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La invención del español, la RAE y los intereses ocultos

Héctor G. Barnés

Durante muchos siglos, el español se entendió un poco como la propia España: como una idea pura, indivisible y sin posibilidad de ser revisada. Una visión tremendamente ingenua y presuntamente científica. No era algo propio de nuestro idioma (la gramática histórica proporcionó durante mucho tiempo el marco para entender las lenguas), pero sus particularidades históricas y sociales la convertían en un caso aún más especial. Con el ánimo de poner un poco de orden en dicho asunto se ha editado 'Historia política del español. La creación de una lengua'. (Aluvión Editorial), un volumen que recoge diversas perspectivas sobre la construcción política del español, sobre todo en un momento en el que, con sus 400 millones de hablantes, se ha convertido en un importante valor de marca... y ha suscitado suculentos intereses económicos. Hablamos con el editor del volumen, José del Valle, catedrático de Lingüística Hispánica en el Graduate Center de CUNY (Nueva York)

PREGUNTA. Todas las lenguas tienen un sustrato ideológico, son producto de su historia y de su coyuntura. Sin embargo, da la sensación de que en el caso del español, quizá por su larga historia vinculada a un imperio colonial, esta vertiente se ha olvidado en favor de una mayor idealización. ¿Tiende el español más aún que otras lenguas a obviar su lado más político?

RESPUESTA. La imagen pública de la lengua española (qué es, qué representa y quién está autorizado a gestionarla) ha sido forjada principalmente por la escuela filológica española. Esta escuela deriva de la obra intelectual emprendida por Ramón Menéndez Pidal a finales del siglo diecinueve y es, en muchos sentidos, extraordinaria: compuesta por eruditos filólogos, muchos de ellos lúcidos e imaginativos (Amado Alonso, Américo Castro o Rafael Lapesa, por ejemplo). Fue una escuela compleja, con tensiones internas tanto intelectuales como políticas, que sin embargo produjo casi sin fisuras el gran relato de unidad lingüística y cultural sobre el que aún hoy se apoyan el nacionalismo español y el panhispanismo, esa idea de unidad esencial materializada en la lengua común a todos los pueblos de España y de la América hispanohablante. Es un relato que naturaliza el devenir histórico del idioma al minimizar, cuando no elidir, las tensiones resueltas en su condición de lengua dominante, nacional e imperial. Se escamotean las condiciones históricas conflictivas que dan lugar a su cristalización como lengua altamente codificada y a su extensión territorial. En definitiva, se la presenta como "lengua de todos". Pero, en contraste con esta representación, el archivo histórico nos permite también relatarla como lengua que es objeto y efecto de disputas, localizada en encrucijadas de lucha entre intereses de clase, regionales y étnicos.

Aunque no me atrevo a afirmar tajantemente que en España se elida la condición política de la lengua más que en otros países (en EEUU, donde vivo y trabajo, este tipo de borramiento es también escandaloso), sí que pienso que la escuela filológica española se ha caractetizado por la escasez de gestos reflexivos y autocríticos y se ha mostrado refractaria a una comunicación dialéctica con, por ejemplo, teorías de la cultura, del texto, del archivo, de la historia, del lenguaje mismo que han ido apareciendo en otras disciplinas. No se ha fomentado (al contrario) la emergencia y desarrollo de una lingüística crítica, sino que se ha insistido en la preservación de una práctica filológica y lingüística que, por un lado, se pretendía técnica, objetiva e ideológicamente aséptica y, por otro, fortalecía el relato de unidad cultural.

 

P. No es el menosprecio por parte del hablante español al hablante de Latinoamérica una de las expresiones más evidentes hoy en día de ese sustrato ideológico de la lengua?

R. El prejuicio lingüístico es una de las manifestaciones de la discriminación; desde el clasismo hasta el racismo pasando por el sexismo operan lingüísticamente. Cuando una autoridad lingüística inscribe un orden social en una configuración gramatical o léxica, contribuye a invisibilizar su contingencia, pues aquellas diferencias sociales (que son producto de condiciones históricas concretas) parecen, en su materialización lingüística, naturales e inevitables. Ese gran relato lingüístico al que me refería en la respuesta a tu pregunta anterior presenta una lengua española estratificada social y geográficamente. Formas "vulgares", "coloquiales" o "cultas" corresponden a posiciones sociales, y "español peninsular centro-norteño" o "español de América" a identidades regionales. Estas taxonomías nada significan por sí solas, sino que funcionan socialmente al entrar en contacto con sistemas de valores asociados a prácticas culturales, nociones de progreso y desarrollo, formas de organización económica, etcétera. Si los prejuicios contra la forma de hablar de "catetos" y "pueblerinos" son una herramienta del clasismo, quien se hace eco de prejuicios contra variedades americanas del español está reproduciendo jerarquías culturales coloniales.

R. En España hay un conflicto lingüístico que tiene su origen en la coexistencia a lo largo de la historia moderna y contemporánea de proyectos incompatibles de construcción nacional. En la gestión política de esta tensión constitutiva, el nacionalismo español (da igual que sea liberal o conservador, fascista o socialista) se ha llevado el gato al agua: por un lado, se ha naturalizado, al despolitizarla, la presencia del castellano en la totalidad del territorio; y por otro, se ha utilizado el hecho de que la lengua se conozca y se use habitualmente en toda la geografía española para justificar la articulación política del país como nación única e indivisible. Esta operación ideológica ha sido muy eficaz: la histórica jerárquización de las lenguas de España se confirmó como ley con la Constitución del 78 y ha hecho sumamente difícil la formulación y adopción de políticas lingüísticas orientadas a la oficialización e implantación social de lenguas tales como el gallego, el euskera y el catalán. Los intentos de establecer esas lenguas en ciertos espacios institucionales y sociales (la educación o los medios de comunicación, por ejemplo) se han tenido que enfrentar a la fuerte oposición del gobierno central y la opinión pública española, e incluso de ciertos sectores de las propias sociedades gallega, vasca o catalana.

Mientras persista la tensión entre proyectos nacionales enfrentados, persistirá también este conflicto. Para el nacionalismo español (en sus configuraciones actuales), una nación española en la que Galicia, Euskadi o Cataluña gestionen su vida lingüística desde la igualdad entre las lenguas está afuera de lo posible (y de la legalidad constitucional).

Por otro lado, el desafío para las organizaciones que aspiran a la constitución de Galicia, Euskadi o Cataluña como unidades políticas con derecho a decidir su destino y su relación con el estado español pasa por no reproducir relatos de unidad cultural análogos a los del nacionalismo español y por no quedarse afuera de la historia reivindicando políticas lingüísticas de construcción nacional más propias del siglo diecinueve que de principios del veintiuno. Es evidente que las lealtades ciudadanas se forjan por medio de lenguas, paisajes y rituales compartidos, pero también por los proyectos de país a que se asocian, por las formas de ejercicio de la ciudadanía que proponen y por los valores de convivencia que abrazan. 

 

P. El español ha adquirido un importante atractivo comercial: ¿de qué manera instituciones como la RAE o el Instituto Cervantes, entre otros, están situándose estratégicamente como faros del idioma, promoviendo además la comercialización del español en su favor?

R. Es cierto que ha aumentado considerablemente el número de personas en el mundo que quieren aprender español. Y la fase en que nos encontramos del desarrollo del capitalismo ha propiciado que ese hecho dé lugar a la mercantilización extrema de la lengua, a que se piense como producto que se valora al alza en los mercados lingüísticos internacionales. La participación en una industria que se desarrolla en torno a la enseñanza del español es una de las funciones del Instituto Cervantes desde su fundación en 1991 (además de promover la marca España y cooperar con la promoción internacional de empresas y artistas españoles). Abren y gestionan centros de enseñanza de español por el mundo, producen materiales didácticos, ofrecen programas de formación de profesores y promueven un sistema único de certificación de conocimientos de español.

Este último proyecto es quizás el que ha encontrado mayor resistencia, sobre todo en Latinoamérica. Si bien son bastantes las instituciones universitarias latinoamericanas que han firmado acuerdos con el Cervantes (entre ellas la UNAM de México y la Universidad de Buenos Aires), hay importantes sectores entre los lingüistas y profesionales de la enseñanza del español de estas instituciones que consideran la decisión de sus rectores una claudicación y un gesto de sumisión poscolonial. Yo estoy completamente de acuerdo con estos colectivos críticos. Que el Cervantes abrace un concepto primordialmente instrumental de la lengua, que se proponga vendérsela al mejor postor en los mercados lingüísticos internacionales y que pretenda monopolizar ese mercado no me sorprende: es consistente con los modelos dominantes de cultura y acciones de política cultural de la España setentayochista (me refiero en términos generales al dispositivo que Guillem Martínez ha llamado CT o Cultura de la Transición). Pero de instituciones universitarias cabría esperar la adopción de modelos de educación lingüística más sofisticados, más ligados al ejercicio de una ciudadanía libre y crítica, más abiertos al plurilingüismo y la comunicación translingüe. En fin, cabría esperar una enseñanza de idiomas ligada a la formación ciudadana y a la sensibilización ante la diferencia cultural, y no orientada a las necesidades inmediatas del turista y del gerente de empresa.

La RAE ha jugado un papel complementario, pero distinto. Desde los noventa, asumió como objetivo la consolidación de la ideología panhispanista que ya te mencioné antes. En un momento en que empresas españolas, por medio de alianzas estratégicas con empresarios y políticos latinoamericanos, se proyectaban sobre mercados que coincidían con los antiguos territorios del imperio, la RAE se propuso como misión central construir una imagen de la lengua española como base y vínculo inalienable de la comunidad panhispánica, de una arcadia comunicativa y convivencial. En mi lectura, la RAE decidió convertirse en una pieza clave de la diplomacia española y ponerse al servicio de la extensión del poder blando de España. Curiosamente, esto (el deseo de controlar el valor simbólico de la lengua panhispánica) los obligó a emprender una gestión más abierta y tolerante de la matriz gramatical del idioma, a definir el español, por ejemplo, como una lengua pluricéntrica y a avanzar una y otra vez lugares comunes tales como que el peso de la lengua española está en América o que España es apenas una provincia de la lengua española.

 

P. Usted vive en Estados Unidos, un país donde el español ha crecido sustancialmente de mano de la población latina. ¿Es una locura imaginar a Estados Unidos como el motor del español a nivel internacional, arrebatando a la propia España un puesto que ha ocupado durante siglos?

R. En EEUU está el corazón del monstruo. La lógica del capitalismo se despliega casi sin matices y cualquier cosa o idea es susceptible de ser convertida en mercancía sin el menor reparo y con todas las consecuencias. Y la lengua española no es una excepción. Su enseñanza dentro del país está totalmente controlada por actores económicos e institucionales internos: se enseña principalmente en las escuelas y universidades, y son empresas multinacionales de base anglo-norteamericana las que controlan el lucrativo mercado de los materiales didácticos (los precios de los libros de texto pueden llegar a ser, desde un punto de vista ético, criminales). En este contexto, la contribución del Instituto Cervantes a la presencia de español en EEUU es microscópica. Como lo es (todo hay que decirlo) la de quienes defendemos la implantación de modelos pedagógicos críticos desde las escuelas y la universidad.

No es impensable que estas empresas anglo-norteamericanas decidan que quieren participar de la venta del español en zonas de los mercados lingüísticos internacionales tan valiosas como Brasil o China (es posible incluso que se esté dando y yo no lo sepa). Pero la clave, desde mi perspectiva, no está en oponerse a tal expansión exclusivamente en base a criterios nacionalistas y de reivindicación de soberanía. La clave está en que esa reivindicación del derecho a la gestión soberana de una actividad tal como la enseñanza del español sea también la reivindicación de un modelo de lengua y ciudadanía alternativo.

 

P. También hay en marcha una guerra contra los barbarismos y a favor de la pureza (incluso una infravaloración del español de Sudamérica, por estar "contaminado"). ¿A qué se debe esa pervivencia de la pureza del lenguaje respecto al español?

R. En toda sociedad existen prácticas de higiene verbal, denuncias de usos del lenguaje que se consideran improcedentes y que incluso, en ocasiones, avanzan propuestas para evitarlos. Por ejemplo, no son infrecuentes (y en España han proliferado desde el 15-M) las denuncias de los efectos de la neolengua, o uso políticamente manipulador del lenguaje. A nadie se le escapan tampoco las propuestas de uso no sexista del lenguaje realizadas por colectivos feministas e incorporadas por algunas instituciones. Estos son dos tipos de discurso de higiene verbal por los que yo, por ejemplo, siento gran simpatía y con los que incluso me identifico. Ambos están directamente relacionados con procesos políticos emancipatorios, de resistencia al ocultamiento de la explotación económica y a la discriminación de la mujer respectivamente.