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Sobre “gaznápiro” y otras bellezas

13/12/2021
Gino Raúl de Gasperín Gasperín

El Mundo, de México

Ardilla o “esquirol”, un aragonesismo, según la Academia española

Existen en el español algo así como 93 000 lemas (palabras con las que se inicia cada artículo) que se encuentran en la 23.ª edición del Diccionario de la lengua española publicado hace 7 años. En ese lapso, el número se ha incrementado como consecuencia lógica de la movilidad que tiene el idioma, producto del ingreso de vocablos y acepciones que se producen en la vida de una comunidad de hablantes y escribientes. Na da más como ejemplo, valga ese rimero de vocablos o locuciones que ahora inundan el mundo, algunas recogidas por el incansable lingüista Ricardo Soca en su portal El Castellano: antivacunas, covidiota (¡¿a quién se referirá?!), nueva normalidad, pospandemia, presencialidad, reunión virtual, teletrabajo, teleclase, sanitizar, posvacunación, pospandemia, distanciamiento social, tontes (¡!), y otras que por ahí van apareciendo. Dejando a un lado la pregunta maliciosa de cuántas palabras podemos conocer a cabalidad y usar correctamente, es un hecho que nuestro vocabulario es muy pobre, en general.

Se ha escrito que nuestro idioma es muy rico en palabras, expresiones y giros. Sin duda de otras lenguas se puede decir algo semejante. Lo bueno es que esas palabras o locuciones forman parte del idioma, lo triste es el precario conocimiento y uso que se hace de ellas. Más ahora que el estudio de las etimologías griegas y latinas se esfumaron de los planes de estudio de nuestro anémico sistema educativo. (Cuando se estudiaban, en primer año de bachillerato, se veían más de mil palabras con su significado original. De algo habrá servido, creo). Y como ejemplo, y para solazarnos un poco, van algunos de estos vocablos cuyo real y justo significado es sorprendente.

La primera: “Harpía”, bella palabra referida a esos monstruos mitológicos griegos con cabeza y pechos de guapa mujer, pero cuerpo y garras de ave de rapiña: Aelo, ‘borrasca’, Ocípite, ‘la que vuela veloz, y Celeno, ‘oscura como un cielo tormentoso’. Se las consideraba vengadoras de los dioses y secuestradoras de niños y almas y se robaban la comida de las mesas. Como ese significado, por más explícito y descriptivo que sea, se ha desvanecido, el diccionario lo ha generalizado a ‘persona codiciosa que con arte o maña saca cuanto puede’. Como se ve, es un vocablo sumamente necesario y apropiado en nuestros días… Lo que el diccionario añade es discriminatorio: ‘mujer aviesa’ y ‘mujer muy fea y flaca’, cuando que, si de varones se trata, no deja de ser también muy apropiado.

Va otra joya: “Demonio”.

La palabra proviene del griego con significado de ‘dios’, ‘divinidad’, cuyo diminutivo daimonion significaba ‘genio’, ‘divinidad inferior’. Y ese ‘dios’ de pronto se convirtió en sinónimo de “Serpiente, Serpiente Antigua, Gran Dragón Rojo, Acusador, Satán, Enemigo, Belial, Belcebú, Mammon, Ángel de Luz, Ángel del Abismo, Ángel de las Tinieblas, Príncipe de la Potencia del Aire, Lucifer, Abaddhon, Legión, Dios de este siglo, Espíritu Impuro, Espíritu Inmundo, Espíritu Embustero, Tentador, Hijo del Amanecer”. Y hay que añadir Diablo, ‘el que divide, calumnia y desune’ y crea un pandemónium, es decir, ‘una capital imaginaria del reino infernal’ o ‘el palacio de Satanás’.

Otra más: “Esquirol”. Recibida del latín, es el nombre de un simpático animalito: la ardilla. Según Corominas en su diccionario, Baltazar Gracián usó esquirol en su Criticón para llamar a un ‘hombrecillo que se mueve mucho y sin motivo’ (como una ardilla), ‘mequetrefe’, ‘chisgaravís (¡!), ‘persona insignificante, sin carácter’.

Falta explicar por qué los esquiroles son ‘rompehuelgas’. Ricardo Soca lo cuenta así: 

“A fines del siglo XIX, en un pueblo catalán llamado Santa María de Corcó, había una posada en la que pernoctaban los viajeros y en su vestíbulo había una ardilla (en catalán esquirol) que corría sin cesar en una jaula rotativa. La novedad adquirió fama y la posada acabó por llamarse L’Esquirol… Algunos pueblos cercanos a L’Esquirol contaban con fábricas textiles que se vieron afectadas por huelgas. Algunos habitantes de L’Esquirol se ofrecieron para trabajar en lugar de los huelguistas, por lo que unos los llamaron rompehuelgas, y otros, en forma no menos despectiva, esquiroles”.

Y basta de esquiroles.

Vamos a la cuarta palabra: “Gaznápiro”, palabra alta, sonora y significativa. Y recurro de nuevo a Soca, quien dice que

“el académico Pedro Felipe Monlau afirmaba que provenía de un verbo gaznar, una de las formas de graznar”, que es el sonido-grito de los gansos… Sin embargo, él mismo opina que le gusta más la explicación de Corominas, que la hace originar de la palabra neerlandesa gesnapp: ‘parloteo’, ‘charla’ y snapper ‘charlatán’, muy propias de los gansos y de los merolicos. De ahí, esta palabra ha pasado a significar inexperto, simplón, papanatas, cateto, panoli, paleto, pueblerino, boquiflojo, tonto, badulaque, pazguato. Esos que, dice la Biblia, si volaran, taparían el cielo.

En fin, vaya que hay palabras hermosas.

grdgg@live.com.mx