«La mitad de las lenguas
desaparecerá con la
globalización«
Para el escritor y poeta catalán Carlés Torner, el siglo XXI será el de la «destrucción cultural masiva«
Laura Di Marco, La Nación «Todavía hay muchos escritores que son encarcelados o perseguidos por sus ideas, sus libros e incluso por la lengua en la que escriben.« El que lo dice es el escritor y poeta catalán Carlés Torner, especializado en derechos lingüísticos, un área nueva que se ocupa, entre otras cosas, del respeto por la preservación de las minorías culturales y la formulación de políticas públicas para promover su autonomía. Torner, que visitó la Argentina invitado por la Fundación TYPA, afirma que ser educado en la propia lengua es un derecho básico y que ese derecho está siendo vulnerado por la «vocación hegemonizadora« de la globalización. «Con la globalización desaparecerá la mitad de las lenguas del mundo. Nos amenaza un fantasma de uniformidad que pretende convencernos de que el mundo sería más fácil si todos habláramos un solo idioma: el inglés«, dice. Licenciado en Ciencias de la Educación por la Universidad de París, nació y se educó en Cataluña, región que arrastra una larga tradición de lucha por la autonomía cultural y donde los chicos se educan en los dos idiomas oficiales (castellano y catalán). Actualmente preside en la Unesco, la plataforma que promueve la Declaración Universal de Derechos Lingüísticos. En 2007, en la Feria de Fráncfort, coordinó la exitosa presentación profesional de Cataluña, que abrió un debate como caso testigo de autonomía lingüística. Es una suerte de embajador informal de la cultura catalana («igual que Joan Manuel Serrat«, dice), y está convencido de que su región es un laboratorio experimental de multilingüismo, que marca tendencia. «El siglo XXI será de destrucción cultural masiva —advierte—, pero la buena noticia es que hay una reacción en América Latina, donde cada vez son más los que toman conciencia de que también existe una ecología lingüística en el planeta, que hay que preservar«. Hasta 2002, ocupó varios cargos en el PEN Internacional, asociación mundial de escritores. —¿No le parece que la globalización, el reconocimiento de las etnias y el interés por los pueblos originarios son tendencias que coexisten? —Puede ser, pero en el caso de los derechos lingüísticos existe una idea muy extendida, que ahora se refuerza con la globalización, según la cual si habláramos una sola lengua, todo sería más fácil. Esa lengua es, por supuesto, el inglés, que se percibe a sí misma como idioma global, a tal punto que casi no traduce a autores extranjeros. Eso, paradójicamente, la va dejando anémica: los anglohablantes suponen que con su universo basta. —¿Cómo se explica que existan actualmente escritores encarcelados, no por el contenido de sus libros, sino por la lengua que utilizan? ¿Qué puede tener de desestabilizador el uso de un determinado idioma? —Tras el ataque a las Torres Gemelas, el discurso antiterrorista ha sido desviado hacia fines inimaginables. En muchos países, fue usado para atacar a grupos de oposición, y muy a menudo, a grupos culturales que los gobiernos querían reprimir. En el País Vasco, un periódico fue acusado de tener vínculos con ETA por estar escrito en esa lengua. El punto fue que los periodistas del periódico sospechado sufrieron siete años de calvario judicial, fueron encarcelados y torturados y sólo recientemente salieron en libertad. El fiscal tuvo que admitir, finalmente, que no había ninguna conexión entre el grupo terrorista y el periódico. —¿Y el caso del escritor que condenaron en China por un libro que nunca había escrito? —Eso fue demencial. En China, la etnia huigur, compuesta por ocho millones de personas, tiene sentimientos separatistas y se opone a la preponderancia cultural impuesta por el Partido Comunista Chino, en la región. Un escritor de lengua huigur decidió viajar a Tokio para hacer su tesis doctoral, pero cuando volvió a China para seguir investigando lo detuvieron y lo condenaron a quince años por un libro que no había escrito; sólo estaba en su mente, como posibilidad de futuro. Fue liberado hace un año. Y en Kenya sucede lo mismo con la lengua kikuyu. —¿Qué implica esta nueva dimensión de la ciudadanía que parece abrirse con el desarrollo de los derechos lingüísticos? —Implica trascender ese fantasma de uniformidad. Las lenguas son las que le dan sentido al universo de cada cultura. Y todo niño tiene el derecho de ser educado en su propia lengua, manteniendo, desde luego, un equilibrio con la lengua del Estado, que de cualquier modo se impone, por la fuerza de su hegemonía. Incluye, además, la posibilidad de poder defenderse, en un juicio, en el propio idioma. Y debería traducirse en programas culturales propios, en televisión, radio o Internet. Y, finalmente, se trata del derecho de toda lengua a ser traducida: éste es el debate internacional que propusimos en la Feria de Fráncfort, en 2007. —¿Y a quiénes tienen como aliados en esa discusión? —Los primeros que enarbolan esa bandera son los escritores norteamericanos. El prefacio de nuestro informe fue escrito por Paul Auster. El afirma que lo mejor que ha leído en su vida se le reveló mediante las traducciones: Homero, Cervantes, Dostoievski. —Hablando de los debates de la globalización, ¿desaparecen los derechos de autor con el libro electrónico? —No soy un especialista en ese tema, pero estoy convencido de que el libro de papel no desaparecerá. Hay una relación con el objeto que tiene que ver con poder subrayarlo o tocar sus páginas. Hay que lograr que el electrónico sea también un libro, protegido por las leyes. —Pero en el caso de la música, no funcionaron los intentos de evitar el pirateo. ¿Por qué sería distinto con los contenidos de un libro? —Bueno, hay asociaciones trabajando en este tema. Pero me parece un caso diferente al de la música. Porque imagino al libro electrónico como un complemento del libro de papel, nunca como un sustituto. Pensemos que también podría haber ventajas en la distribución para aquellos autores que son publicados, pero en muchos países no son distribuidos. El escritor y poeta catalán Carles Torner es director del Área de Literatura y Pensamiento del Instituto Ramón Llul, de Barcelona.