Nuevo México está perdiendo un dialecto que se remonta al Siglo de Oro español
Visitantes en el santuario de Chimayó, en Nuevo México
The New York Times en español
Cuando los viejos parroquianos se reúnen en el café de Cynthia Rael-Vigil, en Questa, Nuevo México, una localidad enclavada en las montañas Sangre de Cristo, beben lattes y limonada de lavanda mientras chismean en español.
Si un visitante de Madrid o Ciudad de México estuviese sentado en la mesa contigua tendría dificultad para comprender su extraño dialecto. Pero los hispanohablantes de hace cuatro siglos habrían reconocido las conjugaciones verbales inusuales, aunque tal vez no las pronunciaciones poco ortodoxas ni las palabras con origen en el inglés y las lenguas indígenas norteamericanas.
Durante más de 400 años, estas montañas han acogido un tipo de español que hoy en día no existe en ningún otro lugar del planeta. Incluso luego de que en el siglo XIX sus tierras fueron absorbidas por Estados Unidos, de algún modo las generaciones de hablantes han mantenido vivo este dialecto en la poesía, las canciones y las conversaciones cotidianas en las calles de los enclaves hispanos que están dispersos por toda la región.
Hace apenas unas décadas, el dialecto neomexicano seguía en primera línea de los medios en español en Estados Unidos y salía en programas de televisión como el espectáculo de variedades Val de la O, que se transmitía a nivel nacional en los años sesenta. Los baladistas como Al Hurricane mimaban el dialecto en sus canciones. Pero esos elementos, así como la deslumbrante variedad de diarios en español que antes florecían en el norte de Nuevo México, en gran medida han desaparecido.
Los lugares donde los melódicos sonidos del dialecto aún pueden escucharse ocasionalmente, como la cafetería de Rael-Vigil, son escasos. En lugares como Alburqueque, la ciudad más grande de Nuevo México, el dialecto está siendo eclipsado por el español de una nueva ola de migrantes, especialmente procedentes de Chihuahua, en el norte de México.
Al mismo tiempo, hay dudas sobre si las comunidades rurales que durante siglos nutrieron el español neomexicano pueden durar mucho más frente a una infinidad de desafíos económicos, culturales y climáticos.
“Nuestro español único corre el riesgo de morirse”, dijo Rael-Vigil, de 68 años, quien remonta sus antepasados a un integrante de la expedición de 1598 que reclamó Nuevo México como uno de los dominios más alejados del Imperio español. “Cuando un tesoro como este se pierde, no creo que nos demos cuenta de que se pierde para siempre”.
Quienes hablan español de Nuevo México en Questa, un pueblo de alrededor de 1700 habitantes cerca de la frontera estatal con Colorado, tienden a tener 50 años o más. Incluso en su familia, Rael-Vigil ve cómo el idioma se desvanece: su nieto de 11 años casi no habla ningún tipo de español.
“No tiene interés”, dijo. “Los niños de su edad son maestros de internet y eso está todo en inglés. A veces me pregunto, ¿acaso mi generación no hicimos nuestra parte para mantener vivo el idioma?”.
Yo crecí en una casa de adobe en Ribera, un pueblo cerca del río Pecos, y hablábamos un poco de español neomexicano, como para hacernos entender aunque no de forma tan espléndida como algunos compañeros de clase. Algunos de mis recuerdos más antiguos son escuchar a mi abuela platicar en el dialecto, mientras volteaba tortillas con los dedos en una estufa de leña.
A pesar de haber nacido en Nuevo México y de haber pasado casi toda su vida en el estado, mi abuela apenas hablaba inglés. Ahora ya no está y al perderla a ella y a los de su generación la región también pierde un tesoro lingüístico que se escucha hace siglos.
A menudo, el español de Nuevo México se describe como una muestra del idioma del Siglo de Oro español (el siglo XVII), que fue importado directamente del Viejo Mundo y que, de alguna forma, estuvo protegido por el aislamiento. Según los lingüistas, esa descripción puede incluir algo de verdad pero los orígenes y desarrollo del dialecto —que consideran como un descendiente del español del norte de México— son mucho más complejos y matizados que el mito.
Se cree que se cristalizó alrededor de finales del siglo XVI, cuando una expedición colonizadora de composición lingüística y étnicamente mixta se impuso en esta región como parte de la competencia europea por el Nuevo Mundo, años antes de que se estableciera en Estados Unidos el primer asentamiento inglés permanente, en Jameston, Virginia, en 1607.
Entre los colonizadores había europeos de España, Portugal y Grecia pero también personas nacidas en México con linaje mestizo indígena, europeo, africano e indígenas que se cree que eran tlaxcaltecas y hablaban náhuatl, la lengua común en el Imperio azteca.
Los colonos dependían de caravanas de abastecimiento conocidas como conductas para mantener vínculos con Ciudad de México. Pero la pequeña colonia quedaría completamente aislada del mundo exterior durante periodos de varios años, lo que ha hecho que se le compare con algunos lugares del altiplano andino o el sur de Chile, donde el castellano evolucionó en medio de un aislamiento similar.
Damián Vergara Wilson, académico de la Universidad de Nuevo México especializado en el singular dialecto del estado, dijo que compara el asentamiento en el extrarradio norte del Imperio español con una colonia espacial. “¿Y si nos fuéramos a Marte en una nave y perdiéramos el contacto con otros hablantes?”, dijo Wilson. “Eso es lo que pasó aquí. Hubo un contacto muy mínimo”.
Si bien los hablantes del dialecto por lo general pueden sostener una conversación con personas que hablan el español más común, quienes aún preservan el neomexicano pueden sonar considerablemente distinto. (Los lingüistas a menudo llaman el dialecto español neomexicano tradicional o dialecto español de la alta región del río Grande, en contraste con el español del sur de Nuevo México, más influenciado por México).
En los lugares donde se arraigó, en el norte de Nuevo México y el sur de Colorado, los hablantes emplean vocablos como ratón volador para murciélago y gallina de la sierra para referirse al pavo o guajolote.
Incorporaron palabras indígenas como chimal (escudo) del náhuatl, chimayó (hojuela de obsidiana) del tewa y cíbolo (búgalo) del zuñi, así como bisnes (business o negocios), crismes (Christmas o Navidad), sanamagón (persona despreciable, indeseable) y muchas otras del inglés.
Los hablantes conjugan creativamente, empleando terminaciones peculiares en los verbos y tienden a aspirar el sonido de la “s” en muchas palabras, algo parecido al sonido “h” en inglés o “j” en español. Por ejemplo, dirían “No jé donde está la caja” en vez de “No sé dónde está la casa”.
Lens Nils Beké, un lingüista que este año concluyó sus estudios de doctorado en la Universidad de Nuevo México, antes estuvo en la universidad de Gante en Bélgica —conocida por su sólido programa de lingüística española— y les contó a sus colegas sobre el dialecto que había encontrado en Nuevo México.
“Con cada cosa parecían estupefactos”, dijo Beké, que viajó en bicicleta entre pueblos alejados para realizar investigación de campo sobre el castellano neomexicano y a menudo acampaba bajo las estrellas.
“Era como, ‘Guau, ¿hacen esto?’ ‘Guau, ¿hacen aquello?’”.
El dialecto ha logrado sobrevivir casi dos centurias desde que Estados Unidos tomó posesión de Nuevo México en 1848, lo que la convierte en la variedad de español más antigua transmitida sin interrupción. Sin embargo, en una época en que la migración procedente de América Latina ha impulsado la cantidad de hispanohablantes en Estados Unidos a más de 41 millones de personas, el destino del español de Nuevo México —y la región donde prosperó— han tomado otro rumbo.
Las fuerzas económicas han impulsado un éxodo de los pueblos del norte compuestos de casas de adobe que se desmoronan y que envejecen. Otras amenazas como el mayor incendio forestal que se ha registrado en la historia de Nuevo México, que arrasó la patria hispana hace un año, y la peor sequía experimentada desde antes de que se instalaran los españoles, han revelado la fragilidad de estos remotos lugares tradicionales ante el clima extremo exacerbado por el calentamiento global.
A pesar de las dificultades, algunas personas de la región intentan salvar el dialecto.
Julie Chacón, directora ejecutiva de Sangre de Cristo National Heritage Area, una organización de Alamosa (Colorado), creció hablando español de Nuevo México en el cercano pueblo de Capulín, donde el dialecto llegó a través de la frontera estatal del sur de Colorado en el siglo XIX. Ahora recolecta relatos orales de viejitos y arma cuadernos de trabajo para enseñar el dialecto. También dirige un campamento para niños que se enfoca en las tradiciones de la región.
Daniel Lee Gallegos y su banda Sangre Joven de Las Vegas, Nuevo México, hacen sesiones de improvisación en Facebook para la diáspora nuevomexicana y Carlos Medina, comediante y músico, se deleita con la creatividad juguetona del dialecto.
“El idioma sobrevivirá totalmente”, dijo Larry Torres, un lingüista que escribe una columna bilingüe para el Taos News y el Sante Fe New Mexican. “Es posible que no sea el mismo idioma que conocían nuestros antepasados, pero estamos usando una forma de español del siglo XV con inglés del siglo XXI”.
Otros no son tan optimistas sobre las posibilidades de supervivencia del dialecto, al menos no en la forma en que ha sido reconocible durante siglos.
Mark Waltermire, profesor de lingüística en la Universidad Estatal de Nuevo México, dijo que espera que el español neomexicano sobreviva al menos otras dos décadas, aunque sea porque todavía existe gente de 50 y tantos años que lo habla.
Pero dijo que, más allá de ese tiempo, es difícil ver un futuro para el dialecto. Sin embargo, eso no significa que el español vaya a desaparecer en Nuevo México. “Solo está siendo reemplazado”, dijo refiriéndose a la llegada de nuevos migrantes de México “con otro tipo de español”.
*Simon Romero es corresponsal nacional y cubre el Suroeste de Estados Unidos. Ha sido jefe de las corresponsalías del Times en Brasil, los Andes y corresponsal internacional de energía.