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Diccionario de las (malas) relaciones: del ‘ghosting’ al ‘pocketing’

29/04/2022
Isabel Valdés

Candados en la Plaza Mayor de Madrid en abril de 2022 / Santi Burgos, El País

Pocketing, Irene, se llama pocketing. A ese pavo no le pasa nada que no les pase a otros mil”. Con esa frase de su amiga Noe y no de otra forma fue como Irene se dio cuenta de que el hombre con el que salía desde hacía más de un año, “por decir algo”, no estaba “en un mal momento” sino que respondía a un patrón de conducta. “Tuve que preguntarle que de qué me estaba hablando porque no había escuchado esa palabra jamás”, cuenta por Skype, desde Barcelona. Noe se lo explicó: “Es cuando tienes una relación con alguien, pero esa relación no sale de las paredes de su casa, o de la tuya. Fuera de ahí… no te conoce. De ahí lo de pocketing, de pocket, de bolsillo. Una vez en la calle, es como una cosa que te guardas en el bolsillo”. Dice Irene que sí, que “claramente” Iván, al que conoció por Tinder, le estaba “haciendo pocketing” y que cuando se sentó “a poner las cosas claras”, terminaron. Y no bien: “Mira, tía, estábamos bien como estábamos, pero ahora mismo no quiero líos’, fue lo que me dijo, después de año y medio viéndonos cuatro veces por semana”.

Fue el concepto, reconocer lo que le estaba ocurriendo en un nombre, lo que hizo que esta mujer de 32 años saliera de una relación que era “objetivamente tóxica: viéndola con perspectiva”. Como el pocketing, hay decenas de términos que definen patrones de conducta y ayudan a identificarlos. Conceptos que describen formas de llegar, estar o abandonar las relaciones poco sanas, para quien las ejerce y para quien las recibe. Irene no es la única. Casi 200 mujeres y una docena de hombres, desde los 14 hasta los 56 años, han respondido a una petición de este periódico por redes sociales para contar parte de su historia, en el último mes y medio.

Las historias de ellos son principalmente de ghosting (cortar la comunicación con la pareja) y hubo tres en las que la relación simplemente acabó sin que el desamor fuese por ambas partes. Entre las que narraron ellas también hay una docena así, pero mayoritariamente las conductas que cuentan de sus exparejas componen un amplio y diverso abanico de comportamientos en los que el ghosteo se cuela casi siempre en algún momento de la relación. Algunas de ellas ilustran el glosario que sigue.

Banksying

El 5 de octubre de 2018, cuando se confirmó a golpe de martillo la venta de Niña con globo, de Banksy, en una subasta que ya está en la historia, la obra comenzó a autodestruirse ante la mirada de todos los que asistían a la puja. En las relaciones, este pensamiento anticipado que llevó al artista a instalar una trituradora en el cuadro es lo que da nombre a este patrón: personas que pasan semanas o meses sabiendo que una relación va a acabar y planeando esa ruptura. Según una encuesta de Plenty of Fish de aquel año (una aplicación de citas como Tinder o Bumble), una de cada cuatro personas habían llevado esto a cabo, y el 44% respondió que creían haber estado en el lado opuesto alguna vez.

Benching

En el benching (de banco, bench en inglés) alguien mantiene a otra persona “en el banquillo”. Es una relación de manipulación en la que quien espera no termina nunca de ver desaparecer la expectativa: un ni contigo ni sin ti en el que solo uno decide cuándo el contigo y cuándo el sin ti. Lidia, de 17 años, vivía en ese bucle infinito: “Él iba y venía, de repente me enteraba de que tenía novia, luego volvía porque lo habían dejado... y así estuvimos entre los 15 y hasta hace unos meses. Yo era como el repuesto, pero es que me gustaba muchísimo”. Y así está también Janire con un “amigo”, ambos ya en la cuarentena: “Solo se acuerda de mí para el periodo de entrenovias. Cuando nos vemos no quiere nada a largo plazo y en cuanto deja de llamarme sé que es porque tiene algo serio”.

Breadcrumbing

Quienes hacen breadcrumbing dejan de forma constante migas de atención (de ahí su nombre, de ‘migas de pan’ en inglés) para mantener el interés de la otra persona, aunque en general no tienen intención de materializar la interacción y, si lo hacen, será de forma esporádica. Lola, de 39, habla de eso a través de sus vaqueros: “No es el primero ni último cowboy de medianoche, como hace tiempo los bauticé, que me cruzo por Tinder u otras apps, pero desde hace un año y unos meses hay un chico que, bien a través de Instagram o por WhatsApp, aparece de manera intermitente para decirme que quedemos a tomar algo, con la posibilidad más que explícita de que después nos acostamos, pero esto luego nunca sucede. Ni quedar ni acostarnos, matizo”.

Catch and release

Se trata básicamente de capturar y liberar, como en la pesca deportiva. El objetivo es el de perseguir el objetivo, pero no buscan mantener la relación: persisten, conquistan, quedan y adiós. Una vez conseguida la cita, pierden interés.

Catfishing

Su nombre deriva de Catfish, el documental de 2010 en el que Yaniv Nev Schulman descubre después de varios años que la mujer con la que comenzó y mantuvo una relación durante dos de ellos no es quien dice ser. El catfishing consiste en crear una identidad falsa para iniciar un vínculo con alguien. Puede llegar a suponer un delito si quien lo practica roba imágenes y datos de otras personas; y si quien lo perpetra y quien está siendo engañado llegan a entablar una relación o a conocerse en persona, existe la posibilidad de que se convierta en un riesgo que puede ir de la estafa hasta las agresiones.

Cloaking

De tapar. Es un paso más allá del ghosting. No solo se desaparece, sino que se bloquea a la otra persona de todos los canales por los que mantenían la comunicación.

Cricketing

¿Cómo hacen los grillos? Cricricrí. El cricketing es dejar un mensaje en leído durante largo tiempo. Mucho tiempo. Pueden llegar a ser semanas.

Cuffing

Patricia, al teléfono, jura que no sabe cómo no se dio cuenta antes: “Tengo 34 años y he estado desde los 29 con un imbécil. Lo tengo que decir así, un imbécil. Y yo, otra imbécil. Nos conocimos en 2017, en un concierto en septiembre. Salimos hasta abril. Volvió en octubre y volvimos a salir unos cinco meses. Así hasta que el año pasado dije: ‘Mira, ya. Esta broma se acabó'. Apareció en mi móvil otra vez a mediados de septiembre y quedamos, pero yo no iba con la intención de volver, sino de ver qué pasaba. Me dijo literalmente que en verano tenía muchos planes y estar con alguien le alteraba esos planes. ¿Cómo te comes eso?”.

Eso, en Estados Unidos, no solo tiene nombre sino estudios, alertas de que llega ese momento y trucos para preparase: se llama cuffing season y consiste en pasar con alguien los meses de invierno, los más fríos y lluviosos, para luego dejarlo cuando vuelve el sol. La previa a eso es la fielding season, es decir, la temporada de preparar el terreno para decidirse por una opción. Y si se hace en verano también tiene su denominación: freckling season (temporada de pecas).

Curving

El curving es menos agresivo que el cricketing, pero igual de desconcertante, y frustrante, para la persona que lo recibe. Es cuando alguien, de forma consciente y repetitiva, se toma su tiempo para contestar a los mensajes. Quienes hacen curving no dejan de escribir, sino que contestan: de forma escueta y a veces monosilábica, para dar a entender que esa conversación ha acabado sin decirlo claramente o para demostrar su desinterés. No están en realidad, pero tampoco se van del todo.

Cushioning

De ‘amortiguar’. La práctica consiste en flirtear con otras personas para que amortigüen la caída cuando acabe la relación que se tiene en ese momento.

Fishing

De pescar. Valeria y Joanna viven en Lima, las dos tienen 26 años y un sábado de enero recibieron el mismo mensaje con un minuto de diferencia, del mismo número de teléfono, con una invitación para salir a tomar algo. A Nerea y Carla, con 29 y 30, les ocurrió lo mismo el verano pasado en la costa mediterránea. Valeria y Joanna dicen que fue “chistoso”, Nerea y Carla, que “vaya pringado”, pero las cuatro coinciden en que no sienta bien cuando alguien te escribe para quedar “no porque quiera quedar contigo”, sino “porque quiere quedar con quien sea”.

Firedooring

Las puertas de las salidas de incendios tienen que abrirse hacia el exterior, es uno de los requisitos de seguridad que tienen que cumplir. Eso es una relación firedooring, una totalmente descompensada en la que quien lo ejerce solo atenderá realmente a la otra persona cuando necesite algo de ella.

Flexting

De flexionar, en este caso, la realidad. Inflar la imagen para que parezca mejor de lo que es antes de conocer físicamente a la otra persona. Según los datos de Plenty of Fish, el 63% de las solteras y el 38% de los solteros han conocido a alguien así.

Gaslighting o luz de gas

Es uno de los dos únicos términos que en español ya tiene una traducción conocida. Hacer luz de gas consiste en un mecanismo de violencia psicológica para hacer dudar a alguien de su propia realidad, negándola e intentando confundirla en su percepción o sus recuerdos. ¿Alguien te ha dicho alguna vez que exageras, que estás loca o loco, que cómo puedes pensar eso y que lo que estás viendo no es lo que tú crees que estás viendo? ¿En una discusión te repite que te acuerdas mal de las cosas o que aquello no pasó como pasó? Eso es luz de gas, un abuso continuo, repetitivo y sutil que desgasta y acaba por anular a quien es víctima de este maltrato.

Ghosting

Un adiós sin explicaciones, sin respuesta, sin aviso. Tiene una versión suave, el caspering, de Casper, aquel fantasmita amable que da nombre a este tipo de rechazo amable: también sin explicaciones, pero al menos verbalizándolo. Cuando a esa persona se la silencia de forma específica en distintas aplicaciones, se le está haciendo mooning, de la luna que simboliza el no molestar en algunos teléfonos. Y cuando se hace progresivamente, de forma lenta, se llama slow fade, como una sombra que se aleja despacio.

Ghostbusting

Es la contraparte del ghosting. Los y las cazafantasmas que insisten en mantener la comunicación aunque ya no haya nadie al otro lado.

Gatsbying

El término viene de Jay Gatsby, el personaje de la novela de F. Scott Fitzgerald El gran Gatsby (1925), llevada luego al cine (dos veces), que hacía todo lo posible por llamar la atención de Daisy Buchanan. También se conoce como instagrandstanding o instagranding. Es usar Instagram para atraer la atención de alguien, colgar un post o una story porque es el post o la story perfecta para que responda quien se quiere que responda.

Haunting

Aunque la traducción literal de haunting es encantador o encantadora, el término viene de haunt, que como sustantivo puede significar guarida o nido y, como verbo, desde perseguir y rondar hasta obsesionar. Y todo ellos tienen que ver con este comportamiento que consiste en desaparecer haciendo ghosting, pero seguir merodeando a la otra persona en redes sociales revisando su actividad.

Hoovering

Pasar la aspiradora, es decir, limpiar el desastre para volver a la vida de alguien. “Yo soy el ejemplo perfecto”, cuenta en un audio María, de 16 años. “[El que fue] mi novio desde los 13 hasta noviembre del año pasado me dejaba, sin explicación, y volvía a las dos semanas con que lo sentía mucho, que se le había ido la olla. Desaparecía otra vez a los dos meses, y volvía otra vez con que no iba a volver a pasar. Ocho veces hizo esto. Yo esperaba que cambiara, estaba pilladísima, pero en noviembre pensé que eso no iba a tener solución jamás y lo dejé. Eso sí, se lo dije y se lo expliqué. Creo que lo entendió”.

Kittenfishing

Es el anterior nivel al catfishing, consiste en fingir: que te encanta el teatro cuando no has pisado una sala, que tienes un piso en Malasaña, pero vives en Seseña, que estás con un posgrado, pero en realidad llevas con ese posgrado desde hace 10 años y no lo vas a terminar o que te flipa el techno cuando en realidad lo único que te da es dolor de cabeza.

Love bombing

Esta bomba de amor tiene una primera parte muy rápida en la que las atenciones y las promesas de felicidad eterna son continuas. Y una segunda que comienza cuando se ha conseguido que la otra persona esté entregada a esa relación, y que es acabar con ella tan deprisa como se empezó. Irene, que ahora tiene 40, recuerda a un ex “con un ego enorme y un perfil narcisista”. Primero fue ese love bombing, y la conquistó.

Cuando ya eran pareja, la cosa se complicó: “Cada cierto tiempo, tocaban llamadas de atención, que era como él se refería a los momentos en los que desaparecía, a veces no sabía ni dónde estaba, dejaba de escribirme o llamarme… [un ghosting intermitente que linda con la violencia psicológica]. Según él, lo hacía para que no me acostumbrara. Ahora lo pienso y me digo: ¿Pero qué tipo de persona hace eso para que no te acostumbres a que te traten bien?”. Irene fue a terapia. “Salí de aquello. Pero nos ciegan siglos de patriarcado”.

Negging

Cata tiene 36 años y vive en Bogotá: “¿Sabes estos hombres que cuando te conocen por primera vez, en vez de hacerte un cumplido te dicen algo bien feo aunque con cara de estar haciendo un chiste? Pues como esos me encuentro cada vez más. El último cuando me vio me dijo: ‘Qué linda, así tan pequeñita ocupas poco espacio”. A Cata, que cuenta que mide 1,53, esos hombres le están haciendo negging (de negar): intentar conseguir el interés de alguien a través de comentarios negativos que intentan anular de alguna forma a la otra persona. Insultos disfrazados.

Orbiting

Orbitar alrededor de alguien en redes sociales, dando likes, viendo sus stories, pero sin llegar jamás a interaccionar. Limita con el stalking, es decir, el acoso en línea.

Phubbing

“Yo esto se lo hago a mi madre, pero jamás me lo había hecho un chico en una cita cuando nos estamos conociendo”, cuenta Noelia. “El último con el que salí de Tinder, justo antes de la pandemia, cada vez que quedábamos me ignoraba la mayor parte del tiempo, siempre mirando el móvil. Que igual tengo 20 años, pero no soy tonta y cuando son tres meses así, pues ya canta, interés tenía cero. Y me lo han hecho más veces”.

Eso es phubbing, la combinación de phone (teléfono) y snubbing (desairar o hacer un desprecio) y que tiene traducción al castellano aunque no está extendida, ningufoneo. También se le conoce como sidebarring (barra lateral) y, según un estudio de Facebook de 2017, un 71% de las personas lo hacen en algún momento, ya sea en pareja, entre amigos o en familia.

Pocketing

Una relación de interior, es decir, una pareja con la que las cosas solo funcionan a solas, en su casa o en la tuya o, como mucho, en algún sitio donde no vaya a cruzarse nadie conocido. Pero nada más allá. Viene de pocket, bolsillo, por la metáfora de que una vez en la calle, esa persona va escondida.

Roaching

Roach es cucaracha. Y roaching es comportarse, metafóricamente, como una. Lucía lo explica el mismo día que cumple 51. “Tenía una relación con un hombre de mi edad. Dos años, todo bien. Éramos una pareja o eso creía yo, porque un día, por un comentario que yo pensé que era normal sobre comer un sábado con mi hija que venía a España [está estudiando fuera], me dijo que qué había creído yo, que no éramos pareja ni teníamos nada serio. Tan poco seria era que recogí toda mi ropa de su casa y todas mis cosas del baño y le dije que no estaba ya para gilipolleces a mi edad”. Esta historia, prácticamente igual, la han contado también Lucía, Ana y Fernanda, de 22, 26 y 34.

Submarining

Hacer un submarino es dejar a alguien, ignorarlo durante un tiempo más o menos largo, y después volver. Y volver como si no hubiese sucedido nada. Irma, 39 años, dijo “yo”. Y lo contó: “Desaparece, un día compruebo que se ha echado una novia por las redes sociales. Y pasan cuatro años. Cuatro, ¿eh? Ni uno más ni uno menos. Cuatro años después, una noche de junio, que estás tú tomándote tus copas con tus amigas, recibes un mensaje de esa persona que ha desaparecido y con la que llevas cuatro años sin hablar. Ha habido una pandemia por medio. No te ha preguntado cómo estás ni si ha muerto alguien de tu entorno ni si te has contagiado. Dice cucú. Cucú, me puso cucú, te lo juro, como si no hubiera pasado nada, en plan ‘hola, estoy aquí, no han pasado cuatro años, no me he ido”.

Le sucedió lo mismo a Marta, de 30 años. Conoció a un chico por una app con el que hubo conexión “en muchísimos aspectos desde el minuto uno”. Quedaron una vez y él desapareció: “Se lo tragó la tierra y al año y poco volvió a escribirme como si nada”.

Tindstagraming

Es pasar directamente de un perfil de Tinder que tenga puesto en la biografía la cuenta de Instagram, a esa cuenta, sin preguntar y sin hacer match. Si está cerrada, le dará a seguir sin dar explicaciones de dónde viene y si no, no le hará falta. Revisará esa cuenta a diario, sin seguirla y sin interactuar. Solo vigilando. En realidad, es stalking, acoso en línea. Pasivo, pero acoso.

Throning

Marta tiene 43 años, un sueldo por encima de la media y un puesto por encima de la media en su ámbito: “Cuando quedo con alguien, sé perfectamente si esa persona está interesada en mí o en lo que yo represento para esa persona. Uno me lo llegó a decir claro: ‘Oye, no hay feeling y ambos nos hemos dado cuenta, pero podríamos hacer una buena pareja y nos podría ir bien en el trabajo’. Me quedé un poco en blanco, pero le contesté que a mí ya me iba bien sola. Gracias y adiós”. Throning es querer tener una relación con alguien solo por su estatus social o económico.

Zumping

“Si te han dejado por Zoom, bienvenida a mi club, te han hecho zumping, que por lo menos no te ghostean, algo es algo”. Este fue el breve mensaje de Elsa que explica qué es el zumping, un término que se extendió durante la pandemia, cuando las circunstancias epidemiológicas limitaban las interacciones sociales.

Zombieing

Si alguien hace ghosting, de repente quiere volver y lo hace a través de las redes sociales, está haciendo zombieing.

Por qué importa poner nombre a lo que ocurre

Algunas de esas actitudes son relativamente recientes, porque surgieron con las redes sociales y las aplicaciones de citas. Otras, que han ocurrido siempre, se han visto intensificadas o modificadas por el uso de esas apps, y de ahí su reconceptualización. Vienen del mundo anglosajón, más proclive a generar términos nuevos. Expertas, investigaciones y cifras —más bien, su escasez— apuntan a tres cosas. La socialización a través de internet ha cambiado el escenario; son las mujeres las que mayoritariamente se llevan la peor parte, aunque ocurre desde cualquier dirección y hacia cualquier dirección; y son necesarios más y mejores análisis cuantitativos y cualitativos para estudiar y comprender la actual formación de vínculos.

El estudio más reciente en España sobre ghosting [desaparecer sin dar explicaciones] y breadcumbring [mantener el interés de alguien con miguitas de atención], de investigadores del departamento de Sociología de Castilla-La Mancha en 2021, reflejaba que “la mitad de los participantes no estaban familiarizados” con esos términos, pero que, sin embargo, “aproximadamente dos de cada 10 informaron haber sufrido e iniciado ghosting, y algo más de tres de cada 10 participantes habían sufrido o iniciado breadcrumbing en los últimos 12 meses”. Y añadían que “son necesarios exámenes empíricos para comprender estos comportamientos digitales, su incidencia y las variables relacionadas con ellos”.

Por eso, “identificar las cosas, ponerles nombre, es un primer paso para modificar comportamientos. Porque en el momento que una le pone nombre, puede distanciarse de eso, verlo e intentar cambiarlo”, ahonda Adriana García Andrade al teléfono, desde Ciudad de México. Es profesora de Sociología en la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM) e investigadora en esta área, la de las relaciones. La cuestión de fondo, añade, es “cómo son, cómo las percibimos, cómo han evolucionado esas relaciones, y qué esperamos de ellas”.

La tendencia de saltar de una relación a otra

En El fin del amor. Una sociología de las relaciones negativas (Katz, 2020), Eva Illouz habla sobre cómo “el abandono de las relaciones, la incapacidad o la falta de voluntad para entablar una relación y la tendencia a saltar de una relación a otra, forman parte integral de la nueva forma mercantil que han adquirido las relaciones sexuales”. Escribe que el mundo hoy, hiperconectado, “parece estar marcado por la formación de lazos cuasisucedáneos o negativos” y que “la libertad personal se ejerce de manera incesante por vía del derecho a no involucrarse en relaciones, o bien a desvincularse de ellas” en un proceso que ella define como “elegir la deselección”, es decir, “optar por el abandono de las relaciones en cualquiera de sus etapas”.

Eso, cuando las relaciones se crean de forma virtual, sin entornos comunes, facilita ese abandono. Dice la psicóloga María Torres que la velocidad en la que vivimos, “esa cultura de la inmediatez en la que se crean los vínculos, hace que sean falsos vínculos, porque no les hemos dado el proceso o el tiempo para que se solidifiquen”. Y hay quien se va y hace daño a quien se queda, a veces sin responsabilidad ni culpa.

“Hay que aprender o reaprender en los nuevos contextos”, afirma Torres. Qué es y no saludable, qué es tolerable y qué no. No sabe hasta qué punto el aprendizaje hecho hasta este momento se puede “extrapolar” al contexto de hoy: “Hay cosas que sí, porque son muy claras y muy visibles, como la agresividad, ya sea verbal o escrita, pero hay otros mecanismos que son nuevos y en este escenario digital estamos en un periodo de transición todavía, y hay que aprender a entender qué cuestiones de este funcionamiento son nocivas”.

Patriarcado, feminismo y construcción y deconstrucción del amor romántico

¿Por qué el patriarcado, el feminismo y la construcción y deconstrucción del amor romántico tienen que ver con la intensificación y la creación de nuevos comportamientos? Por un lado, la idea de ese amor es a ellas a quienes más ha sometido y aún somete. “Los hombres tienden a separar mucho más fácilmente la sexualidad de las emociones, mientras que las mujeres suelen considerarse a sí mismas mucho más competentes desde el punto de vista emocional”, escribe la socióloga francoisraelí Eva Illouz en El fin del amor.

Por otro, son también las mujeres quienes identifican más lo que está ocurriendo, explica la socióloga García-Andrade: “Uno de los grandes aportes del feminismo ha sido encajar el amor romántico como una construcción cultural, así se puede deconstruir, socializar [de una forma sana] a las nuevas generaciones y ser conscientes de que las relaciones pueden ser de otra manera”.

A eso, se suma la desequilibrada balanza en el aprendizaje de las relaciones desde esa perspectiva, la de la igualdad, desterrando estructuras de poder, dominación-sumisión o control. Stribor Kuric, investigador de la Fundación FAD Juventud, del Centro Reina Sofía, explica que “la posición entre entre chicos y chicas ha estado siempre bastante polarizada” y que esa horquilla se ha hecho aún mayor en la última de sus investigaciones: “Los porcentajes de mujeres que se consideran feministas no han dejado de aumentar. Del 47% aquel año al 67% este último año. Sin embargo, en el caso de los hombres que ya empezaban mucho más abajo en 2017, un 23,6%, se incrementa bastante en 2019, hasta el 37,3%. Y en los últimos dos años vuelve a reducirse al 32,11%”.

Kuric también apunta a cifras sobre cómo ellos perciben de forma distinta la violencia: “Un 20% de ellos afirma que es un invento ideológico, un 15,4% que no es un problema si es de baja intensidad y un 24% afirma que aunque es indeseable, es inevitable que suceda”.

Así, a pesar de que en FAD no cuentan con datos concretos en España sobre cómo funcionan “los rituales, el establecimiento o ruptura de sus relaciones, al final todo este tipo de construcciones de género se basa en experiencias que tienen consecuencias en el mundo real”. Ese desequilibrio entre ellos y ellas y los avances sociales de los últimos años “han provocado que muchos hombres sientan que han perdido una serie de privilegios que ellos consideran sus derechos y reaccionan de forma misógina o de forma antagónica, digamos, hacia hacia las mujeres en general, y en concreto hacia las mujeres feministas”.

Liv Strömquist recoge esa idea en la novela gráfica No siento nada (Reservoir Books, 2021). Narra cómo en el último siglo y medio las formas de mantener un estatus masculino han cambiado: “Tradicionalmente, la masculinidad se ha manifestado en tres contextos, en el trabajo, en el hogar y en las reuniones exclusivamente masculinas”. Pero en las últimas décadas esos espacios “han sido conquistados” por las mujeres “y el estatus de los hombres se ha desvirtuado gracias a los avances de la modernidad y el feminismo”. Las mujeres trabajan, ganan su propio dinero y ocupan el espacio público y de ocio.

Así, cita Strömquist a Illouz, “la sexualidad se transforma en una de las marcas de estatus más significativas de la masculinidad”. Es decir, que los hombres han ido transfiriendo el control que antes ejercían en esos lugares al sexo y a la sexualidad: “El campo sexual se transformó en el ámbito donde podían expresar y exhibir su autonomía y su mandato". Y así fue como el desapego pasó a simbolizar y a organizar la autonomía y el control de lo que algunos hombren entienden por masculinidad.