charrúa
En 1516, cuando el navegante lebrijano Juan Díaz de Solís desembarcó en la margen izquierda del Río de la Plata, al que bautizó mar Dulce, y se convirtió así en el primer europeo que pisaba la costa de lo que hoy es el sur del Uruguay, fue atacado por los indios charrúas, que lo mataron a flechazos.
En la expedición de Solís viajaba el marinero portugués Diego García, quien volvió a aquel litoral en dos oportunidades. El marinero narró en una carta lo que había visto por aquellas tierras, mencionando a los salvajes indios “charruases”, el grupo pámpido al que pertenecían los matadores de Solís. El antropólogo uruguayo Daniel Vidart, el primero que publicó esa carta, atribuyó el estrambótico plural al hecho de que García era analfabeto y había dictado su carta a un amanuense “con pocas luces, mala caligrafía y descuidada ortografía”.
¿De dónde había sacado el marinero aquel gentilicio? Vidart descarta una caprichosa etimología propuesta en 1962 por Buenaventura Caviglia, según la cual la palabra se habría formado con las voces guaraníes cha ‘nosotros’ y arawac ‘jaguar’. Aunque los charrúas no pertenecían al grupo guaraní, su lenguaje y su cultura sufrieron una fuerte influencia de esa etnia, sobre todo después de la llegada de los españoles.
El vocablo charrúa es citado por Corominas, atribuyéndole origen gallego, procedente del francés charrue, con el significado de ‘embarcación’ o ‘arado’. El etimólogo francés Albert Dauzat recuerda que la palabra charrue aparece en el siglo XII en la Canción de Rolando, derivada del latín clásico carruca ‘carro de cuatro ruedas’.
Sin embargo, la palabra gallega puede haber cambiado de significado en algún momento o en algunos lugares; el propio Vidart cita el Diccionario Galego Castelán, en el cual aparece: Charrúa. s.f. Mascarón. Tal vez, la embarcación charrue fue mencionada por el nombre de su mascarón de proa. El antropólogo uruguayo completa su raciocinio recurriendo al folclorólogo español J. Bouzas-Brey, quien, al describir unas estrafalarias máscaras usadas en algunas aldeas gallegas, cuyo origen probablemente se remonte al neolítico, enumera las siguientes voces: choqueiros, lanceiros, madamitos, vellos, maragatos, muradanas, fellos, borralleiros, murrieiros, irrios, cocas, charrúas, troteiros y cigarrones.
Con perspectiva de antropólogo, Vidart recuerda que un vecino, cuando crea un gentilicio, descalifica, desde una posición etnocéntrica, las cualidades morales y físicas de los extraños, quienes, por el mero hecho de serlo, son considerados enemigos. Desde este punto de vista, parece plausible la afirmación de que Diego García —era portugués, pero conocía A Coruña, de donde partió la expedición— hubiera llamado a los indígenas con el nombre de las máscaras gallegas.