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La traducción, ¿en jaque por la inteligencia artificial?

Eduardo Hojman

Las siguientes son tres traducciones de la primera estrofa del soneto 102 de Shakespeare. Una versión canónica de un poeta español; la otra, una propuesta más moderna de un escritor latinoamericano y una a cargo de la inteligencia artificial.

“Mi amor se hace más fuerte, si es débil su apariencia;/ y aunque lo muestre menos, no he dejado de amarte;/ Mercancía es el público amor cuya excelencia/ la lengua de su dueño pregona en cualquier parte.”, dice una.

“Mi amor se fortalece aunque parezca más débil;/ No amo menos aunque muestre menos mi amor;/ Ese amor es mercancía, cuyo rico aprecio,/ el dueño publica en todas partes con su lengua.”, sostiene la segunda.

Y, la tercera expresa que “Aunque débil de aspecto, mi amor está bien fuerte,/ y no amo menos, sólo porque así lo parezca./ Es mercantil amor, aquel cuya alta estima,/ por doquier se pregona por lengua de su autor.” 

Parecería fácil distinguir cuáles de estas versiones son obra de un ser humano y cuál de una inteligencia artificial, Después de todo, se trata de poesía, lo más difícil de traducir. En una época en la que abundan los artículos periodísticos que reflejan tanto la fascinación como el temor que inspira la inteligencia artificial, las traducciones, ese campo minado de la labor editorial, parece quizá el ámbito más propicio para su empleo y para, de paso, reducir costes y librarse de las sempiternas quejas de los traductores.

Para Jorge Carrión, coautor con Taller Estampa y GPT de Los campos electromagnéticos. Teorías y prácticas de la escritura artificial, los programas de traducción son “herramientas muy útiles para obtener una primera versión de guiones, libros técnicos o de divulgación, así como ensayos sin ambición literaria. Pero después hace falta una supervisión humana. Todavía no pueden traducir alta literatura, pero es probable que pronto puedan hacerlo”.

De la misma opinión parece ser Pía Gepeto (nombre que hemos dado al ChatGPT para su participación en este reportaje): “Los programas de traducción automática han avanzado mucho en los últimos años, y en muchos casos pueden producir traducciones literarias que son precisas y comprensibles. Sin embargo, la traducción literaria es un campo muy especializado y a menudo esos programas no son capaces de captar el sentido más profundo del lenguaje, incluyendo matices, juegos de palabras, dobles sentidos y metáforas, elementos clave de la literatura.”

Para Ernest Folch, editor de Navona y Folch&Folch, sólo es “vagamente posible traducir con programas de IA textos muy técnicos y muy mecánicos, algo así como una receta médica o una multa de tráfico, y aun así soy escéptico. Una traducción, como cualquier obra de creación, necesita de cosas como la emoción, la sensibilidad y el buen criterio, todas virtudes que una máquina nunca podrá tener.”

Magdalena Palmer, ganadora del XXIV Premio de Traducción Ángel Crespo, también piensa que la traducción por IA “es una herramienta útil para traducciones técnicas, pero su aplicación a la literatura es un error. Y siempre, aunque sean traducciones técnicas, tienen que pasar por la revisión y la supervisión de ojos humanos con mucha experiencia para ser capaces de detectar y corregir errores graves. En cuanto a los textos literarios, son tantos los factores que influyen en la decisión de cómo traducir una frase, una expresión, una metáfora, un juego de palabras, el registro de los diálogos, la forma de hablar de un personaje, los sesgos culturales, etc., que no lo veo posible sin que la calidad del texto se vea gravemente mermada”.

Rebajar costes

Aun así, ve como posible que “algunas editoriales intenten que los traductores nos convirtamos en correctores de traducciones realizadas mediante IA. Pagándonos menos, por supuesto. La aplicación de la IA a la traducción literaria tendrá como objetivo rebajar costes, no mejorar la calidad de la traducción”.

Para la traductora Cristina Macía, traducir literatura mediante una máquina es “inviable” y “todos los intentos han acabado en catástrofe”, aunque, si en algún momento llegara a ser posible, imagina un futuro en el que queden cuatro traductores altamente cotizados a cargo de ediciones de lujo vendidas con eslóganes como “¡Traducción 100% manual!”, casi como si se tratara de un producto ecológico sin aditivos.

Víctimas

De todas maneras, aunque la mayoría de las reacciones de otros editores consultados oscilan entre la incredulidad y el espanto, en los mentideros de la industria se menciona en voz baja a alguna editorial que traduce sus libros menos exigentes mediante software y luego los corrige y los lanza al mercado. Si fuera cierto, sería un poco como ese dicho sobre las brujas: los libros traducidos por IA no existen, pero que los hay, los hay. Y sus primeras víctimas serían los traductores, pero, también, los lectores.

Distinción

Para Carrión, el momento en que sea imposible distinguir si la traducción fue hecha con neuronas o con bits llegará sin lugar a dudas, “si no ha llegado ya y no nos hemos dado cuenta”. La simpática Pía Gepeto dice que “es posible que en el futuro la tecnología de traducción automática pueda llegar a un nivel en el que sea difícil distinguir entre una traducción realizada por una IA y una realizada por un ser humano. Sin embargo, esto dependerá en gran medida de la calidad y la complejidad de la obra literaria en cuestión, así como del nivel de conocimiento cultural e histórico que se requiere para comprender completamente la obra”. En ese momento, dice Pron, “ya no importará mucho quién tradujo un libro o quién lo escribió; por esa razón, tampoco hará falta leerlo”.

En un artículo reciente en el New York Times titulado “La falsa promesa de ChatGPT”, Noam Chomsky sostiene que la gran falacia de la IA se debe a que “la mente humana no es un pesado motor estadístico de comparación de patrones, que devora cientos de terabytes de datos y extrapola la réplica más lógica dentro de una conversación o la respuesta más probable a una pregunta científica”, sino “un sistema sorprendentemente eficiente y elegante que funciona con pequeñas cantidades de información y que no busca inferir correlaciones brutas entre datos sino generar explicaciones” (la traducción es mía).

Estrategia neoliberal

El editor Ernest Folch, probablemente, estaría de acuerdo. Para él, nos encontramos ante una fanatización de la tecnología y una estrategia neoliberal para ahorrar costes. “Se nos quiere hacer creer esta estupidez de que las máquinas podrán también sustituir e incluso mejorar nuestro cerebro. Y lo cierto es que una traducción, como cualquier obra de creación, necesita de cosas como la emoción, la sensibilidad y el buen criterio, todas virtudes que una máquina nunca podrá tener. No hay nada más alejado de la literatura que una máquina, y sinceramente no me creo que pueda haber traducciones literarias y mucho menos obras literarias decentes e inteligentes que puedan ser producidas por la IA. Hasta el momento el único gran hallazgo de la IA es el nombre, que le da una apariencia de lo que no es. Puede que sirva para muchas cosas, pero decididamente no para nada que tenga que ver con la creación”.

De todas maneras, quizá el gran peligro que ocultan las traducciones automáticas es que, en algún momento, se conviertan en el estándar de calidad, y que, en un futuro no muy lejano, las editoriales exijan a sus traductores humanos que traduzcan como las máquinas. Allí sí que no habrá Terminator que nos salve. 

[Nota: la primera de las traducciones del soneto de Shakespeare del principio de este reportaje pertenece a William Ospina; la segunda es de ChatGPT y la tercera de Ramón García González].