¿Quién habla “bien” en México? Lenguas, poder y racismo en una nación multilingüe

“Hablas como naco”, “no sabes ni hablar”, “así no se dice”: expresiones como estas, disfrazadas de corrección lingüística, son en realidad actos de violencia simbólica. En México, un país con más de 68 lenguas originarias reconocidas y una variedad inmensa de acentos, jergas y formas de hablar el español, los debates sobre “hablar bien” no son inocentes. Son políticos. Porque lo que está en juego no es sólo la gramática, sino el poder, la exclusión y el racismo estructural.
¿Qué es “hablar bien”? ¿Y quién decide eso?
Brigitte Vasallo, escritora y pensadora española, lo plantea sin rodeos: “El debate sobre el lenguaje no pertenece al campo de la lingüística, sino al de la política.” Esta afirmación resuena con fuerza en México, donde hablar “correctamente” muchas veces implica adherirse a un modelo normativo del español que proviene del centro del país, que excluye variantes regionales, acentos indígenas, y formas populares de hablar. ¿No es acaso una forma de colonialismo lingüístico?
Decirle a alguien que no sabe hablar bien, ¿no es también decirle que no tiene derecho a participar, a ser escuchado, a ocupar ciertos espacios? ¿Quiénes son lxs guardianes de esa supuesta norma? ¿Y a quién están dejando fuera?
El español como lengua dominante: ¿integración o imposición?
Aunque el español es la lengua más hablada en México, no es la única ni mucho menos la originaria. Según el Inali (Instituto Nacional de Lenguas Indígenas), más de 7 millones de personas en México hablan alguna lengua indígena. Sin embargo, muchas veces se les obliga a dejar de hacerlo, bajo la presión social de “adaptarse” o “mejorar sus oportunidades”. Pero, ¿mejorar para quién? ¿Quién decidió que hablar náhuatl, zapoteco o tsotsil no es una ventaja, sino un lastre?
La historia de México está marcada por una constante marginación de las lenguas originarias. Desde la colonia hasta la actualidad, ha habido un proceso sistemático de castellanización que, lejos de ser una herramienta de integración, ha funcionado como una forma de borrado cultural. ¿Qué implica que el Estado no garantice intérpretes en procesos legales a personas que no hablan español? ¿Qué dice eso sobre el acceso a la justicia?
La lengua como frontera: entre el aula y el juicio social
En el sistema educativo, lxs niñxs que no hablan español como primera lengua suelen enfrentar rezagos, humillaciones y discriminación. ¿Cómo aprender en una lengua que no es la tuya, cuando lo que hablas en casa es menospreciado? Estudios del CONEVAL han demostrado que las personas indígenas tienen menos acceso a educación de calidad, y parte de ello se debe a la barrera lingüística. Pero esa barrera no es natural: es política.
Incluso entre hispanohablantes, la lengua se convierte en un campo de batalla. El uso del “haiga”, el “fuistes”, el “güey”, el “osea” o los acentos marcados son motivo de burla, aunque esas formas sean parte de la riqueza real de la lengua. ¿Por qué valoramos más un español con acento de locutor que uno del mercado o del barrio? ¿Por qué creemos que hablar como en los libros es sinónimo de inteligencia o validez?
Lenguas maternas: raíces vivas que también resisten
Las lenguas maternas no son sólo instrumentos de comunicación: son contenedores de mundos, formas de entender el tiempo, la comunidad, el cuerpo, el cosmos. La desaparición de una lengua no es sólo una pérdida lingüística, sino una amputación cultural.
México es uno de los países con mayor diversidad lingüística del mundo, pero también uno donde cada dos semanas muere una lengua, según la UNESCO. ¿Qué hacemos como sociedad para evitarlo? ¿Estamos dispuestos a que mueran porque “ya no sirven” en el mercado laboral? ¿Qué clase de desarrollo es ese que mata lo que somos?
¿Es posible una lengua justa?
La justicia lingüística es un concepto emergente que plantea que todxs deberían tener derecho a expresarse en su lengua materna, y a no ser discriminadxs por cómo hablan. Implica un esfuerzo colectivo por valorar todas las formas de hablar, por deconstruir la idea de que hay una manera “correcta” y muchas otras “erróneas”.
¿Podemos imaginar una educación verdaderamente multilingüe? ¿Un periodismo que no ridiculice los acentos ni corrija con condescendencia? ¿Una sociedad donde no se rían de ti por decir “vinistes” o “pior”?
En México, juzgar cómo habla alguien es también juzgar su lugar en la estructura social. Hay un vínculo claro entre lengua, clase y raza. El español culto se asocia a lo blanco, lo urbano, lo ilustrado. Lo popular se asocia a lo ignorante, lo rural, lo indígena. Y ahí es donde el racismo lingüístico se hace evidente.
¿Podemos hablar de inclusión si no incluimos todas las formas de hablar? ¿Podemos decir que somos una nación orgullosa de su cultura si despreciamos cómo suenan sus pueblos?
Los debates sobre la lengua no son un asunto menor, ni un capricho de intelectuales. Son discusiones sobre quién puede hablar y ser escuchado, quién tiene derecho a expresarse sin miedo a la burla, quién tiene derecho a conservar su idioma, su identidad, su forma de ver el mundo.
Como decía el lingüista Makoni y el antropólogo Pennycook, “las lenguas no existen como entidades puras; son construcciones políticas, coloniales, históricas.” Así que la próxima vez que digamos “eso está mal dicho”, tal vez deberíamos preguntarnos: ¿mal dicho según quién? ¿Y al servicio de qué poder?