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2022: a cien años de los días que cambiaron la literatura

04/01/2022
Pedro B. Rey

James Joyce, el autor del Ulysses (centro), y su mujer, Nora Barnacle / Heritage Images - Hulton Archive

En febrero se celebra el centenario del Ulysses, de James Joyce, y en diciembre, el de La tierra baldía, de T.S. Eliot, los dos hitos del modernismo en lengua inglesa; pero hubo otras obras relevantes, además de esas divisorias de aguas.

En algún momento de 1922, Franz Kafka dejó de escribir El castillo en medio de una frase aber was sie sagte, 'pero lo que ella dijo', dejándonos menos en suspenso que con la certeza de que esa carencia de final en el fondo importa poco. Esa detención bastaría para darle valor de centenario a este 2022 que hoy comienza a rodar, por mucho que la novela tuviera que esperar a la muerte de su autor (y a que Max Brod la salvara del fuego) para poder ser publicada y empezar a ejercer su influencia. Pero a aquel año se lo recuerda por otros acontecimientos literarios más públicos y vocingleros, aunque su estruendo no superara–para decirlo con Richard Ellmann– la gloria vanguardista del cenáculo.

Hubo muchas obras de ese 1922 que siguen siendo leídas un siglo después (al final de nota se nombran varias más), pero el año es considerado un parteaguas por la publicación del Ulysses  de James Joyce, la novela que hizo implosionar el género, y de The Waste Land (La tierra yerma), , de T.S. Eliot, que le daría a su vez un giro de 180 grados a lo que hasta entonces se entendía por poesía. Son los dos hitos del “modernismo” en lengua inglesa.

La voluminosa novela del irlandés Joyce era ya un escándalo en sordina cuando salió a la luz en forma de libro. Algunos de sus episodios habían sido adelantados en The Egoist, la revista británica comandada por su mecenas Harriet Shaw Weaver. También en Estados Unidos por The Little Review, publicación que hizo presagiar los largos problemas judiciales que le esperarían al libro en ese país por el monólogo adúltero de Molly Bloom y otras escenas de naturaleza escatológica.

No es necesario repetir las dificultades y hazañas constructivas y lingüísticas del Ulysses que, más que narrar, pretendió abarcarlo todo en un día en la vida de su protagonista, el antiheroico Leopold Bloom. Basta con decir que sus efectos fueron trivialmente fulgurantes y profundamente graduales: todavía hoy se lo lee y relee en busca de nuevos hallazgos, de nuevas claves, de nuevos sortilegios.

Joyce –y eso era una forma de rebelión- no se identificaba con ningún movimiento literario y las contradicciones de esa independencia, en un país tensado por el nacionalismo como Irlanda, solo podía resolverse en el exilio, que es donde modeló el libro (esencialmente en Trieste, ciudad por entonces austrohúngara, donde residía Joyce y se ganaba la vida enseñando inglés). El intenso trabajo de casi una década culminó con la publicación el 2 de febrero de 1922. Aquel día el escritor cumplió 40 años (la fecha la eligió él mismo por cuestiones más o menos supersticiosas). La decisión lo obligó a una acelerada corrección en los tres meses previos de los últimos capítulos. Ese modesto hecho –y la prosa, donde cada palabra cumple un papel exacto- redundó en erratas que prolonga todavía hoy la discusión en sucesivas ediciones que tratan de enmendarlas o proponer nuevas opciones. La original de Sylvia Beach, que transformó su librería, Shakespeare & Co. en editorial solo para publicar ese libro del que todos los editores escapaban por temor a posibles juicios, hoy objeto de colección, significó en realidad una improvisada carrera contrarreloj.