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Annie Ernaux, la extranjera

21/10/2022
Lucía Campanella

Annie Ernaux, el 10 de octubre de 2022, en Nueva York / Foto: Andrea Renault, AFP

2022 ya venía siendo un año de consagración de la escritora francesa Annie Ernaux (Lillebonne, 1940). A comienzos de año había aparecido su última novela, Le jeune homme. En mayo, un Cahier de L’Herne proponía una aproximación profunda y profusa a su obra. El mismo mes, el festival de Cannes, en el marco de la Quinzaine des Réalisateurs, presentaba el documental Les années Super 8, dirigido por uno de los hijos de Ernaux y basado en las filmaciones caseras de la familia. El título y el argumento retoman una de las novelas más reconocidas de la autora, Les années (Los años, 2008). En 2020 y 2021 otras dos de sus novelas habían dado lugar a sendas versiones cinematográficas homónimas: Passion simple, de Danielle Arbid, y L’Événement (El acontecimiento, disponible en HBO), de Audrey Diwan, esta última premiada con el León de Oro en la Mostra de Venezia.

Todos estos acontecimientos, en especial el cahier de la editorial L’Herne, que desde 1961 publica estos prestigiosos volúmenes enteramente dedicados a un autor, ratificaban el lugar de Annie Ernaux en las letras francesas. Se trata de un lugar peculiar, conquistado sin pausa y sin demasiado ruido desde su primera novela, Les armoires vides (Los armarios vacíos, 1974). En estos casi 50 años, sus libros, acotados en páginas y publicados con regularidad cada tres o cuatro años, han dando lugar a múltiples estudios (casi 200 tesis doctorales defendidas o en preparación entre 2012 y 2022 en Francia sobre la obra de Ernaux o sobre Ernaux en relación con otros escritores como Virginia Woolf, Pierre Michon, Marguerite Duras, WG Sebald). La escritora cuenta con un público educado y fiel, y varios autores más jóvenes, como Didier Eribon, Nicolas Mathieu, Ivan Jablonka, Emmanuel Carrère o Édouard Louis la reconocen como maestra.

El Nobel cayó de manera un poco inesperada, sin embargo, en medio de pronósticos que señalaban a Michel Houellebecq, a veces considerado el antónimo de Ernaux, como favorito en el área de escritores en lengua francesa. Como es habitual, el premio encantó a los convencidos e indignó a los detractores: los que pensaban que lo merecía más el acuchillado Salman Rushdie, los que consideran que Ernaux no es “un gran autor”, que le falta “estilo”, que habla de temas que sólo le interesan a ella y a un puñado de lectoras preocupadas por cosas tan banales y desagradables como menstruaciones que no vienen y nudos en el estómago mientras se prepara la cena o se hacen las compras en el supermercado. También están aquellos a quienes las posiciones políticas de Ernaux molestan desde hace años: su militancia de izquierda, su apoyo a movimientos como los chalecos amarillos o Boicot Israel o su posicionamiento sobre las prisiones, sin contar su apoyo a La France Insoumise, el partido de Jean-Luc Mélenchon.

El presidente Emmanuel Macron, destinatario de una carta abierta en la que Ernaux lo acusaba en 2020 de haber saqueado el sistema de salud y haber recortado los servicios públicos, condicionando así la respuesta a la pandemia e instaurando una forma de gobierno en la que el Estado cuenta sus billetes mientras los trabajadores cuentan sus muertos, no tuvo más remedio que dedicarle un cortés tuit de felicitaciones.

En palabras de la academia sueca, el premio es un reconocimiento a “la valentía y la agudeza clínica con la que descubre las raíces, los extrañamientos y las restricciones colectivas de la memoria personal”. En ese cruzamiento, en la historia de sí misma que es la historia de muchos y muchas está sin duda el interés de la obra de Ernaux. Si la academia no se encarga de poner el acento en la manera profundamente política en la que la autora logra esto, sí se lo reconocen sus lectores y lectoras.

Gisèle Sapiro, por ejemplo, la denomina “etnógrafa de la violencia simbólica”1 y Typhaine Samoyault considera que su obra es una respuesta a todas las formas de dominación.2 Ahorrándonos tener que pasar por la manida distinción entre persona y obra, como lo señala Sapiro, Annie Ernaux firmaba, al día siguiente de haber recibido el Nobel, un llamado a manifestarse el 16 de octubre en contra del modelo neoliberal y a favor de la adopción de medidas de protección social en vísperas de un invierno que se anuncia como agravante de las injusticias sociales y de la condición de los más pobres. Ese domingo se la pudo ver en las calles de París encabezando la manifestación, que reunió a 140.000 mil personas, según los organizadores (o 30.000, según la Policía).

Cercanía, extrañamiento y memoria

Los libros de Ernaux crean por un lado una permanente sensación de cercanía, en la que los lectores siguen una trayectoria vital desde un almacén-café que sus padres, obreros devenidos pequeños comerciantes, tuvieron por décadas en un pequeño pueblo de Normandía, hacia unos estudios que poco a poco la van alejando de ese medio, una entrada en la vida sexual a través de lo que hoy denominaríamos una violación, un aborto clandestino, un matrimonio burgués, unos hijos, un trabajo de décadas como profesora, el enamoramiento, la enfermedad, la muerte de su padre y de su madre, la separación, la escritura.

Por otro lado, su obra parece escrita por un observador externo que da cuenta casi con extrañamiento de las transformaciones sociales que puntúan y que dan forma a esa vida, con precisión quirúrgica. Este ir y venir entre el yo y el todos se expresa, por ejemplo, en las voces narrativas (la oscilación entre el “nosotros” y el “ella” para hablar de sí misma, pasando por el on francés como pronombre indefinido) y en los títulos elegidos para algunos de sus libros.

En L’Événement, que tiene por tema central su aborto, y L’Occupation (de 2002), en la que se cuenta una pasión amorosa, Ernaux retoma términos históriamente cargados (“el acontecimiento” es la guerra de Argelia, “la ocupación” es la invasión nazi) para imponer su punto de vista y rellenar los huecos de la historia, transformando así hechos vergonzosos y silenciados en “experiencia(s) humana(s) total(es)”, como señala Aurélie Adler en el Cahier mencionado.

Su fenomenal trabajo de memoria radica en detenerse ante las palabras y ante las cosas: la expresión de su padre en una foto que encontró en su billetera el día de su muerte, el color de la sonda usada por la abortera, la profundidad de los carritos del súper, cada vez más capaces de contener la mercadería triunfante, la manera que tenía su abuela campesina de orinar parada, los juegos de palabras bobos o verdes, las letras de las canciones de la radio, la lengua de los padres y de sus compañeras de escuela. Una memoria “ilegítima, de cosas que es impensable, vergonzoso o loco formular” (Les Années), una “memoria humillada” (La PlaceEl lugar, 1983) que la hace conservar detalles de sus orígenes populares. Una memoria que ella lucha por conservar en el mundo burgués que la rodea y que “se esfuerza en hacerte olvidar del mundo de abajo como si fuera algo de mal gusto” (La Place).

Esta condición de “desertora de clase” (transfuge de classe, una noción sociológica en la que Ernaux reconoce su propia trayectoria) es lo que le permite una mirada aguda sobre ambos espacios sociales, el de origen y el de acogida. Y es su experiencia la que la habilita a tomar la palabra, puesto que “haber vivido una cosa, la que sea, da el derecho imprescriptible de escribirla. No hay verdad inferior” (L’Événement).

Esa verdad es, además, la de una vida de mujer, por más que Ernaux se considere “alguien” que escribe y no “una mujer” que escribe. Una vida femenina marcada por el temor a ser considerada una puta, durante esos años de juventud pre 68 en los que nunca vio a nadie, y menos aún a las implicadas, defender la libertad sexual de las mujeres. Marcada también por el temor al embarazo en una época previa a la píldora: “Todas las tragedias griegas y racinianas están en mi vientre. El destino en toda su absurdidad”, dirá en La femme gelée (La mujer helada, 1981).

Marcada, finalmente, por los roles de madre y esposa que no dudó en asumir pero que la hacen reflexionar sobre la cuestión de la libertad mientras pela papas y baña bebés. En esos relatos de corpiños que se prestan, de electrodomésticos que se desean, de alimentos que se compran, de encuentros con hombres que dejan más dudas que placeres y de agujas de tejer que se usan para fines menos hacendosos, está sin duda parte de lo que molesta a los defensores de la Literatura escrita con mayúscula y en masculino. Ernaux lo tiene muy claro, y tiene claro de qué lado quiere estar: “Y si no voy hasta el final del relato de esta experiencia, contribuyo a oscurecer la realidad de las mujeres y me pongo del lado de la dominación masculina del mundo” (L’Événement).

La lengua del enemigo

La lengua en la que escribe Ernaux, una lengua pretendidamente “llana”, que no rehúye las palabras ordinarias ni los coloquialismos, pero que es también “la lengua del enemigo” (lo dice en L’Écriture comme un couteau, entrevistas con Frédéric-Yves Jeannet, de 2003), hace sin duda difícil el trabajo de la traducción. Por estas costas llegaron de manera inconstante las traducciones al español publicadas por Tusquets en décadas pasadas; las más recientes, de la editorial independiente madrileña Cabaret Voltaire, no tienen distribuidor en Uruguay.

La obra de Ernaux ha estado entonces reservada a quien podía leerla en francés o a lectores particularmente atentos. Una honrosa excepción es la del libro publicado en Argentina por Milena París en 2017, que reúne dos de sus obras, Journal du dehors (Diario del afuera, 1993) y La Vie extérieure (La vida exterior, 2000), en traducción de Sol Gil, y que se agotó en las librerías montevideanas la mañana misma del jueves en que se dio la noticia del premio. Gracias a la euforia editorial que desencadena el Nobel (Gallimard, la editorial de Ernaux en Francia, acaba de anunciar la reimpresión de 900.000 ejemplares de sus libros), es de esperarse que pronto tengamos a disposición más libros de Ernaux en plaza.

Y eso es algo para celebrar porque, como dice Nicolas Mathieu, los libros de Ernaux, como los grandes libros, ya sea para muchos como para unos happy few dan cuerpo a sensaciones mudas, a pensamientos aún no formulados, a experiencias de las que uno se creía el poseedor monstruoso y aislado. El Nobel puede tener como única pero consistente virtud la de acercar la obra de Ernaux a los lectores de este lado del mundo.