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La UPI en la caída de Stroessner

Traficantes de Realidad
Ensayo sobre periodismo

Marcelo Jelen

El uruguayo Zelmar Lissardy, corresponsal de United Press International (UPI) en Buenos Aires, acababa de cenar con su familia ese viernes de febrero de 1989 cuando, a las 10 de la noche, sonó el teléfono. Era Vicente Vázquez, el periodista de guardia en la agencia.

—Zelmar, llamó el corresponsal paraguayo. Fue rarísimo. Dijo que había tiroteo en el centro de Asunción y cortó.

—Mandá un despacho urgente —se apresuró a contestar Lissard—, Titulálo «golpe de estado contra Stroessner». Poné que lo dirige la fracción aperturista del ejército. Atribuí la información a «fuentes diplomáticas». Y no te olvides de los balazos.

—¿Golpe de estado? ¿Estás seguro?
—Mandálo con mis iniciales. Ya salgo para allá.

Mientras Lissardy se lamentaba a bordo de un taxi porque su fin de semana prometía derretirse en el verano porteño, la noticia viajó de Buenos Aires a la mesa de edición de UPI en Washington y de allí al resto del mundo. Las iniciales "ZL" al final del despacho indicaban que él se hacía responsable por la veracidad de la información.

Al llegar a la redacción, el periodista ya contaba con más datos: el tiroteo era en la central de Policía, cerca de la casa de gobierno. Amplió el despacho a unas 300 palabras.

El corresponsal en Asunción llamó de nuevo. Estaba histérico.

—Escuchá los tiros, escuchá— decía, y sacaba el tubo del teléfono por la ventana.

—Calmate. Deciíme lo que ves— interrumpió Lissardy. Necesitaba detalles de ambiente para colorear la noticia con pinceladas precisas. También le pidió números telefónicos a través de los cuales podría entrevistar a los rebelados.

A la primera llamada, un oficial del ejército le confirmó que se trataba de un golpe contra el presidente perpetuo, el general Alfredo Stroessner, dirigido por el consuegro del dictador, el general Andrés Rodríguez. Solo la policía resistía en defensa del régimen. A la 1 de la mañana del sábado 3 de febrero, el corresponsal en Asunción envio un despacho que afirmaba que todo el poder estaba en manos de Rodríguez. La UPI fue el único medio que informó fuera de Paraguay las alternativas del golpe a medida que se desarrollaba. La noticia tomó al mundo por sorpresa.

Pero no a la agencia. El corresponsal en Asunción había sido avisado 20 días antes por un alto diplomático que ya tenía asegurado un lugar en el gabinete de Rodríguez. Lissardy y Alberto Schazin, vicepresidente de la UPI para América Latina, estaban alertados. Quizá estos tres periodistas hayan sido los únicos en enterarse con antelación de la inminencia del golpe, sin contar a quienes lo dieron. Por eso estuvieron en condiciones de reaccionar ante la menor señal y de informar antes y mejor que las demás agencias.

Conservaron el secreto durante 20 días. Si hubieran difundido la información disponible antes de que ocurriera el golpe, lo habrían malogrado. Hubiera sido como tirar la noticia a la basura. La vida del corresponsal habría corrido peligro, igual que los miles de militares que intervenían en el operativo y los opositores que los alentaban. En el mejor de los casos, habrían puesto sobre aviso a las agencias competidoras.

Además, claro, la dictadura de Stroessner era odiosa. Cuando informó de las primeras versiones, el corresponsal en Asunción había sintetizado todos los argumentos esgrimibles para ocultar la información: «Esperamos 35 años para esto. ¿Vamos a abortarlo por una primicia?»