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“Te estoy midiendo y no es pa’ ropa”. Formas de medir con la lengua en Cuba

18/12/2022
Ariel Camejo

Como ocurre con esa frase tan nuestra, medir no es siempre en Cuba una ciencia exacta ni tiene por qué referirse al acto mismo de tomar medidas, calibrar altura, peso, grosor, profundidad. Incluso, es curioso cómo los términos tradicionalmente usados como recursos léxicos para establecer medidas pasan a significar otra cosa, como ocurre con “hacerse el largo”, “un problema gordo”, “se puso bajita”, “un flaco favor”, “ser un grande”, entre otras extensiones semánticas inusitadas.

Pero hoy nos interesa concentrarnos en aquellos usos creativos de la lengua que ponen a disposición de los hablantes formas muy diversas y ricas para referirse a cantidades, distancias, envergadura…

Muy comunes entre nosotros se han hecho las formulaciones precedidas del indeterminado “un”, que tiende, evidentemente, a reforzar el carácter aproximativo de aquello que se intenta medir por cantidades. Algunas hacen referencia a poca cantidad de algo. Tenemos clásicos como “una pizca” o “una pizquita”, con derivaciones muy cubanas como “un tinguaro”, “un tin” o “un tilín”.

Se sirve poco cuando es “un deo”; se toma con precaución o se ofrece solidariamente “un buche” de ron; mientras que casi exclusivamente para el café se usa “un buchito” (aunque por mucho tiempo se le conoció también como “el buchito” a aquel enjuague bucal que se distribuía en las escuelas primarias como tratamiento preventivo para la salud oral). 

Más numerosas son las formulaciones para cantidades mayores, que van tomando gradaciones según la situación comunicativa lo exija y suelen ser también más polisémicas. “Un puñao”, por ejemplo, puede referirse a la cantidad de una cosa específica (“échale un puñao de sal a la caldosa”) pero también a personas (“trae un puñao de gente para trabajar”). “Puñao” suele también combinarse con “burujón” para formar la graciosa cantidad a la que equivale un “burujón-puñao”.

Por otra parte, “un bulto” suele expresar cantidad excesiva: “me trajeron un bulto de cosas”, “hay tremendo bulto de gente en la farmacia”, etc.

Como somos tan amigos de los excesos y la sobreabundancia lingüística, son varias las expresiones que intentan describir la desmesura. Destacan entre ellas las hermanas “un pingal” y “un cojonal”, que miden lo mismo cosas, que distancias, que lapsos temporales: “se comió un pingal/cojonal de panes”, “tuve que caminar un pingal/cojonal de cuadras”, “le echaron un pingal/cojonal de años por robar”. Si se desea reforzar aún más la desmesura, pues se le agrega el morfema “re” que puede combinarse también con la partícula “si”: “un recojonal”, “un repingal”, “un resipingal”.

Equivalentes de mucho, en cualquier contexto, son también “una bola”, “una pila”, “una tonga” (“un tongal” y “un tongón”), “un seremillal” (este último con un grado superlativo muy marcado).

En la misma familia de lo numeroso indefinido encontramos las peculiares unidades de medida que pueden constituir “un saco” (le dio tremendo saco de patás), “un camión” (se jamó un camión de tamales) o “un pueblo” (había un pueblo de gente en la cola).

En el caso de “un pueblo” se trata de una formulación muy curiosa por el carácter altamente polisémico de la palabra, que evoca no solo grupo humano numeroso, sino igualmente emplazamiento físico de una localidad. En ese sentido, pueblo es equivalente de lo numeroso, pero también es referencia para la medida de distancias, físicas o metafóricas. En esta última variante, encontramos frases como “te pasaste una pila de pueblos” (para quien se extralimita) o “de ahí pa allá no hay más pueblo” (cuando algo es expresión máxima de un asunto y no puede ser superado).

Otro uso interesante es el caso de medidas que expresan un valor definido, en numerales, por ejemplo, pero que adquieren con el uso una cualidad aproximativa, bien para grandes cantidades (“había un millón de gente”, “tengo 100 mil problemas encima”, “se cayó y dio mil vueltas”) o para pocas (“solo hay dos o tres personas”, “quedan cuatro gatos en el aula”, “déjame coger un cinco” —o “un diez”—). Tampoco es exactamente un mes lo que se necesita esperar cuando alguien nos dice “aguanta un mes”.

Por último, en este grupo emparentado por el “un”, encontramos dos unidades de medida de reciente creación, en tanto se incorporaron a nuestro imaginario público en años recientes: un “pepino” y una “yutong”. El “pepino” hace referencia al envase para refrescos o agua con una capacidad de un litro y medio, mientras que la “yutong” (que toma el nombre prestado de los autobuses de la empresa china Yutong que se utilizan para el transporte interprovincial en Cuba) se refiere a la botella en formato de un litro de ron. Así, podemos encontrar en la comunicación cotidiana expresiones difícilmente comprensibles por otro hablante del español como “te compré un pepino de aceite” o “vamos a echarnos una yutong en el malecón”.

Otra formulación posible y con uso extendido entre nosotros, es aquella que se articula mediante el “con” y un modificador que suele expresar la cualidad o intensidad de lo que se mide: te quiero “con cojones”, eso queda lejos “con pinga”, le dieron “con ganas”, lo tuyo es “con dolor”.

Tenemos variantes para referirnos a lo que está lejos (“eso está en casa de la pinga”, “tuve que ir hasta casa del carajo”, “vive en casa de las quimbambas”, “fui a comprarlo en remangalatuerca”, “queda donde el diablo dio las tres voces”), y a lo que está cerca (“ahí mismo-mismitico”, “al doblar”, “pegaíto”, “al cantío de un gallo”, “donde yo te vea”, “al alcance de la mano…”).

Para caracterizar al que es alto (“una vara de horqueta”) o al que es bajo (“un tapón”); al que es gordo (“tonina”, “bayoya”, “tanque”, “bola”, “totomollo”, “masaboba”, “fofo”, “buti”)  y al que es flaco (“güin”, “fleje”, “pestillo”, “enclenque”, “fleco”, “tísico”, “chupao”, “sardina”, “pelo de segueta”, “estragao”, “mal encavao”, “findingo”). Medimos “a ojo de buen cubero” la profundidad para certificar si “das pie” o no, si se puede bañar alguien “en lo hondo” o “en lo bajito”.

Asimismo, nos burlamos de lo que es lento y se demora “un siglo”, de quien “se da tremenda lija” y no termina nunca de arreglarse o de componerse para salir. A ese tipo de personas, en mi Pinar del Río natal, siempre le decíamos: “¡Tiene tremenda pasta!”.

No obstante, puede que lo rápido o lo veloz nos alegre en ocasiones (“salí echando humo”, “iba que jodía”) pero muchas de nuestras frases para expresar o medir esa noción resultan útiles lo mismo en acciones positivas que negativas.

“En un abrir y cerrar de ojos” se puede resolver un problema o perder una fortuna; “coger un pestañazo” es irrelevante en la casa, un tanto problemático en el trabajo y fatal si se está manejando; aunque remite al espacio, muchos entuertos se solucionan en “una cuarta de tierra”; es muy bueno si se “mata” un asunto en “un dos-por-tres”, pero no si se refiere a un escarceo amoroso. Y puede ser malo o bueno, según juzgue el lector, avanzar rápido en la lectura de un texto, pues no sabe el autor, tras la valoración final, si fue o no placentero si recibe como juicio: “Me lo leí en na’”. Si hoy usted se leyó el texto “en na´”, pero le gustó cantidad, o “una pila”, me considero retribuido.