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Cómo aprendí a no cometer errores con mi lenguaje corporal

05/08/2022
Ashleigh Austen,

En una primera cita, puede traicionarnos el lenguaje corporal

Me describiría como un tipo de mujer bastante segura de sí misma. Criada en el campo de Nueva Gales del Sur, Australia, tengo un cierto enfoque ocre de la vida que me ha dotado de una actitud de poder hacer, un profundo amor por las latas de ron premezclado y la capacidad de hablar con cualquiera por la calle... bueno, las cosas importantes.

Hay que admitir que cuando me mudé a la ciudad hace siete años me planteé un cambio de imagen, dejando de lado la risa estridente que había desarrollado tras años de ser el payaso de la clase y dejando de llamar "colega" a todo el mundo que me encontraba, pero en lugar de eso me quedé con ello (principalmente porque cambiar toda tu personalidad supone un gran esfuerzo y parecía más fácil empezar a llevar lápiz labial).

Aunque ser yo sin disculpas me ha servido hasta ahora, también soy consciente de que puedo ser mucho, tanto en cuerpo como en mente y espíritu. Me siento en los autobuses con un porte masculino que rivalizaría con el de cualquier hombre de verdad, me presento confidencialmente a los eventos sin conocer a nadie y defiendo firmemente mi punto de vista si soy lo suficientemente apasionada, todo ello sin dejar de ser educada, pero no necesariamente comedida o fría.

Ahora bien, aunque puedo mantenerme a raya cuando lo necesito, no es de extrañar que los rasgos de mi personalidad (tanto los buenos como los malos) se disparen cuando estoy en un entorno social, más concretamente... en los de tipo romántico.

Puedo ser combativa, ruidosa y directa, y a menudo afronto las primeras citas como una especie de lucha de poder para ver quién es más seguro y simpático. Como puedes imaginar, este baile suele ser agotador y me aburro fácilmente de quien se sienta frente a mí porque no suele igualar la energía que yo aporto (mi opinión, probablemente no la suya).

Y después de una serie de interacciones con personas tan anodinas que apenas las recordaría en la calle, me pregunté por qué. Tal vez yo ocupe todo el tiempo de conversación y no les deje espacio. Tal vez no les gustan las morenas. O, como señaló un amigo con cautela pero amablemente, podría ser mi lenguaje corporal.

Verás, uso mucho las manos para hablar. Enfatizo todos mis puntos con gestos tan extremos que, en más de una ocasión, se han caído los vasos de las mesas. No es exactamente el comportamiento más adecuado para una salida nocturna, ¿verdad?

El problema es que es un poco difícil hacer cambios profundos y arraigados sin algo de ayuda (como puede atestiguar cualquiera que haya intentado conseguir abdominales sin la ayuda de un entrenador personal). Y como sería raro pedirle a la otra persona que mé dé su opinión y me veía obligada a andar a tientas, decidí llamar a una experta en la materia: la Dra. Louise Mahler. Con múltiples títulos (incluyendo un doctorado) en el campo de la comunicación efectiva a través del lenguaje verbal y no verbal, es seguro decir que Louise sabe cómo hacer entender un punto.

La idea original era que Louise me siguiera en una cita y que después me criticara en qué me estoy equivocando. Sin embargo, por razones logísticas y éticas, decidimos que probablemente esa tal vez no fuera la mejor idea, así que organizamos una cita falsa los dos solos.

Por supuesto, no estaba tratando de salir con Louise, pero sí quería desesperadamente impresionarla. Es casi como cuando conoces a un atleta profesional y empiezas a divagar sobre cómo fuiste un nadador estatal en la escuela secundaria (no lo fui y aunque lo fuera, sorpresa, ¡no les importa!).

De todos modos, me presenté en el hotel donde se alojaba y le envié un mensaje de texto cuando llegué. Cuando se encontró conmigo en el vestíbulo, yo estaba apoyada contra una columna, revisando los correos electrónicos en mi teléfono y, en general, consumida por la plaza iluminada que tenío delante. Poco sabía yo, desde esa fracción de segundo, que me estaba juzgando.

Cuando se acercó a mí, nos dimos la mano y luego Louise sugirió tomar una copa en el bar de arriba. Le pregunté cómo le había ido el día mientras la seguía y luego nos sentamos a pedir. A estas alturas, sin saberlo, había cometido unos 67 errores imperdonables.

"¿Qué crees que es lo que más te cuesta en cuanto a lenguaje corporal?", me preguntó mientras nos acomodábamos.

"Intenta tener un poco de aliento extra en tu voz, lo que asegurará que tu tono sea más bajo. Esto se debe a que, cuando estás excitado sexualmente, las cuerdas vocales se hinchan y no se juntan limpiamente, lo que hace que el aire se escape cuando hablas y suenes entrecortada", explica. Lo entiendo.

Todo esto era mucho para asimilar, especialmente para alguien que afirma que la confianza y la comunicación eficaz son dos de sus activos. Aunque después de seguir este consejo y ponerlo en práctica tanto en las citas como en las reuniones posteriores, puedo decir con seguridad que nuestro lenguaje corporal dice mucho más de lo que creemos. Sin duda, la voz entrecortada requiere algo de trabajo para conseguirla (estoy bastante segura de que, cuando lo intenté, el chico pensó que me estaba dando un ataque), pero en general, ha sido un valioso recordatorio de que lo que no decimos es tan importante como lo que hacemos.