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“El periodismo de calidad sobrevivirá”: Juan Villoro, ganador del Premio Gabo a la excelencia

23/10/2022

Escritor mexicano Juan Villoro / Foto: Cortesía Fundación Gabo

Con un sentido reconocimiento a los quince periodistas que han muerto violentamente este año en su país, el cronista y escritor mexicano Juan Villoro recibió este viernes uno de los más importantes galardones del oficio en América: el Premio Gabo a la Excelencia.

Un premio que le fue concedido por parte de la Fundación Gabo “por el brillante e inspirador conjunto de su obra y trayectoria” y la “mirada propia, profunda y crítica que proyecta en su ejercicio periodístico con rigurosidad, ética y talento ejemplares”, tal como lo expresó el consejo rector de esa institución.

En diálogo con SEMANA, Villoro, considerado uno de los más grandes exponentes del periodismo narrativo de habla hispana, se mostró optimista frente al futuro del oficio y aseguró que la sociedad vive actualmente la era de la posverdad y, como nunca antes necesita del buen periodismo, para hacerle frente a las fake news.

SEMANA: ¿Qué es para Juan Villoro la excelencia en el periodismo?

He encontrado como lector muchas pruebas de excelencia periodística y podemos empezar, claro, con Gabriel García Márquez. Desde muy joven, en sus columnas, que llamó Jirafas, podía reinventar la vida diaria de manera extraordinaria, mostrando que no hay nada más misterioso ni intrigante que lo cotidiano. Posteriormente, llevó esta excelencia a crónicas como ‘Relato de un náufrago’. O las crónicas que hizo a partir de sus viajes por los países socialistas, encontrando sombras y luces en aquellos lejanos confines. Es un tipo de periodismo que va a perdurar. No se trata de un texto de contingencia para dar exclusivamente una noticia, sino que se trata de literatura hecha bajo presión, pero que va a perdurar.

Mucho se habla de la crisis del oficio periodístico y la tiranía del clic, ¿qué tan apocalíptica o no es la visión que tiene sobre el futuro del periodismo?

Mi visión sobre el futuro del periodismo es optimista en la medida en que hay grandes cronistas y reporteros. Y en que la realidad no deja de depararnos sorpresas. El periodismo de calidad sobrevivirá. El gran problema está en la industria periodística, que ha dejado de ser un negocio independiente, que requiere de otros apoyos y tiene competidores terribles como las fake news en las redes sociales. Justamente, estamos en la era de la posverdad. Recordemos que, en 2016, cuando Trump ganó las elecciones, el diccionario Oxford decidió que la palabra del año fuera posverdad, que no es otra cosa que el uso ideológico intencionado de la mentira. En el primer año de su presidencia, Trump dijo 2140 mentiras comprobadas. Por eso, requerimos de la verdad. Y el periodismo se ha convertido, en ese sentido, en un trabajo de supervivencia para entender cómo es la realidad. Pero, tiene adversarios poderosos y las nuevas tecnologías también han distorsionado mucho el acceso al periodismo de calidad. La información se ha vuelto atmosférica, de pronto nos enteramos de algo, pero sin saber cómo y sin leer a fondo sobre los sucesos.

El suyo, como cronista, es un estilo que va a medio camino entre el ensayo y el periodismo. Tan importante el dato y la cifra, como la interpretación y la fuerza del relato, ¿cómo logra esa eficacia y también de belleza en sus relatos?

Hay dos grandes familias de cronistas. Unos escriben fundamentalmente los hechos, son cronistas muy objetivos. Y otros que comentan los sucesos. Yo pertenezco más bien a la segunda familia, que somos cronistas, que además de narrar acontecimientos, generamos opiniones. Hay cronistas muy próximos a la acción, que no quieren perturbarla con sus opiniones. Es cuestión de una dosis apropiada. Trato de establecer en mis relatos una distancia un tanto irónica entre lo que estoy contando y ciertas opiniones que pueda tener. Trato de poner en juego los acontecimientos con lo que se ha dicho de ellos.

Un buen ejemplo es su crónica, que luego convirtió en libro, en la que narra su experiencia cuando vivió el terremoto de Chile de 8.8…

Creo que actualmente hay una sobreabundancia del periodismo selfie, que pone una atención excesiva en el periodista. El cronista no debe ser la noticia, aunque hay momentos en los que inevitablemente uno debe utilizar la primera persona. Fue el caso del terremoto en Chile, en aquel momento el quinto más fuerte que ocurría, y que evidentemente nos sacudió de la más literal de las maneras. Tenía mucha información de primera mano, porque estaba en un séptimo piso en Santiago, cuando ocurrió. Y uno de los edificios dañados con el temblor fue el aeropuerto, lo que no nos permitía salir de la ciudad. Entonces, ¿qué hace la gente cuando sobrevive de milagro? Contar historias. Todos los sobrevivientes que estábamos comenzamos a hacer una especie de taller narrativo en el que contábamos historias del terremoto. Fue un capital enorme y, al regresar por fin a México, me di cuenta de que no podía pensar en otra cosa. Y descubrí que fue tan fuerte que cambió el eje de rotación de la tierra y fue observado desde la estación espacial internacional.

Martín Caparrós dice con toda razón que no es lo mismo escribir en primera persona que sobre la primera persona…

Tiene toda la razón. Y él también, como gran conocedor del género, afirma que en esencia toda crónica está en primera persona en el sentido de que el cronista se involucra en lo que está escribiendo. Así como el fotógrafo, al encuadrar la realidad, y al seleccionar un fragmento de ella aporta su propia visión, así también el cronista está implícito en lo que cuenta. No hay crónicas que sean cien por ciento objetivas. Todo cronista pone en juego sus prejuicios, sus pasiones en lo que escribe. Pero eso es una cosa y otra muy distinta considerar que el protagonista absoluto es el periodista. Desgraciadamente, este hecho narcisista está muy presente en el periodismo que se hace hoy.

¿Qué le presta el Juan Villoro novelista al Juan Villoro periodista? ¿Cómo atraviesa esa frontera y consigue salir ileso?

La novela depende mucho de la realidad. La más reciente que publiqué, La tierra de la gran promesa, trata del incendio de la Cineteca Nacional de México, donde ardieron más de 6.000 películas. Algunas de ellas no tenían copia, y murieron muchas personas, nunca se supo cuántas. Ante estas situaciones, la ficción entra como un complemento para explicar lo que la realidad no logra. En América Latina, la mejor manera de conocer la realidad ha sido la novela, porque los discursos oficiales y el periodismo a veces no consiguen llegar al fondo de los sucesos. Cuando hay un hecho que me atrae, pero no se basta a sí mismo desde la crónica siento que debo acudir a la ficción.

En su novela La tierra de la gran promesa aborda el narcotráfico, un dolor de cabeza para casi toda América. Hoy se habla incluso de una ‘colombianización’ de México. ¿Lo cree así?

En México se ha dicho con mucha arrogancia que nos estamos ‘colombianizando’. Y yo soy de los que cree que ojalá nos ‘colombianizáramos’. Ciertamente, Colombia en los años 70 alcanzó una situación terrible, pero luego dio muchas lecciones para salir adelante y para recuperar tejido social. Creo que en la reconstrucción de la sociedad, Colombia va a la delantera de México. No me gusta esa literatura que convierte a los narcotraficantes en personas monstruosas y escabrosas, diferentes a nosotros, porque creo que lo más conveniente para abordar el narcotráfico es entender que los mafiosos han surgido del vientre de la sociedad, están mucho más cerca de nosotros de lo que pensamos. Pueden ser nuestros vecinos o parientes.

El protagonista de esa novela tiene que ver justo con el oficio periodístico…

Sí, es un documentalista que busca la verdad. Pero que de pronto se da cuenta de los límites que existen para la verdad y de la posibilidad de ser cómplice de ciertos factores sociales al indagarla. Pero, hay que tener en cuenta un detalle y es que el narcotráfico permea muchos sectores. Muchas personas aparentemente respetables, como políticos, generales, policías, empresarios y directivos deportivos, contribuyen a lavar el dinero de los narcos. Y esos que prestan una fachada respetable a las actividades ilícitas son los más peligrosos para los periodistas. Porque son los que más tienen que perder si se descubre su verdad. En México, tan solo este año, han sido asesinados 15 periodistas y precisamente los nervios más delicados que han tocado no son los de los capos que están delinquiendo en los desiertos mexicanos, sino los ciudadanos aparentemente lícitos que solo son una fachada.

Usted es un lector permanente de las realidades de América Latina, ¿qué mirada tiene ante esta coincidencia de tantos gobiernos que han girado a la izquierda y la enorme polarización que ha atizado en países como Brasil, México y Colombia?

La polarización siempre ha existido, pero ahora se ha exacerbado por un desencanto ante las instituciones políticas y la política representativa que muchos convirtieron en negocio y que no cumple con las demandas ciudadanas. Hay un hartazgo generalizado, de ahí que surjan opciones que se presentan un tanto marginales y diferentes, y que suelen ser lideradas por populistas. Las redes sociales han exacerbado la polarización porque facilitan el linchamiento. Todo es blanco o negro. Todo o nada. Hay poco espacio para el diálogo. Y está demostrado que cuando se exacerba la discusión, quien gana es el candidato que genera más fanatismo.

En medio de todo esto, la literatura parece mantenernos a salvo…

La literatura es una de las mejores compensaciones para un mundo adverso. Si el mundo fuera perfecto, no necesitaríamos de los libros. La literatura es la gran ventanilla de quejas que nos hace sobrellevar de manera grata un mundo que nos queda a deber y a veces no vale la pena.