
Terenci Moix en 1992 / Guillermo Moliner
fruslería
Cosa o dicho sin ninguna importancia o sin ningún valor, como en este fragmento del autor español Terenci Moix en su novela El arpista ciego (2002).
Ya ves: le concedemos el don de la música, y él agradece más cualquier fruslería que le regale ese imberbe que juega con el trono de los dioses.
La palabra se emplea en castellano desde el siglo XVII, cuando fue usada por Cervantes en la Comedia de la entretenida, con el mismo significado.
El vocablo, tal como lo conocemos desde entonces, se deriva de fruslera, que consistía, —según Covarrubias en su Tesoro de la lengua castellana o española (1611)— en unos hilos que se forman cuando se tornea el latón, “que parecen de oro a la vista, y junto con esto hacen mucho bulto, pero vueltos a hundir (fundir) se vuelven en muy poco metal”. El propio Covarrubias agregó que antes se había llamado fuslera y fusilis tomó ese nombre del romance metallo fusiles ‘metal fundido’.
Corominas (1980) señala que, en el siglo XIII, los entendidos distinguían tres tipos de metales: f(r)uslera, cení y latón, aunque más tarde se convirtieron en sinónimos.
En La pícara Justina (1605), fruslero ya significaba ‘vano’, ‘frívolo’ y fruslería, ‘friolera’, ‘bagatela’, significados que evidentemente se derivan del poco valor de los restos del latón fundido.