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La pobreza y el papel internacional del español

¿El español es una lengua internacional?

Texto extraído del libroGente de Cervantes, publicado por la Editorial Taurus, Madrid.Juan Ramón Lodares

El concepto de lengua internacional. Lenguas multinacionales y lenguas francas. El número de hablantes no lo es todo para una lengua.

Que una lengua sea grande y se hable en varios países no quiere decir que sea genuinamente internacional. Internacional, universal, global, franca, son adjetivos pomposos que se aplican a las lenguas con mucha generosidad. Sólo hay tres lenguas en el mundo que se hablan en una cantidad notable de países, digamos, de quince para arriba: el inglés, el francés y el español. Las demás lenguas del mundo, grandes o pequeñas, no conocen nada igual.

Pero la genuina condición de internacional se ha puesto por las nubes. Ya no basta con que una lengua tenga muchos hablantes o se hable en varios países. Hace falta que esa misma lengua se seleccione por quienes, no teniéndola, ven en ella un canal eficaz de comunicación. Por eso se puede distinguir entre lenguas genuinamente internacionales y lenguas, más bien, multinacionales. El inglés es, hoy por hoy, una genuina lengua internacional, es más, el inglés ha logrado lo que nunca ha logrado ninguna lengua: estar en camino de alzarse con el título de planetaria, si no lo tiene ya. El francés disfruta asimismo de la internacionalidad que le brindan, sobre todo, los foros diplomáticos. El español, más que internacional, es multinacional porque se habla en varios países, todos ellos (si se exceptúa el caso de Estados Unidos)... de lengua española. Parecerá una perogrullada pero es la verdad. Es más, si esos muchos países se hubieran unido en grandes federaciones, a lo mejor el español se hablaba hoy no en veintiuna sino en dos, tres o cuatro naciones.

Francés e inglés han conseguido la condición de internacionales, o francas, al ocupar en los dos últimos siglos el lugar que el español había ocupado antes: han sido lenguas de grandes potencias coloniales, que abrían rutas mercantiles o las aprovechaban una vez abiertas, que tenían ejércitos poderosos -en el caso del francés, el ejército era propiamente de funcionarios-, diplomacia hábil, empresarios y emigrantes bien dispuestos. El español recorrió ese camino desde finales del siglo xv hasta principios del XIX. Después se ha mantenido con mucho mejor suerte de la que cabría esperar. Pero sin poder entrar en territorios reservados a las nuevas potencias; uno de estos territorios ha sido la comunicación, relación y presencia internacionales, mucho más necesarias y exigentes en nuestra época que en los años de Felipe II o de Carlos III.

La tribu de Cervantes no ha podido jugar fuerte en las apuestas donde modernamente se ha fraguado la genuina internacionalidad lingüística: peso diplomático y militar, poder económico, gran actividad comercial, financiera, científica y tecnológica. Al contrario que la francesa, la inglesa, la alemana, incluso la rusa, la tribu cervantina apenas ha tenido modernamente lo que podría denominarse "comunidad hablante secundaria", es decir, aquella que aprende la lengua no por tenerla en casa y por serle transmitida, sino porque le resulta interesante, necesaria, y la adquiere como segunda lengua o como lengua franca para hacerse oír en el mundo.

Esto lo hizo el español entre los siglos XVI y XIX. Pasamos un siglo vegetando y sólo desde hace unos años se han tomado algunas iniciativas para fomentar el interés al respecto. Dado el crecimiento previsible de los cervantinos, es probable que las iniciativas prosperen con mejor suerte en América (Brasil y Estados Unidos) que en Europa, donde el inglés, el francés y el alemán ya han consolidado posiciones que no van a ceder. Posiciones que han ganado haciéndose interesantes, o imprescindibles, para quienes no los hablan. Tan interesantes e imprescindibles que con sólo ellas tres se gobierna casi toda la Unión Europea.

Este interés ajeno suele ser una fuente de vitalidad para las lenguas. Buena parte de quienes pueden leer un libro en francés viven fuera de Francia, Bélgica, Suiza o Canadá. Fuera de la tribu de Cervantes, quienes pueden leer en español suelen ser minorías, en general más atentas a los ancestros literarios de la tribu que a lo que hagan sus nuevos miembros. Y dentro de la propia tribu se dan circunstancias paradójicas: parte de quienes la habitan, en número que a veces resulta preocupante, no sabe leer ni en español ni en otra cosa.

Temas y problemas de la instalación internacional del español. Lengua y economía

Las tribulaciones son comprensibles: una lengua no es interesante por sí misma, sino por lo que promete. Cuando a la estudiantina de inglés que pulula por el mundo se le pregunta por qué eligió esa lengua y no otra, se obtienen de sus respuestas varias conclusiones interesantes. La más evidente: la culpa de la elección no la tuvo Shakespeare. La culpa es que el inglés ofrece relaciones, dinero, viajes, puestos de trabajo y más fruslerías por el estilo. Lo que hace Shakespeare en todo el negocio es presidir honoríficamente un desfile de seis países que están entre los más ricos del mundo. Situación apetecible, desde luego. Por eso mismo se han hecho con séquito de cincuenta países más. Cervantes no puede hacer lo mismo, hay que reconocerlo honradamente. El índice de desarrollo humano que han alcanzado sus hijos es menor que el alcanzado por los descendientes del británico, menor también que el alcanzado por la progenie japonesa, francesa, alemana y sueca. Por bienestar material de sus hablantes, el español ocuparía un puesto en la equívoca frontera que divide al Primer Mundo del Tercero. Lenguas que numéricamente son diminutas a su lado la sobrepasarían en este concreto rango cuyo peso se calcula en dólares. Lo más serio del caso es que el desarrollo humano de los hablantes suele dar o quitar interés a las lenguas.

Muchos hispanohablantes son eso mismo: hispanohablantes. Hablan una lengua, la oyen por radio y, sobre todo, por televisión, pero no la leen ni la escriben. Entre los trescientos treinta y dos millones de seres que viven en países donde el español es oficial, se reparten a diario dieciséis millones de ejemplares de prensa. En Japón, un tercio de esos seres se reparte setenta y dos millones de periódicos.

¿Estará dominada la tribu cervantina por algún hechizo que le haga repeler la letra impresa de los periódicos? ¿Está mejor adaptada para la lengua oral? La explicación es más sencilla: los analfabetos son muchos. Países como Bolivia, Guatemala, Honduras o Perú dan cifras sobresalientes al respecto. Pero la alfabetización en sí es sólo una parte del desarrollo humano, un índice de la riqueza de los países. Y los bajos índices generales de desarrollo son el talón de Aquiles del mundo hispanohablante. Algo que le resta atractivo a su lengua y representación en el mundo a quienes la hablan.

El repaso de los registros económicos cervantinos no es una lectura edificante. Pero no conviene cerrar los ojos ala realidad. Los países hispanohablantes tienen la mitad de renta per cápita que los países desarrollados, la mitad de tasa de crecimiento anual, el doble de paro y una inflación que es de quince a veinticinco puntos superior. Dicho índice económico general está en estrecha relación con otros asuntos poco presentables: más de la mitad de los países hispanohablantes, doce en concreto, participan de lo que se califica como "régimen de desigualdad social severa", con un 12 por ciento de la población que disfruta de unos recursos equivalentes a los que se reparte el 88 por ciento restante. Algunos se amontonan en la cola de las naciones más pobres del mundo.

Todos los países hispanohablantes están entre los campeones en ahorrarse dinero para educación: aproximada y proporcionalmente, algunos gastan lo que Chad, Somalia, Mganistán, China 0 Nepal (es verdad que otros han hecho examen de conciencia y están dispuestos a ser más rumbosos). Así no es de extrañar que coleccionen analfabetos: hace diez años, más de la mitad de la población guatemalteca lo era. En las escuelas, los cervantinos son los que tienen las aulas más apiñadas, y no porque se desvivan por acudir a ellas, sino porque hay pocos maestros. En las calles son los que más niños tienen trabajando, únicamente les superan algunos países africanos y asiáticos, donde da la impresión de que los niños trabajan más que los adultos. Tienen pocas líneas telefónicas; los servicios de correos están organizados para salir del paso porque, en comparación con los más de ciento cincuenta envíos que hace un australiano al año, en Paraguay la media no pasa de cinco. Además de tener los carteros justitos, cuentan con pocos investigadores universitarios. En fin, uno de los hacendados de la tribu, que es España, alcanzó hace veinticinco años el 79,4 por ciento del PIBper cápita de la Unión Europea... y poco más o menos ahí se ha quedado. Este bajo desarrollo humano resta representación internacional a la lengua, y aparte de representación, prestigio. Pero esto no es lo peor, limita también a la tribu de Cervantes para aprovechar las oportunidades que están abriendo nuevas corrientes económicas que pasan precisamente por el negocio con las lenguas. Estas limitaciones ensombrecen el futuro y pueden sembrar dudas sobre la salud y reputación de la lengua para el día de mañana.

No faltan, sin embargo, indicios muy esperanzadores: en ese novedoso medio que es Internet los países hispanohablantes no hace mucho mostraban un "coeficiente de esfuerzo" -es decir, de voluntad en crear contenidos y utilizar Internet como medio de relación con el mundo-relativamente bajo. Es posible que con el acuerdo firmado por la Real Academia y Telefónica para promover el uso del español en la Red la tendencia empiece a corregirse. De hecho, se nota ya un ascenso notable en el "coeficiente de esfuerzo" y dentro de muy poco tiempo (si no ha sucedido ya) el español ocupará el cuarto lugar en la Red tras el inglés, el japonés y el alemán.