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Director de la RAE: "Los mexicanos hablarán como quieran"

27/07/2017
Paulina Chavira

La Real Academia Española (RAE) genera sentimientos contradictorios en la mayoría de los 472 millones de hispanohablantes: para algunos, es la máxima referencia en cuanto al lenguaje; para otros, es el mayor limitante de la riqueza de nuestro idioma.

Pero la RAE es solo una de las veintitrés academias que conforman la Asociación de Academias de la Lengua Española (ASALE), que edita el Diccionario de la lengua española (DLE), que desde 2004 se encuentra en línea gratuitamente y es una de sus publicaciones más exitosas: en 2016 sumó 800 millones de consultas y tan solo en los primeros dos meses de este año tuvo 81 millones de consultas. España, México, Colombia, Argentina y Estados Unidos son los países que más revisaron esta publicación el año pasado.

La edición más reciente del DLE, la 23.ª, se presentó en octubre de 2014 y contiene 93.000 lemas y unas 200.000 acepciones. Afortunadamente, la tecnología se ha infiltrado en esta institución centenaria y para la nueva edición, que se presentará en diciembre, cambiará el orden de los factores: está concebida para un soporte digital, sin problemas de espacio y habrá lugar para muchas palabras que a veces se cree que la academia rechaza o incluso prohíbe.

The New York Times en Español conversó con el director de la academia española y presidente de la ASALE, Darío Villanueva, quien respondió a preguntas que nuestros lectores nos enviaron, así como a qué nuevas palabras pueden incluirse en el diccionario, qué sucede con la tilde en el adverbio “solo” y cuál es el mayor riesgo para nuestro idioma.

 

¿Cómo entra una palabra nueva en el diccionario?

Continuamente estamos registrando las palabras que van apareciendo a través de una gran base de datos, el Corpus del Español del Siglo XXI. Cada año, introducimos en la memoria de nuestras computadoras 25 millones de formas del español, no palabras porque no hay tantas, sino realizaciones de las palabras en distintos países. La fuente es escrita (literatura, periodismo, ciencia, medicina, política, economía) y oral (radio, televisión, música); la procedencia es un 70 por ciento de América y un 30 por ciento de España para que predomine el aporte americano, porque es evidente que el español tiene más hablantes en América que en España. Todos los países están representados.

Esa base de datos nos proporciona la palabra y el contexto en el que aparece para que podamos ver exactamente qué significa. Así, detectamos la aparición de nuevas palabras o de nuevos significados de palabras que ya están en el diccionario. Eso lo procesamos en la academia a través de nuestro Instituto de Lexicografía y en el Pleno de los académicos; luego lo consultamos con las academias de la ASALE. La introducción de una palabra en el diccionario nunca nace de una voluntad individual de un académico, sino que siempre viene después de que hemos acreditado testimonialmente que esa palabra ha irrumpido, que tiene un uso en un territorio amplio y con un índice de frecuencia elevado.

 

¿La RAE es muy intervencionista o más bien permisiva?

Tenemos el problema de que hay quien nos llama intervencionistas de la lengua y hay quien nos acusa de muy relajados y permisivos: son legítimas todas las opiniones. Todo lo que tiene que ver con la lengua es materia muy sensible porque los ciudadanos nos sentimos dueños de nuestro idioma y realmente lo somos.

La academia va siempre detrás de las decisiones que han tomado los hablantes del español, nunca nos adelantamos a proponer una palabra, a proponer una acepción; siempre recogemos lo que hay. No es que bajemos la guardia, que nos estemos convirtiendo en muy permisivos. Nuestra función no es la de “aprueba y reprueba”, sino de recoger lo que existe.

 

¿Qué pasa con la tilde de “solo”?

Se ha interpretado mal porque lo que se dice en la Ortografía de la lengua española de 2010 es que no consideramos necesario el uso de la tilde ya que los lingüistas dicen que, por ejemplo, en el caso de “solo”, el contexto de la frase permite ver si se trata de un adverbio o de un adjetivo. La academia no prohíbe el uso de la tilde, sino que dice que no es necesaria. Algo parecido pasa con la acentuación de los adjetivos pronombres “este”, “ese”, “aquel”.

 

¿O sea que se puede acentuar o se puede no acentuar?

Sí, aunque hay una polarización: la mayoría de los escritores está a favor del acento y, sin embargo, los lingüistas dicen que no es necesario. Estamos empezando a preparar la segunda edición de la ortografía y ahí vamos a procurar ser todavía más claros para que se entienda cuál es la posición. De todas formas, creo que es una tempestad en un vaso de agua.

 

Hace poco, la RAE recibió una solicitud para eliminar la acepción de sexo débil como “el conjunto de las mujeres”. ¿Qué han decidido?

La academia no va a censurar nunca el diccionario. En primer lugar, no es obligatorio usar esa expresión, pero existe y el diccionario recoge lo que existe y no lo puede censurar. La expresión de la que hablamos no fue inventada por las academias, en lo personal no la usaré jamás y creo que la mayoría de los académicos tampoco.

En el diccionario tenemos lo que llamamos las “marcas”; para esta acepción se podrían incorporar las de “discriminatorio”, “desusado”, “ofensivo”, para que se sepa la consecuencia semántica que tiene utilizar sexo débil. Se espera que en diciembre se dé a conocer.

 

¿Qué decirle a la gente que sigue pensando que España es el lugar desde el que se decide el español que se hablará en América Latina?

No puedo manifestar mi acuerdo con esa expresión. En la Nueva gramática de la lengua española de 2009 están recogidas todas las variantes gramaticales americanas; en el diccionario hay unos 20.000 americanismos y tenemos el Diccionario de americanismos.

Por ejemplo, los mexicanos hablaban, hablan y seguirán hablando lo que quieran; es decir, si la academia española propusiera cosas impositivas y absurdas no tendría ni el más mínimo éxito. La RAE trabaja con la ASALE y con la Academia Mexicana de la Lengua, con la que tenemos un contacto intensísimo. Y así con todos los países hispanohablantes.

 

¿Por qué incluir en el diccionario palabras como “amigovio” o “asín”?

La palabra “amigovio” así como “marinovio” son dos creaciones americanas que son palabras perfectamente admisibles, están muy bien construidas. “Marinovio” se refiere a las parejas de hecho, entre las que no hay un matrimonio oficial. Los idiomas están continuamente en ebullición, están creando palabras continuamente. No es que nosotros las hayamos autorizado, sino que simplemente las recogemos y nos sentimos muy orgullosos de poner en el diccionario creaciones tan ingeniosas, tan expresivas.

Que mantengamos palabras como “asín”, un arcaismo que figura en el diccionario es porque este pretende ser útil para la comprensión de textos desde 1500 hasta ahora, por lo tanto hay palabras que no se usan, pero que están recogidas para que alguien que lea un texto de 1560 que se encuentre con esa palabra tenga respuesta.

 

¿Qué palabras entrarán a la nueva edición del DLE?

Estamos trabajando con la palabra “posverdad”: el año pasado, el Diccionario de Oxford eligió a post-truth como la palabra del año. Posverdad es una traducción perfecta al español; es una palabra que ha cobrado mucha fuerza y que refleja un fenómeno muy significativo de nuestro tiempo, muy relacionado a la política y a los medios de comunicación. Estamos estudiándola y creo que con toda certeza entrará al diccionario en diciembre.

 

¿”Guglear”? Yo “gugleo”, tú “gugleas”… 

Sí, “guglear” es un verbo que estoy seguro que acabará imponiéndose. No hay manera de traducirlo porque parte de una raíz que es una marca. Con los anglicismos se plantea el problema: ¿los escribimos transcribiendo la pronunciación o los escribimos con las letras exactas del inglés?

Por ejemplo, en español usamos desde hace tiempo la palabra “mitin”, del inglés meeting; en otros casos no hemos tenido demasiada suerte: con whisky, en el diccionario pusimos “güisqui”, pero no hemos conseguido que esa forma predomine. Para esos casos, mantenemos el doblete, es decir, ponemos la transcripción a español y la palabra tal y como está en inglés —que en nuestra Ortografía dice que hay que escribir en cursivas—; se mantienen las dos con la esperanza de que acabe predominando la forma adaptada al español.

 

¿Cuál es el mayor riesgo que enfrenta nuestra lengua?

Me preocupa mucho la aceptación, a veces frívola, de los anglicismos por parte de los hablantes, de los escritores, de los periodistas… Es terrible, aquí me llevo grandes disgustos cuando veo que los comercios se rotulan en inglés, que la publicidad termina con frases en inglés, cuando veo también que términos ingleses —por ejemplo, el caso de tablet-tableta—, que son muy fáciles de adaptar a nuestra lengua, no se adaptan. Parece como si tuviéramos un complejo de inferioridad, como si pensáramos que nombrar algo en inglés tiene más categoría, más valor; si se trata de un producto, de mejor calidad, y eso es absolutamente falso, es una total y absurda frivolidad. Uso el término “papanatismo” para referirme a esa entrega a los términos ingleses.