ataque del sur y el este de Ucrania por parte de Rusia en 2014.

Una lengua sin hogar

La historia de cómo hemos llegado hasta esta situación es larga y complicada. Los habitantes del territorio que conforma la actual Ucrania siempre participaron de los procesos políticos y culturales europeos. Las bases de la tradición literaria ucraniana surgieron a finales del siglo XVIII y principios del XIX, el mismo periodo en que se empezó a escribir y publicar la literatura rusa en Rusia. El poeta ucraniano más importante, Taras Shevchenko, fue contemporáneo de Alexandr Pushkin, Adam Mickiewicz, Johann Goethe y George Byron. La principal diferencia, y también la más representativa, es que estos últimos eran nobles y Shevchenko, en cambio, era el esclavo de un noble.

Entre 1240 y 1991, la cultura (proto)ucraniana no se circunscribía a un Estado. Hasta 1945 existía en una zona dividida entre varios imperios y repúblicas que, milagrosamente, mantuvieron un diálogo durante todos esos siglos. La oleada represiva contra el ucraniano en el Imperio ruso llevó a la reubicación de las imprentas al territorio gobernado por los Habsburgo; los intentos de una asimilación forzada por parte de Polonia en los años 1920–1930 hizo que los intelectuales ucranianos del oeste se unieran a un movimiento cultural posrevolucionario en la República Socialista Soviética de Ucrania, con un triste final: la mayoría de los integrantes del que luego se denominó el Renacimiento ejecutado se suicidaron o fueron ejecutados durante el represivo régimen de Stalin a principios de la década de 1930.

Durante el resto del periodo soviético, todo lo ucraniano se clasificaba como parte de la cultura popular local. Solo tenía la consideración de alta cultura lo escrito en ruso.

En la época soviética, se podía tener permiso para no asistir a las clases de ucraniano en las escuelas donde la enseñanza era predominantemente en ruso. En mi zona, el este de Ucrania, en la gran mayoría de los colegios se seguía enseñando en ruso ya entrado el siglo XXI. En Ucrania, hay quienes siguen creyendo que el ucraniano no está lo bastante desarrollado para escribir obras literarias o textos de tipo científico. Pero la gente que dice eso no conoce el idioma y, por lo tanto, no puede aprovechar todas las posibilidades que ofrece.

A partir de 2014, muchos de mi zona que conocían muy bien el ucraniano, incluida yo misma, seguían hablando en ruso como protesta y eran atacados y estigmatizados constantemente en su propio país por pertenecer a una región “separatista” y “prorrusa” donde se hablaba la lengua “equivocada”. En 2022, todo ese sentir dejó de importar. Al invadir todo el país, el presidente ruso Vladimir Putin nos puso a todos en el mismo bando y nos dejó sin elección. Consiguió hacer lo que las anteriores generaciones de patriotas ucranianos no habían logrado: en días o, a lo sumo, semanas, convirtió a Ucrania en ucraniana. Su idioma, antes provinciano, pasó a ser el preferido de los jóvenes, educados, creativos, social y políticamente activos y más acomodados. El ruso quedó limitado a la gente mayor, menos educada, más pobre y, ahora, marginal.

En 2022, casi todos en Ucrania se convencieron de que el ucraniano era rico, flexible y sexi: una lengua con una larga historia de represión pudo, por fin, encontrar su sitio en su propia tierra.