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Panhispanismo: comunidad de intereses culturales

El Prof. Francisco Moreno Fernández, director del Instituto Cervantes de Chicago, postula un panhispanismo «que refleje con nitidez que las academias de la lengua están trabando para toda la comunidad hispanohablante» y señala las limitaciones, tando del castellanismo como de «un panhispanismo absolutamente uniformador e impositivo». El panhispanismo –señala– «debe ser entendido como comunidad de intereses culturales, como defensa de señas de identidad comunes, lejos de cualquier atisbo de imperialismo».

Moreno Fernández:

«Ni castellanismo ni panhispanismo impuesto»

Entrevista con el Prof. Francisco Moreno Fernández
Publicada por Edinumen y divulgada por Infoeditexto

Términos como castellanismo y panhispanismo dan cuenta de dos realidades o percepciones de la realidad bien distintas ¿Qué perspectiva le corresponde a los agentes implicados en la enseñanza y difusión del español (Instituciones, centros, profesores de español L1, L2, LE, medios de comunicación, etc.) con respecto al estatus lingüístico-social de la lengua española en el mundo?

Las posiciones extremas siempre son desaconsejables. El castellanismo es parcial y limitado en sí mismo; un panhispanismo absolutamente uniformador e impositivo es inviable. Las personas y los agentes implicados en la difusión y enseñanza del español debemos esforzarnos en trabajar por un panhispanismo entendido como comunidad de intereses culturales, como defensa de unas señas de identidad comunes, lejos de cualquier atisbo de imperialismo. El panhispanismo del que se habla desde la Real Academia no consiste en que ahora se le dé la razón en todo desde las demás Academias; el panhispanismo académico tiene que reflejar con nitidez que se está trabajando para toda la comunidad hispanohablante, más allá de intereses inmediatos y particulares.

Hace diez años apareció publicado en el Anuario del Instituto Cervantes (1998) un estudio titulado Demografía de la lengua española. Un estupendo trabajo fruto de una ingente labor científica, no exento de dificultades. Ahora en 2008 está a punto de publicarse un proyecto en el que han vuelto a trabajar Jaime Otero y usted, el Atlas de la lengua española en el mundo ¿Qué metodología habéis empleado para desarrollar un trabajo de estas características?¿Qué añade este nuevo trabajo a un estudio como el realizado en la Demografía de la lengua española?

El trabajo que acabamos de redactar Jaime Otero y yo pretende ser una nueva entrega del elaborado en 1998 para el Instituto Cervantes. Pensamos que estos análisis demolingüísticos han de realizarse cada diez años, igual que los censos, para poder apreciar cómo evoluciona la lengua en un macronivel y en el plano internacional. La principal diferencia entre el estudio de 1998 y el que se está publicando entre 2007 y 2008, aparte del cambio que la propia realidad ha experimentado en esa década, está en la metodología. En 1998 tuvimos que trabajar con fuentes indirectas, principalmente con la "Enciclopedia Británica"; en 2008 hemos acudido a los datos de los censos oficiales de los países hispanohablantes y de aquellos territorios en los que el español es conocido y usado. Creemos que los análisis actuales son mucho más fiables porque están elaborados con unos criterios propios y coherentes. Además, concedemos la importancia que se merecen a los estudios procedentes de la dialectología y la sociolingüística.

Hace años publicó Qué español enseñar (2000). Me da la impresión de que un tratamiento adecuado de la diversidad de realizaciones del español, conlleva una determinada actitud por parte del profesorado de español: ¿Qué actitudes destacaría en un profesor que afronta la enseñanza de un idioma internacional como es el caso del español a la hora de tratar su unidad y diversidad?

En cierto modo, ese libro pretendía transmitir una perspectiva, un modo de entender las variedades del español para llevarlas al aula. Hace unos meses vio la luz la segunda edición (2007) y el espíritu sigue siendo el mismo. Hay que desterrar entre el profesorado los argumentos del tipo «esto se ha dicho así de toda la vida» o «mi español es mejor que el tuyo» o «todo vale». Ni «todo vale» ni «solamente lo mío vale». Los profesores de español no tienen por qué ser expertos en dialectología, pero sí deben saber que la lengua española posee diversas normas cultas «equivalentes», deben conocer bien su propia norma culta, que es la que en definitiva llevarán al aula, y deben conocer las necesidades y expectativas de sus estudiantes, porque trabajan para ellos.

Un tema que igualmente despierta interés en el profesorado de español como lengua extranjera guarda relación con la presencia en los exámenes DELE de muestras de lengua procedentes de otros modelos de lengua distintos al Peninsular. Por un lado, los profesores americanos se preguntan por qué hay tan poca presencia del español de América en los DELE. Por otro lado, los profesores españoles se irritan cuando encuentran expresiones que ni ellos conocen ¿Dónde está la solución a este conflicto?

Aunque en ocasiones no lo parezca, esta ha sido una preocupación constante para la Dirección Académica del Instituto Cervantes. Desde luego, ya lo era cuando José Manuel Blecua o yo fuimos directores académicos, en los noventa, y me consta que hoy lo sigue siendo. El derrotero que los DELE han ido tomando con los años los obliga, no solo a tener en cuenta la diversidad interna del español, sino también a elaborarse desde una perspectiva de multiculturalidad. Tradicionalmente, los DELE han incluido poco o nada del español de América porque se han preparado desde Salamanca, lo que en sí mismo no es ni bueno ni malo, porque no es posible hacer un uso realista de la lengua prescindiendo de un contexto determinado, sea de España, sea de América. La preparación de los DELE obliga a contar con asesores de las principales normas cultas del español, de España y de América, y, sobre todo, a tener en cuenta los contextos en los que esos exámenes se van a desarrollar.

En una entrevista que le hicieron el año pasado pude leer que la lengua española goza de buena salud y que el español es una lengua internacional que va ganando interés y prestigio. Este crecimiento, sin embargo, se observa con cierta preocupación por parte de quienes ven en los medios de comunicación de masas la difusión de un español «neutro», despojado de sus referentes culturales, sin color. La profesora y académica Josefina Tejera habla incluso de una norma exógena. ¿Es posible hablar de una norma general panhispánica?¿Es aplicable a la enseñanza del español?

Esta pregunta conduce directamente a un asunto de singular importancia para el futuro de la lengua española, del que se están ocupando lingüistas tan conocidos como Humberto López Morales o Violeta Demonte. No debemos alarmarnos, sin embargo. En cierto modo, ya existe una norma culta general hispánica, que nos permite manejar y valorar de forma muy similar la mayor parte de los elementos lingüísticos y discursivos del español: la unidad ortográfica es un hecho; la comunidad del léxico hispánico estructurado es más que evidente y la gramática ofrece muy pocas fisuras por donde pueda colarse la ininteligibilidad o una posible fragmentación de la lengua. A ese conjunto de hechos se le puede dar el nombre de «español general»; es lo compartido, lo común, lo que nos permite ser integrantes de una misma comunidad lingüística.

Dicho esto, es evidente que esa comunidad de rasgos lingüísticos se articula en normas geográficas diferentes, con sus correspondientes variedades sociolingüísticas. Cuando hoy se habla de una posible norma panhispánica, se piensa más bien en un español general simplificado. ¿Podría llevarse a la enseñanza de la lengua? Bueno. En cierto modo, ya se está haciendo: son muchos los autores y los profesores que intentan primar lo general o común sobre lo local, aunque una de las dificultades más empinadas es la de saber qué es realmente común y qué particular. Falta mucha información al respecto, entre los profesores y entre los especialistas. La suerte que tenemos es que las normas cultas hispánicas, las que se han de llevar a la enseñanza, están más cercanas entre sí de lo que muchos hablantes piensan.

Por último, me imagino que tendrá curiosidad por conocer los detalles de la Gramática Panhispánica de la RAE y las Academias, ¿qué espera encontrar en esta nueva gramática y qué espera no encontrar?¿Hará que algunos profesores, incluso a nivel universitario, cambien su discurso al hablar del español de España como el modelo al que aspiran los hablantes cultos americanos?

Todos los interesados por los asuntos de la lengua estamos expectantes ante la publicación de la nueva gramática académica, aunque lo cierto es que nos hará trabajar mucho a los profesores porque nos obligará, no solo a estudiarla, sino a replantear la interpretación y el análisis de más de un asunto gramatical. A la vista del capítulo sobre el género gramatical que las Academias difundieron con motivo del Congreso de la Lengua Española de Cartagena de Indias, ya sabemos que la nueva gramática no solo prescribe, sino que describe los usos de las diferentes áreas que integran el mundo hispanohablante. Ello hace que estemos, en cierto modo, ante una gramática descriptiva dialectal, con todas las ventajas e inconvenientes que ello supone. Por eso será trascendente la publicación del compendio que, según se ha anunciado, acompañará a la gran gramática; probablemente en ese compendio quedará destilada la norma de referencia, el catálogo prescriptivo que la sociedad parece demandar de un trabajo académico de estas características. Ahora bien, lo que tú apuntas es verdad y muy relevante. La imagen del español, como koiné y como conjunto de normas cultas, saldrá reforzada con la publicación de la gramática.

Francisco Moreno Fernández es doctor en lingüística Hispánica por la Universidad Complutense de Madrid, profesor y catedrático de Lengua española de la Universidad de Alcalá de Henares, director del Instituto Cervantes de Chicago y director académico y de investigación de la Fundación Comillas.